Poco después, terminé y empecé a recojer los platos. Nathan se levantó a ayudarme.
-Pero aún no me has explicado por qué tus ojos son verdes, y no rojos -le recordé.
-¿Pero, de dónde has sacado lo de los ojos rojos? -me preguntó.
-Bueno -¿por dónde empezar?-. Ayer -¿eso ocurrió ayer? Me parecía que hacía siglos de eso, cuando aún no creía en vampiros-, ayer hablé con un testigo que decía haber visto a una de las chicas desaparecidas. Un niño. Me la describió tal cual, pero sólo había una diferencia con las fotos que le enseñé: tenía los ojos rojos. Anoche, antes de llamarte, soñé que un hombre de ojos rojos entraba en mi casa e intentaba morderme el cuello con unos colmillos afilados. Entonces llegaste tú, y me defendiste -le expliqué, con un hilo de voz-. Hubo un momento en que te atacó, yo grité y me desperté. Fue entonces cuando te llamé, porque me di cuenta de que en el sueño grité por que me asusté por ti, ¿entiendes? Cuando el vampiro se había acercado a mí también me asusté, pero no fue ni la mitad de aterrador que cuando quiso hacerte daño a ti -hubo un momento de silencio. No hizo falta que me contestara, me lo dijo todo con los ojos. Después de unos minutos, seguí hablando-. Luego, cuando me he dormido aquí contigo, he tenido otro sueño. Estaba hablando con Vicky, la chica desaparecida, y me decía que dejara de buscarlas. A ella y a su amiga, Tammy. Decía que ahora tenían lo que querían, y ¿sabes qué? Tenía los ojos rojos.
Nathan siguió en silencio, y en silencio me abrazó. Me estrechó entre sus brazos, y deseé que pudiéramos quedarnos así para siempre.
-¿Crees que es verdad lo que te dijo el niño? -me preguntó, sin soltarme.
-Sí. Me fío de él -le aseguré.
-Si es verdad, esas chicas, al menos una de ellas, es un vampiro. Una Moroi, para ser exactos -le miré interrogante-. Los Moroi tienen los ojos rojos, todos. Nosotros no; nosotros conservamos nuestro color original, que se acentúa después de la transformación.
Por eso sus ojos brillaban de esa forma.
-La noche que te conocí -le conté-, aquella noche, fue horrible -recordé con un escalofrío. Nathan me cogió más fuerte-. Tuve unas pesadillas. . . Una de ellas, fue contigo. Veía tus ojos verdes, pero luego se volvían rojos.
Nathan se separó un poco, y posó sus fríos labios sobre mi frente.
-La próxima vez que tengas una pesadilla, estaré ahí para ti cuando despiertes.
Cerré los ojos.
-Gracias -le susurré.
-Y ahora, ¿qué quieres hacer? -me preguntó Nathan. Miré por la ventana. Hacía un día estupendo.
-Sólo me apetece acurrucarme contigo y ver una peli, para no enterarme de nada porque me la pase hablando contigo, o simplemente mirándote.
Cuando me percaté de lo que había dicho, fruncí el ceño.
-Dios -exclamé-. Me estoy volviendo una cursi. ¿Qué me estás haciendo?
Nathan sonrió.
-¿Qué crees que me estás haciendo tú a mí? Eso es lo que más me gusta de ti. Piensas que yo te estoy cambiando a ti, pero no sabes lo que estás haciendo en mí -ante eso no supe qué decir, así que prosiguió, como si nada-. Entonces, una película, ¿no?
-No estaría mal -dije encogiéndome de hombros.
Un rato después, intentaba concentrarme en la película que había escogido al azar, casi sin mirar, mientras Nathan se concentraba en mi rostro.
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La noche más oscura ©
VampireNueva York está sufriendo una oleada de asesinatos y misteriosas desapariciones. Chelsea Bennett, una de los mejores inspectores de la ciudad, se encargará de los casos, descubriendo cosas que nunca antes había imaginado que existieran: desde algo t...