Oliver.
—Y sólo al decirlo cayó en cuenta de que en los incontrolables suicidios que recordaba, aquel era el primero con cianuro que habría sido causado por un infortunio de amores. Algo cambió entonces en los hábitos de su voz. — Leí y cerré el libro de golpe. Sentí ganas de llorar no por el contenido, sino porque cada que leía el libro. Cada que pronunciaba cualquier palabra o frase, me acordaba de él leyéndolo, oía su voz en mi mente y era difícil aceptar que él no volvería a leer ese libro.
Traté de tomar aire. Cerré los ojos y respiré agitado. De la nada sentí la mano cálida de Camile en la mejilla limpiando una lágrima que no me di cuenta en qué momento derramé.
Sonreí al sentir el contacto con su mano e incliné mi cabeza para de alguna manera acurrucarme en su mano.
—Creo que aquí lo puedes dejar — susurró Camile y yo abrí los ojos para verla.
Estábamos en la jardinera que estaba detrás de los salones de literatura, había poca gente, pero nos ignoraban por completo, ese lugar tenía fama de ser en donde se juntaban los estudiantes que no habían podido salir de la escuela por deber materias a fumar, solo es un cigarro, pero todos insistían en que era un lugar para drogadictos, y yo sabía de primera mano que no era así, pero ese es otro tema.
Habíamos encontrado la manera de escabullirnos, Camile no tenía clase, yo sí, pero decidí saltármela para pasar tiempo con ella. Pues se había convertido en mi hobbie favorito. Estaba recargado en el tronco de un árbol con los pies estirados y ella estaba recostada en mis piernas.
—No avancé de la página 11 — dije en un quejido viendo en donde había dejado el dedo.
—Recuerda que a tu tiempo y tu ritmo — volvió a susurrar y sonreí.
—Gracias, Camile.
— ¿Por qué?
—Por estar aquí conmigo. — Acerqué mi rostro al de ella y la observé un momento. Me gustaba todo de ella, sus ojos cafés, su sonrisa y los dos lunares que tenía cerca la boca.
—No tienes por qué agradecerme — apenas gesticuló porque me di cuenta de que el estar así de cerca de ella la ponía nerviosa.
Sonreí al ver que ocasionaba eso en ella. Volvió a sonreír y eso me causó un cosquilleo en el estómago.
Tomé su rostro con ambas manos y le dejé un beso en los labios. Ella me lo respondió al instante y sentí que tocaba el cielo, jamás creí que besarla fuera tan adictivo.
Ella se levantó levemente sujetándose con una mano en el pasto y la otra la subió a mi mentón y me dejó una pequeña caricia por el rostro de lado izquierdo haciendo que me estremeciera al contacto.
Ella sonrió contra mis labios y se separó de mí cuando le faltó el aire. Junté nuestras frentes y sonreí.
—Te quiero — susurré.
—Yo también te quiero.
Nos separamos y ella se volvió a acostar en mi regazo tomando su celular para verlo y revisarlo mientras arrugaba él entrecejo disgustada.
— ¿Qué pasa?
Ella negó —Nada, Lily me está buscando. Le he dicho que estoy de este lado y me respondió que me ve en la cafetería y que no debería de estar en donde están los drogadictos.
Solté una carcajada al oír eso.
— ¿De qué te ríes?
— ¿Drogadictos? — pregunté aun riendo.
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El chico de la bufanda gris
Teen FictionCamile y Oliver, dos chicos que estudian en una escuela en Queens, un distrito de Nueva York, cada uno con diferentes sueños y diferentes formas de ver la vida, pero con algo en común... Una bufanda gris. ADVERTENCIA: ESTA HISTORIA ES SOLO UN BORRAD...