Capítulo 16.

239 30 2
                                    

“Atrapada en su red”

Andrea Lowell.

 
Al día siguiente me levanté temprano y me aseguré de no despertar a nadie, lo menos que quería era molestar más de lo que ya lo había hecho.

 
Me tarde más de la cuenta en llegar al local por culpa de la locomoción: o el bus venía lleno o simplemente no venía. Al llegar mi jefe me reprochó la hora de llegada y a cambio recibió un sinfín de excusas por mi parte, nos ensartamos en una pelea que terminó cuando un cliente entró directo a las mesas del rincón.
 

—Ve a atender mocosa.

—Mocosa su señora —murmuré dirigiéndome con un vaso de agua hacia el hombre que se notaba impaciente sobre las acolchadas sillas. — ¿Qué va a ordenar? —Dejé el vaso frente a él.
 

Levantó la mirada y me recorrió de una manera que me puso los nervios de punta, era de aquellas miradas que te relevan todo lo que haría contigo y nada de eso era algo bueno. Tragué saliva e hice un esfuerzo por mantenerme de pie.
 

— ¿Qué va a ordenar? —repetí con amargura cuando continuó mirándome.
 

—Eres nueva aquí. —comentó en un intento amistoso que no pudo engañarme ni en lo más mínimo.
 

— ¿Qué va a ordenar? —la paciencia se me estaba agotando, pero la falta de dinero podía contra eso.
 

—Tienes linda trasera, y las piernas no están mal...
 

¡A no, eso sí que no!
 

Tomé el vaso que siempre se les ofrecía a los clientes y se lo arrojé a la cara, más específicamente a esos ojos de mierda que me causaron repulsión.
 

— ¡Andrea!
 

Todo ocurrió tan rápido que de la nada me vi saliendo de la puerta furiosa con mi jefe gritándome en plena calle que estaba despedida. Y lo último que él vio fue mi dedo medio detrás de mi trasero.
 

Estaba furiosa, pero a medida que avanzaba por la calle me fui tranquilizando. Cruce por la mitad del parque y sin darme cuenta había llegado a unos de los lugares que más seguridad me brindaba. Llegue a la casa de Katina.
 

Le di dos golpes a la puerta y por último silbe, de esa forma ella sabría su era yo quien molestaba a esta hora. La puerta se abrió y me abalancé a sus brazos, ella suspiró, acarició mi cabello y poco a poco entramos a la casa.
 

—Cuéntame todo.
 

Sonreí al mirarla, esa capacidad que tiene una mejor amiga de saber que algo va mal es increíble, y lo es aún más saber que puedes contar con alguien así para siempre.
 

Le relaté todo desde el principio y ella rió al oír que había llegado tarde al trabajo, pues no era novedad. Al decirle sobre el tipo pervertido se le tiñeron las mejillas de carmesí y comenzó a insultarlo con palabras que ni yo conocía.
 

—Estoy tan cansada de todo. —confesé jugueteando con la taza que anteriormente tenía un rico café.
 

—Yo estoy cansada de que tú estés cansada. —asintió para sí misma y yo solté una risotada. De pronto su móvil timbro, lo revisó con confusión y al leer lo que sea que decía, me miró pícara— ¿Y si vamos a una fiesta?
 

— ¡Ah, no! Ni lo sueñes, mierda Katina, me acaban de despedir.
 

—Por eso mismo estúpida, la fiesta te animará.
 

Mientras más me negaba, ella más insistía. Al final acepte, o iba por voluntad o a fuerzas. Katina se arregló, se puso un vestido y perfume. Yo no tenía idea de que ponerme, busqué entre la ropa que tenía en su casa y encontré una camisa negra con el cuello algo escotado, pero sin llegar a enseñar nada, mis botines negros, unos jeans del mismo color rasgados y mi chaqueta. Me maquille un poco los ojos, no mucho, lo suficiente para darles algo de profundidad, y mi pelo... Mi pelo seguía revuelto, pero me daba igual, me gustaba tenerlo así.
 

No puedes salvarme.®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora