Capítulo 20

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Poco después, terminé y empecé a recojer los platos. Nathan se levantó a ayudarme.

-Pero aún no me has explicado por qué tus ojos son verdes, y no rojos -le recordé.

-¿Pero, de dónde has sacado lo de los ojos rojos? -me preguntó.

-Bueno -¿por dónde empezar?-. Ayer -¿eso ocurrió ayer? Me parecía que hacía siglos de eso, cuando aún no creía en vampiros-, ayer hablé con un testigo que decía haber visto a una de las chicas desaparecidas. Un niño. Me la describió tal cual, pero sólo había una diferencia con las fotos que le enseñé: tenía los ojos rojos. Anoche, antes de llamarte, soñé que un hombre de ojos rojos entraba en mi casa e intentaba morderme el cuello con unos colmillos afilados. Entonces llegaste tú, y me defendiste -le expliqué, con un hilo de voz-. Hubo un momento en que te atacó, yo grité y me desperté. Fue entonces cuando te llamé, porque me di cuenta de que en el sueño grité por que me asusté por ti, ¿entiendes? Cuando el vampiro se había acercado a mí también me asusté, pero no fue ni la mitad de aterrador que cuando quiso hacerte daño a ti -hubo un momento de silencio. No hizo falta que me contestara, me lo dijo todo con los ojos. Después de unos minutos, seguí hablando-. Luego, cuando me he dormido aquí contigo, he tenido otro sueño. Estaba hablando con Vicky, la chica desaparecida, y me decía que dejara de buscarlas. A ella y a su amiga, Tammy. Decía que ahora tenían lo que querían, y ¿sabes qué? Tenía los ojos rojos.

Nathan siguió en silencio, y en silencio me abrazó. Me estrechó entre sus brazos, y deseé que pudiéramos quedarnos así para siempre.

-¿Crees que es verdad lo que te dijo el niño? -me preguntó, sin soltarme.

-Sí. Me fío de él -le aseguré.

-Si es verdad, esas chicas, al menos una de ellas, es un vampiro. Una Moroi, para ser exactos -le miré interrogante-. Los Moroi tienen los ojos rojos, todos. Nosotros no; nosotros conservamos nuestro color original, que se acentúa después de la transformación.

Por eso sus ojos brillaban de esa forma.

-La noche que te conocí -le conté-, aquella noche, fue horrible -recordé con un escalofrío. Nathan me cogió más fuerte-. Tuve unas pesadillas. . . Una de ellas, fue contigo. Veía tus ojos verdes, pero luego se volvían rojos.

Nathan se separó un poco, y posó sus fríos labios sobre mi frente.

-La próxima vez que tengas una pesadilla, estaré ahí para ti cuando despiertes.

Cerré los ojos.

-Gracias -le susurré.

-Y ahora, ¿qué quieres hacer? -me preguntó Nathan. Miré por la ventana. Hacía un día estupendo.

-Sólo me apetece acurrucarme contigo y ver una peli, para no enterarme de nada porque me la pase hablando contigo, o simplemente mirándote.

Cuando me percaté de lo que había dicho, fruncí el ceño.

-Dios -exclamé-. Me estoy volviendo una cursi. ¿Qué me estás haciendo?

Nathan sonrió.

-¿Qué crees que me estás haciendo tú a mí? Eso es lo que más me gusta de ti. Piensas que yo te estoy cambiando a ti, pero no sabes lo que estás haciendo en mí -ante eso no supe qué decir, así que prosiguió, como si nada-. Entonces, una película, ¿no?

-No estaría mal -dije encogiéndome de hombros.

Un rato después, intentaba concentrarme en la película que había escogido al azar, casi sin mirar, mientras Nathan se concentraba en mi rostro.

La noche más oscura ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora