Capítulo 21

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Cuando me desperté, estaba sola en el sofá. La luz de mediodía entraba por la ventana. Miré nerviosa a mi alrededor, buscando a Nathan.

-Estoy aquí -oí su voz riendo entre dientes, y me tranquilicé automáticamente. Miré hacia donde procedía su voz. Estaba sentado en la mesa, ojeando mi bloc de dibujo.

-Eh -dije levantándome y yendo hacia él-. ¿Qué haces?

-Me gustan tus dibujos -dijo ignorando mi pregunta-. Eres buena, muy buena -comentó mientras pasaba las hojas. Había dibujos a lápiz, a tinta, en blanco y negro y a color. La mayoría eran paisajes: diferentes calles de Nueva York, Central Park, la estatua de la Libertad desde el distrito financiero, algunos de los edificios más emblemáticos de Manhattan, los distintos puentes que cruzan el East River. También personas al azar, que me habían llamado la atención por su aspecto, o por la expresión de sus caras.

-Es sólo un hobby -dije recuperando la libreta.

-Me dijiste que te hubiera gustado estudiar Bellas Artes -recordó-, ¿por qué no lo haces? No es que acabes de terminar el instituto, pero. . .

-No es por eso. Cuesta dinero, ¿sabes? No me llega. No me llegaría ni para pagar el primer semestre -concreté. Mi sueldo no estaba mal, pero no era suficiente.

-Si es por eso, yo te puedo ayudar -se ofreció.

-¿Qué? No -le dije-. Ni hablar.

-¿Por qué? -dijo frunciendo el ceño-. No sería nada. . .

-¿Nada? -repetí incrédula-. Pero, si no trabajas. . .

-Llevo vivo casi 150 años, Chelsea. Tengo mis ahorros -dijo riendo entre dientes-. He estudiado, he trabajado. . . No tienes de qué preocuparte. Además, en tu caso sería una buena inversión. Yo sería algo así como tu mecenas, ¿no?

-No -respondí tajante. En eso no podía -ni quería- ceder-. De ninguna manera, no vas a pagarme una carrera. Ni una carrera, ni nada -concreté.

-¿Y unas clases? -insistió.

-¡No! -le dije azorada-. Deja de insistir, no voy a ceder.

Nathan puso los ojos en blanco.

-Eres una artista, eso está claro -sentenció. Yo le ignoré, y continuó hablando-. En ese caso, ¿por qué decidiste hacerte policía?

Suspiré. Igual ya era el momento. Él me había confesado que era un vampiro, y aunque aún me quedaban por resolver unas cuantas incógnitas, lo suyo era más grave.

Así que suspiré de nuevo y me senté en la silla contigua a la suya.

-Fue una promesa que me hice a mí misma -me miró atentamente, invitándome a continuar-. Mi padre era un borracho. Nos maltrataba a mi madre y a mí. Nos pegaba. . .-cerré los ojos ante los recuerdos que empezaban a asaltarme la mente-. Todas las noches, mi madre y yo le esperábamos temblando de miedo hasta que llegaba a las tantas como una cuba, y entonces empezaba la tortura. Hasta que un día -seguí hablando con un hilo de voz-, mi madre se cansó y se marchó. No dijo nada, simplemente hizo las maletas y se largó. Yo tenía diez años entonces. Me dejó sola con aquel monstruo, lo que me hizo plantearme quién de los dos era peor, mi madre o mi padre. Las palizas continuaron, la única diferencia es que ahora yo era el único blanco, y estaba completamente indefensa. Pasaron los años, mi padre empeoró, algo que parecía imposible, y nunca supe nada de mi madre. Entonces, cuando tenía diecisiete, tuve el primer golpe de suerte en toda mi vida -proseguí-: mi padre murió. Me pasé toda la noche esperándole, y a la mañana siguiente la policía acudió a casa. Lo habían encontrado tirado en la calle, muerto por un coma etílico. En su funeral, no derramé una sola lágrima. Supongo que no me quedaban, teniendo en cuenta todo lo que me había hecho llorar ese desgraciado -lo dije con asco. No me daba ninguna pena-. Días después, se deliberó en un juzgado de instrucción qué iba a hacer yo, puesto que era una menor. Podían contactar con mi madre, pero yo le supliqué al juez que no lo hiciera. Creo que aquel hombre me cogió cariño, o sólo fue pena, porque me hizo caso, y además dejó que viviera sola en vez de tener que ingresar en un orfanato o darme en adopción. Sólo me quedaban un par de meses para cumplir los dieciocho, y se encargó personalmente de que no me sucedía nada en esos dos meses. Poco después de mi cumpleaños, hice el petate, me largué de mi ciudad natal y me vine a Nueva York. En el funeral de mi padre, me prometí que no volvería a pasar por aquello, y que haría todo lo posible para evitar que cualquiera sufriera el mismo destino. O peor. Así que pocas opciones tenía a parte de hacerme poli para cumplir esa promesa.

La noche más oscura ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora