-¿Dónde vives? -me preguntó Nathan cuando empezamos a andar para dejar atrás este callejón, por el que no pensaba volver a pasar. No dejaba de recordar todo lo que había pasado en la última hora. Porque sí, apenas había pasado una hora y media desde que salí de trabajar; casi una hora desde que me había encontrado con Derek. Dios, no podía creer lo que me había hecho. ¿Desde cuándo bebía? Si antes me daba asco, ahora me repugnaba. Nunca antes me había puesto la mano encima, si hubiera sido así lo hubiera dejado, obviamente. Además, él sabía por lo que yo había pasado, ¿cómo había podido? Ni estando borracho, le hubiera creído capaz. . .- ¿Chelsea?
La suave voz de Nathan me sacó de mis pensamientos. Me miraba con sus ojos algo abiertos, con curiosidad. Dios. Cada vez que miraba esos ojos, me perdía en ellos. Se me olvidaba lo que iba a decir, lo que había estado pensando, se me olvidaba hasta mi nombre.
-¿Eh? -dije cayendo de mi nube. Él me miró algo preocupado. ¿Preocupado? No necesito que nadie se preocupe por mí, gracias. Además, a penas me conocía.
-¿Estás bien? -me preguntó. Efectivamente, preocupado-. Te he preguntado dónde vives. Porque estás en las nubes, y yo sólo me estoy limitando a seguirte, y parece que vas en una dirección aleatoria.
Me paré un momento. Es verdad, había estado andando sin rumbo, con Nathan siguiéndome, pensado que íbamos por buen camino. Por suerte, así era, pero había sido solamente el azar.
-Mi apartamento está en Park Slope, así que sí, vamos bien -sentencié, algo brusca, no sé muy bien por qué-. Y sí, estoy bien.
-No lo creo, pero vale -dijo él encogiéndose de hombros. Supuse que, al fin y al cabo, no le importaba tanto y sólo me lo había imaginado. Esto me alivió pero a la vez también me decepcionó, algo patético en mi opinión.
Caminamos en silencio, que al poco rato Nathan rompió.
Le había estado observando de reojo cuando creía que no miraba. Aunque por fuera parecía relajado, la postura de sus hombros era tensa. Además, a veces cerraba los puños, para luego volver a abrirlos lentamente.
-¿Dónde vives, concretamente? -me preguntó arrastrando un poco las palabras.
-En Carrol St. con la octava avenida, cerca de la Grand Army Plaza. ¿Por. . .?
-Por si te vuelves a ir -explicó-, para llevarte sana y salva a casa con exactitud.
Puse los ojos en blanco y decidí no contestarle.
-¿Dónde vives tú? -le pregunté de sopetón. Si él sabía donde yo vivía, ¿por qué no podía yo saber dónde vivía él? Además, tenía curiosidad.
-Por el centro -dijo encogiéndose de hombros-. ¿Por qué lo preguntas?
-Curiosidad -simplifiqué-. No tenías pinta de vivir en el Bronx -comenté sarcástica.
Nathan se rió entre dientes.
-Eres muy curiosa.
Yo me encogí de hombros. Lo era, y siempre acababa descubriendo lo que me proponía.
-Tal vez demasiado -añadió.
-Tal vez -coincidí-. Pero hasta ahora eso me ha resultado bastante útil en mi trabajo -apunté.
Esperaba que me preguntara lo que cualquiera me habría preguntado a continuación, pero en cambio dijo:
-Supongo que te ha ayudado a resolver más de un caso -comentó.
Giré bruscamente la cabeza para mirarle a la vez que fruncía el ceño.
-¿Qué? -pregunté confusa-. ¿Cómo sabes que trabajo en la policía?
Algo centelleó en sus verdes ojos cuando nuestras miradas se encontraron.
-Has. . .salido más de una vez en televisión, ¿recuerdas? -ah, sí. Las exasperantes ruedas de prensa. Cómo odio eso. Aun así, algo en la expresión de Nathan me dijo que no me decía la verdad, aunque tampoco mentía-. Tengo. . . Buena memoria. Y tú tienes un rostro difícil de olvidar.
-Oh -de nuevo no sabía qué decir. Parecía tonta. Ni siquiera tenía claro si se trataba de un cumplido o de todo lo contrario.
