Capítulo 18.

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“La caída.”


Andrea Lowell.

El glorioso ruido del timbre indicó que la clase había terminado, guarde todo y salí rápidamente yendo directamente a mi casillero, lo abrí una vez que estuve en frente y metí algunos libros para que mi mochila no estuviera tan pesada. Cuando cerré el casillero, di un brinco de pánico al ver a Casper apoyado en otro a mi derecha, mirándome.

—Mierda —exclamé poniendo una mano en mi pecho—. Me asustaste.

—Lo siento —dijo con una risita— Venía a preguntarte algo... ¿Quieres acompañarme a la cafetería?

—Claro.

Caminé detrás de Casper con pasos lentos, cuando él se percató de mi ausencia a su lado se giró hacia mí y soltó una pequeña risa causando que sus ojos se achicaran creando unas bolsas debajo de ellos, estiró uno de sus brazos y lo pasó por encima de mis hombros. Lo miré un poco incomoda, pero después de unos minutos en esa posición, se me pasó la incomodidad.

No había muchos alumnos en los pasillos debido a que aún estábamos en horario de clases, a excepción de nosotros que teníamos una hora y media libre los lunes. Casper abrió las puertas de la cafetería y nos adentramos, el olor a pan caliente, pizza, entre otras comidas fueron los principales aromas que percibí. Arrugué un poco la nariz y mantuve el gesto durante unos minutos.

—¿Qué vas a pedir? —preguntó relamiendo sus labios.

—Un jugo de piña y un sándwich de queso. —respondí al chico poniéndome en puntitas.

—Perfecto —Sonrió asintiendo con la cabeza—. Vamos por este lado.

Otra vez fue él quién me guío y al llegar al lugar, Casper pidió por los dos. Para él pidió un trozo de pizza junto a un refresco, moví mi pie dando una pequeña señal del aburrimiento que sentía.

—Aquí tienen. —La mujer nos entregó nuestros almuerzos y el moreno quitó su brazo de mis hombros para recibir su bandeja.

—Muchas gracias —respondió mientras yo tomaba la mía—. Sígueme, Andrea.

Obedecí y comencé a caminar a sus espaldas, de pronto mis pensamientos me traicionaron. Me fui de la realidad por un segundo y al regresar, choqué con otra bandeja que venía en sentido contrario.

El impacto perjudico a la otra persona puesto que se estampó su propia bandeja contra su pecho. Al recaer de quien se trataba, gruñí por lo bajo. Ander, uno de los amigos de Luke, me regañó con la mirada de tal forma que me hizo sentir aún más pequeña de lo que era.

—Serás imbécil. —se quejó mientras se sacudía los trozos de pan.

—No te vi, lo siento —me disculpé haciendo un gran esfuerzo. Después de todo, la distraída fui yo.

—Ahórrate tus excusas baratas, enferma —dijo con tono despectivo a la vez que me recorría con asco en un vistazo—. En verdad que eres inútil —agregó con una risa seca.

—¿Y tú quién te crees para hablarme así? —interrogué incrédula por su odio hacia mí— No tengo problema en pagarte tu estúpida comida.

—Apenas tienes para comer tú, ¿y quieres pagarme la comida? —preguntó con sarcasmo a lo que los alumnos más cercanos a la escena soltaron unas risas.

—¿Te crees muy hombre por ofenderme? —pregunté con tono bromista— Entérate que no me importa nada de lo que digas.

Volqué los ojos y di un paso dispuesta a marcharme, pero Ander tenía otros planes. Me hizo una zancadilla que me hizo caer de boca al suelo. La bandeja cayó primero y el vaso se rompió, mi rodilla derecha se estampó contra los cristales que enseguida atravesaron mi pantalón clavándose en mi piel.

No puedes salvarme.®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora