Al poco rato, nos terminamos los cafés y nos fuimos a casa.
Estaba eufórica e impaciente por ver a Nathan. Estaba segura de que Audrey se percató de ello, pero no dijo nada al respecto, cosa que agradecí.
Ella también vivía en Brooklyn, por lo que ambas nos dirigimos a nuestro barrio, para luego separarnos en la séptima avenida con Flatbush, ya que yo vivía en Park Slope y Audrey en Prospect Heights, que son zonas opuestas.
Me despedí de ella y caminé a paso rápido hasta mi casa. Entre unas cosas y otras ya era casi la una del mediodía, empezaba a tener hambre.
Cuando llegué a casa me cambié y me puse ropa cómoda, me recogí el pelo y me dirigí a la cocina. Elegí hacer una lasaña, algo que me mantendría ocupada y no me dejaría pensar en lo que podía pasar por la tarde.
Piqué ajo y cebolla mientras dejaba que el aceite se calentara en la sartén. Luego lo eché todo en la sartén y lo dejé pocharse, después añadí la carne picada.
Media hora después, cuando la carne estuvo hecha, añadí el tomate, la sal y media cucharada de pimienta.
A los cinco minutos lo probé. Agg, me había pasado con la pimienta. Aparté la sartén del fuego y en su lugar puse una olla llena de agua. Cuando empezó a hervir eché con cuidado las láminas de lasaña y cuando estuvieron listas las monté, intercalando las láminas y la carne. Luego vertí la bechamel -que ya estaba hecha- y el queso rayado y lo metí en el horno.
Ahora sí que no tenía nada que hacer hasta que la comida estuviera.
Cogí mi móbil y le escribí a Nathan.
¿Quedamos a las seis en la puerta del museo?
Me había acordado de que no habíamos quedado a ninguna hora, así que le envié aquel mensaje; aunque también lo hice para asegurarme de que no se olvidaba. Me contestó medio minuto después para confirmarlo.
Después de eso, fui al dormitorio a elegir la ropa que me pondría luego. Solía prestarle la justa atención a lo que me ponía de ropa. Era algo que me gustaba, pero no me obsesionaba, ni nada por el estilo.
Al menos, hasta ese momento, porque no sabía qué demonios ponerme. No tenía nada. Y ahora sí que es una cita, me recordó mi estúpido subconsciente.
En eso estaba cuando me llamaron al móbil.
Me dio un vuelco el corazón, pero era Audrey. Me decía que si podía pasar a darme algo. Le dije que sí, y me avisó de que en diez minutos estaría en mi casa.
Dejé por el momento el asunto de la ropa y me puse la televisión mientras esperaba a Audrey. Pensé en ella, en cómo había cambiado nuestra relación en poco tiempo. Hasta hace pocos meses, éramos conocidas que se llevaban bien. Después de romper con Derek, empezamos a hablar más, creo que le di pena o algo. Y ahora podía decir con bastante seguridad que éramos amigas. Al menos, era una de las personas en quien más confiaba. Nos contábamos nuestras penas y nuestras alegrías, como buenas amigas. Y a pesar de que nos llevabámos casi diez años, yo era más madura que ella. Se comportaba como una loca adolescente, aunque era muy profesional en su trabajo. En todo lo demás, no. Todo hay que decirlo.
Y a ver lo que quería ahora, pensé con una sonrisa.
Entonces llamó al timbre, y me levanté a abrirle la puerta. Iba abrigada hasta la nariz y cargada con una gran caja cuadrada y plana.
-¡Está cambiando el tiempo ahí fuera! -dijo al dejar la caja en mi sofá, mientras se quitaba el abrigo y la bufanda-. Hace mucho viento y se está nublando. ¿Crees que nevará? -dijo con ilusión. Yo le hice una mueca.
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La noche más oscura ©
VampiroNueva York está sufriendo una oleada de asesinatos y misteriosas desapariciones. Chelsea Bennett, una de los mejores inspectores de la ciudad, se encargará de los casos, descubriendo cosas que nunca antes había imaginado que existieran: desde algo t...