Camile.
Pintar era la mejor actividad fuera de mis clases que podía tener, relajante y satisfactorio.
Apenas llevaba dos meses viviendo en Queens. Era mi último año de preparatoria, estaba parada enfrente de un boceto que había hecho días atrás del ying y el yang, pero a mi manera, me gustaba darle un sentido diferente a todo lo que pintaba y dibujaba pues sentía que la mayoría de las cosas que conocemos las vemos de una forma literal —hablando de algunas pinturas claro —y yo quería tomar eso que es simple y transformarlo en algo más.
«La musa de la inspiración di»
— ¡Cariño se te está haciendo tarde para ir a la escuela! — gritó mi mamá desde la entrada de nuestro departamento.
— ¡Ya voy! — grité desde mi habitación, tomando mi mochila y poniéndome la primer chamarra que encontré.
—Llévate una bufanda o un gorro para el frío — dijo mi mamá al verme llegar a la puerta —recuerda que en la noche el frío es más fuerte no estamos tan acostumbradas a esos climas mi amor.
—Sí, mamá —contesté poniendo los ojos en blanco.
Ella me dio un manotazo por mi acción.
—Qué no se te olvide que soy tu madre — espetó a la defensiva.
—Es que yo ya me acostumbré — respondí en forma de quejido.
—No me importa, no está acostumbrada al frío — abrí la boca para hablar, pero ella me detuvo —Y aunque tú digas que ya te has acostumbrado, te puedes enfermar, así que llévate la bufanda que está en el perchero.
—Pero mamá la bufanda no combina con mi atuendo — llevé mi mano al corazón dramáticamente.
—Deja el drama y te pones la bufanda —ordenó dándome la espalda.
—Pero no quiero — me quejé.
Ella se giró hacía mí y me miró con una sonrisa fingida —No te pregunte te lo estoy ordenando, Camile.
Bufé, rendida y tomé la bufanda gris del perchero, ambas salimos del edificio al mismo tiempo, aunque íbamos para direcciones diferentes.
—Recuerda cuidarte muy bien hija — me acomodó la bufanda por encima del hombro y yo la regresé a como estaba.
—Sí, mamá — traté de no sonar harta de que siempre me dijera lo mismo.
—Si te llega a pasar algo dile a tus maestros que me llamen y yo pido permiso en el trabajo para ir por ti.
—Eso ya lo sé mamá.
—Bueno — soltó un suspiro, un suspiro muy largo —Ya vete que el autobús te va a dejar.
Lo que no sabía era que el mendigo autobús ya me había dejado.
«Siempre me deja ese puto autobús.
Aunque lo puedo alcanzar si corro.
Pero qué flojera»
Me limité a sonreír y mi mamá me dejó un beso en la mejilla, ella se fue por su lado y yo fingí ir a la estación del autobús como si de verdad lo fuera a tomar, no tenía por qué enterarse de que nunca iba en él. Digo, no es como que me guste mentir, de hecho, vivía con ese miedo de que algún día me cachara en la mentira.
Fue hasta que ella desapareció de mi vista que doblé la esquina y corrí al metro.
Chocaba con la gente, pero no me importaba mucho, ya iba un poco o, mejor dicho, un muy tarde.
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El chico de la bufanda gris
Teen FictionCamile y Oliver, dos chicos que estudian en una escuela en Queens, un distrito de Nueva York, cada uno con diferentes sueños y diferentes formas de ver la vida, pero con algo en común... Una bufanda gris. ADVERTENCIA: ESTA HISTORIA ES SOLO UN BORRAD...