Mi rostro, al igual que toda yo, era normal. O sea, del montón. Tenía una piel blanca, imposible de broncear (cuando me ponía al sol lo único que conseguía era quemarme), y pelo castaño oscuro, casi negro. Lo único que podía destacar de mi aspecto puede que fueran mis ojos. Eran de un color azul profundo, oscuro. Eran bonitos; pero detestaba el hecho de mirarme al espejo por la mañana y encontrarme mirando a los ojos mismos de mi padre.
Decidí dejar correr el asunto cuando cruzamos la avenida Flatbush a la altura de la universidad de Long Island. Tampoco es que me importara que Nathan supiera de qué trabajaba, pero me mosqueaba un poco porque estaba casi segura de que me había mentido cuando le había preguntado cómo lo sabía.
-Y bueno. . . -proseguí-, ¿qué hacías a estas horas por los alrededores de Brooklyn? -se lo agradecía; a ver, no es que me hubiera salvado de nadie (más bien había sido al revés), pero la intención es lo que cuenta.
-Estaba. . .-dijo como dudando-. Dando un paseo. Paseaba. Y os he oído. Bueno, en realidad te he oído. Así que me he acercado, y resulta que me encuentro -dijo mientras le asomaba una sonrisa-, a una chica, de estatura media, más bien baja -protesté pero me ignoró-, dándole una paliza a un tío el doble de grande que ella.
Ya estábamos llegando a mi calle. Me quedaban unos dos minutos con él. Era raro, porque quería estar sola, pero no quería dejar de hablar con este desconocido.
-Sí, bueno. . .-empecé, reprimiendo un bostezo. Hasta ahora, la adrenalina no me había dejado darme cuenta del sueño que tenía-. Siempre procuro meterme en alguna que otra pelea al salir del trabajo. Cuanto más grande es mi oponente, mejor. Total, ¿qué sería la vida sin eso?
-Vaya, qué genio -comentó. Podía ver que reprimía una sonrisa-. Deberías dejar lo de las peleas, enserio -añadió, siguiéndome la corriente-. No es que piense que eres débil o algo así, pero de verdad, creo que podrías hacer algo mejor con tu vida. Ya sabes, labrarte un futuro, comprarte una casa. . .ese tipo de cosas que hace la gente normal que no se mete en peleas.
No pude contener una carcajada.
-Vale, vale -le dije-. Lo pillo. Ya está bien -aún me reía. Aunque ahora estaba de buen humor, sabía que todo lo que había estado conteniendo me iba a explotar en la cara en cuanto me quedara sola.
Nos quedamos en silencio mientras avanzábamos por la octava avenida hasta que nos metimos en mi calle.
-Aquí es -dije, parándome delante mi puerta. Era una casa vieja de dos pisos, que habría pertenecido a alguna familia adinerada. Ahora estaba dividida en varios apartamentos.
-Oh -Nathan arrugó la frente. Ahora estaba delante de mí-. ¿Seguro que estás bien?
Dudé.
-No estoy. . . segura de ello -balbuceé.
Sus ojos se desviaron un poco de los míos, y los entrecerró.
-Te ha hecho daño -dijo con voz grave. Por un segundo, no supe a qué se refería, pero entonces levantó una mano y la acercó a mi mejilla izquierda, posando a penas la yema de sus dedos en mi pómulo.
Estaba helado. Me estremecí. Pero no porque estuviera frío como el hielo, sinó porque, a pesar de eso, su contacto quemaba. Y eso que a penas me había rozado.
Entonces pareció darse cuenta de lo que había hecho -como si fuera un delito!-, abrió los ojos y apartó la mano a tanta velocidad que se desdibujó ante mis ojos.
-Perdona -dijo en voz baja. Yo no supe qué decir, cosa que no me pasaba a menudo, aunque esa noche me había pasado más de una vez.
Nuestros ojos se encontraron un segundo, luego desvió la mirada bruscamente y se marchó a paso rápido por la calle.
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La noche más oscura ©
VampireNueva York está sufriendo una oleada de asesinatos y misteriosas desapariciones. Chelsea Bennett, una de los mejores inspectores de la ciudad, se encargará de los casos, descubriendo cosas que nunca antes había imaginado que existieran: desde algo t...