-¿Qué quieres? -contesté irritada al teléfono después de entrar en el baño, uno de los muchos que había en el museo.
-¿Como que qué quiero? -repitió Audrey ofendida-. Quiero que me lo cuentes todo, ¡obviamente! Llevas casi dos horas sin que sepa nada de ti -miré el reloj, eran casi las ocho. Cómo pasa el tiempo cuando lo pasas bien-. ¿Dónde estás? ¿Cómo ha ido. . .?
-Aún estamos en el museo. Y está yendo bien, supongo.
-Lleváis allí dos horas, ¿y supones que está yendo bien? -dijo incrédula.
-Oye. La exposición es una pasada, y. . .
-No te preguntaba por la exposición de cuadros, y lo sabes -dijo algo molesta y divertida a la vez.
Me reí nerviosa.
-Luego te llamo, ¿vale?
-En cuanto te deje en la puerta de tu casa -dijo Audrey-. Si es que piensas pasar la noche en tu casa, claro. . .
-No seas idiota, claro que pienso pasar la noche en mi casa -le reproché.
-Sí, ¿pero piensas pasarla sola o en compañía? -dijo en tono burlón.
-¿A ti qué te parece? -le pregunté con ironía-. Deja ya de intentar tomarme el pelo, anda. En cuanto pueda te llamo y te lo cuento todo. Hasta luego -me despedí.
-Pásalo bien, chao -y colgamos las dos.
Aprovechando que me encontraba en el baño, me revisé el pelo y el escaso maquillaje, y luego salí.
Nathan me esperaba recostado contra la pared de enfrente. El corazón se me aceleró en cuanto vi de nuevo su pálido rostro. Era inevitable.
-La visita ya se ha terminado -me dijo Nathan acercándose-. Pero si quieres volver a ver alguna obra en especial, o. . .
-Lo cierto es que estoy algo cansada -le respondí.
-¿Tienes hambre? Si es así, puedo llevarte cenar. . . -se interrumpió de forma repentina-. Bueno. . ., yo no puedo cenar, así que sólo comerías tú. . ., pero te acompañaría -dijo mirando hacia otra parte.
-Aún es pronto, no tengo mucha hambre. . .-le dije, confusa por sus palabras-. Podríamos dar un paseo para abrir el apetito -sugerí desesperada, ya que no quería separarme de él.
Ridículo. No dejaba de repetírmelo, que parecía una estúpida, pero era algo que no podía evitar cuando estaba con él.
-Sí. . ., está bien -aceptó él, distraído.
Salimos a la calle y me estremecí de frío. El sol se había escondido hacía un rato, por lo que la temperatura había bajado considerablemente. Y yo no tenía abrigo.
Nathan me miró de reojo, se quitó su chaqueta de piel negra y me la tendió.
-¿Qué?
-Póntela -me dijo con voz autoritaria.
-No me hace falta, no tengo frío.
-Acabo de ver como te estremecías, sí que tienes frío -insistió.
Al ver que abría la boca para contestarle, me colocó rápidamente la chaqueta por encima de los hombros. Yo alcé las manos para quitármela y devolvérsela, y mi mano derecha se encontró con la suya.
Al igual que la última vez, la tenía congelada. No congelada como cuando hace frío, sino como si la hubiera tenido dentro de un congelador todo el día.
Y al igual que la última vez, fue él quien retiró primero la mano. Aunque hubiera jurado que la había mantenido más tiempo que la otra vez.
Me giré hacia él mientras me quitaba su chaqueta y se la ofrecí de vuelta.
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La noche más oscura ©
VampireNueva York está sufriendo una oleada de asesinatos y misteriosas desapariciones. Chelsea Bennett, una de los mejores inspectores de la ciudad, se encargará de los casos, descubriendo cosas que nunca antes había imaginado que existieran: desde algo t...