Me miré al espejo, muerta de vergüenza. ¿Cómo iba a salir del baño con eso puesto? Pero lo iba a hacer. Sin duda, Kate estaba loca, pero yo no me quedaba atrás.
Como ya se apreciaba sin tener que ponértelo, la prenda era transparente en muchas zonas, y en el resto era de encaje, demasiado sutil. No tenía mangas, y se sujetaba con un fino cordón por el cuello. Me llegaba hasta la parte más alta de los muslos. Eso no se podía considerar vestido, ni siquiera camisón. Por suerte, no era ajustado. Pero eso era porque no hacía falta, ¿para qué? Si ya se veía todo lo que se tenía que ver. . .
Nathan estaba en la cama, esperándome para dormir (para dormir yo, claro), seguramente sin tener ni idea de lo que estaba pasando por mi cabeza en esos momentos.
Suspiré, me lavé la cara con agua fría y luego ahuequé mi pelo. Me miré al espejo una última vez y salí.
Nathan estaba estirado en la cama, y observé con un enorme placer inesperado cómo sus ojos se salían de las órbitas cuando me vio. Me permití una sonrisa de suficiencia mientras me acercaba lentamente y subía a la cama, sintiendo cómo me seguía con la mirada.
Me tumbé de lado y le miré con una sonrisa inocente. O eso intenté.
-¿Qué es eso? -consiguió decir al fin.
-¿Te gusta? -vi cómo tragaba saliva-. Es un regalo.
Nathan se humedeció los labios.
-¿Para quién, exactamente?
-En teoría, para mí, pero también tú puedes disfrutarlo -dije sonriendo, mientras me acercaba más a él.
Cogí su mano y se la puse en mi cintura, y antes de que pudiera reaccionar ya le estaba besando. Por una vez, le había ganado en velocidad.
Nathan siguió el beso, de hecho lo aceleró, acercándome más a él. Al parecer, aún no se había dado cuenta de hasta dónde quería llegar yo; si así hubiera sido, me hubiera hecho cambiarme y ponerme un pijama de manga larga.
O a lo mejor no. Igual había cambiado de idea y quería intentarlo.
Decidí dejar de pensar, y eso hice. Sin dejar de besarle, me puse sobre él. Empecé a darle besos en el cuello, y Nathan gruñó. Se oyó un desgarre de tela, y de repente sus manos viajaban por la piel desnuda de mi espalda.
Me había roto el camisón, el muy bruto. Ahora que empezaba a gustarme. Pero no tardé en olvidarme de aquello. Enrosqué mis piernas con las suyas y mis dedos empezaron a desabrochar su camisa atropelladamente.
Me pareció una eternidad lo que tardé en quitarle la camisa, pero de verdad valió la pena.
Acaricié su pecho, que parecía esculpido en mármol. Y como el mármol, era frío, suave y duro. Cuando mis labios lo rozaron, se tensó y se incorporó con tal rapidez que me sobresalté.
-¿Qué pasa?
Nathan sujetó el camisón por mi espalda, para que no se acabara de romper. Suspiré para mis adentros.
-No podemos hacer esto, y lo sabes -dijo en un jadeo.
-Quieres hacerlo, y lo sabes -le rebatí. Que lo negara si quería, había visto -y sentido- su deseo.
-He dicho que no podemos, no que no quiera -dijo. Yo puse los ojos en blanco, sin quitarme de encima-. Chelsea, he estado a nada de perder el control. . .
-Pues hasta ahora lo estabas haciendo bastante bien -observé. Sólo me había roto el camisón; algo normal, dentro de lo que cabe.
-Y tú demasiado bien -me recriminó. Yo sonreí ampliamente-. No puedo perder el control. Podría hacerte mucho daño.
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La noche más oscura ©
VampireNueva York está sufriendo una oleada de asesinatos y misteriosas desapariciones. Chelsea Bennett, una de los mejores inspectores de la ciudad, se encargará de los casos, descubriendo cosas que nunca antes había imaginado que existieran: desde algo t...