-¿De verdad es esto necesario? -me quejé con la mano de Nathan sobre mis ojos-. Odio las sorpresas, de veras.-No hace falta que lo jures -rió Nathan-. Ya estamos.
Oí cómo Nathan abría la puerta, y una vez lo hizo retiró la mano de mis ojos.
Era un estudio. Un auténtico y precioso estudio de dibujo y pintura.
La pared norte (respecto a la puerta) era de cristal y dejaba ver la zona este de Manhattan, el East River y Brooklyn. La pared oeste también era de cristal, y daba a la increíble piscina.
Una formación de varias mesas en forma de L se encontraba en la esquina izquierda. Pegada al cristal que daba a la piscina, estaba una mesa de escritorio, moderna, de cristal, y sobre ella un ordenador. Nuevo. Junto a la ventana, formando la L con la mesa de escritorio, se encontraba la mesa reclinable de dibujo que había deseado desde no sabía cuánto. Al lado, más pequeña, había una mesita con varios niveles en la que podía identificar clasificadores de lápices de colores y de témperas. El taburete, no muy alto, tenía aspecto de ser más cómodo que las sillas de mi casa.
También junto a la ventana que daba a la calle, había un elegante caballete de madera clara, acorde con el resto de la decoración. Al lado había una pequeña mesita auxiliar con ruedas, y encima pinceles, y un par de paletas.
La pared este, decorada con un grueso papel resistente que imitaba una pared de ladrillos, le daba un toque industrial. Había incluso un banco donde había más pinceles, botes de pintura, y de trementina. En el banco también había incorporada una pequeña pila, para enjuagarlo todo después de pintar.
También había estanterías repletas de libros de técnicas de dibujo, sobre cómo pintar con acuarelas, con óleo, etc.
En resumen, no le faltaba de nada.A mí, por el contrario, sí: palabras, me faltaban las palabras.
-Esto es. . .-empecé, luego me interrumpí-. ¿Qué es esto?
-Es un estudio -dijo Nathan claramente confundido por mi pregunta.
-Sé lo que es -le dije impaciente-. Me refería más bien a. . . . A qué significa esto.
-Es para ti.
Su naturalidad casi me ofendía.
-Y. . . ¿Por qué?
-¿No te gusta? -dijo con disgusto ladeando la cabeza, aún más confuso.
-Sí, por supuesto -dije rápidamente. Gustarme era poco-. Pero no sé porqué. . .
-Porque sí -me interrumpió sonriendo, satisfecho de que me gustara-. Esta habitación servía de almacén, así que se me ocurrió que podría ser un espacio para ti, ya sabes. Así, puede que te parezca cada vez más también tu casa, en vez de mi casa.
Eso es lo que más me conmovió, la verdad, y sobretodo la sencillez con que lo dijo.
-Pero vaya, esto es pasarse -seguí insistiendo. Era algo que no me gustaba, el que se gastara dinero en mí-. Con que me hubieras dado una copia de las llaves, lo hubiera pillado. . .
Nathan sonrió, y me tendió, efectivamente, lo que parecía ser una copia de las llaves de la casa.
-Ya lo tenía pensado -reconoció, mientras dejaba caer las llaves sobre mi mano-. Y bueno, pensé que aceptarías mejor una reformilla de nada a que te regalara algún tipo de joya -añadió. Luego hizo una mueca-. ¿O no?
-Desde luego -dije rápidamente. Estaba segura de que la reforma no había sido barata, pero sin duda la clase de joya que tenía en mente, fuera la que fuera, le saldría más cara-. Ni se te ocurra. . .
No me dejó terminar, supongo que fue porque ya se sabía mi discurso.
-En ese caso -dijo él, con satisfacción-, ¿lo aceptas?
-¿Tengo opción, realmente?
-En realidad, no -rió-. Porque lo dejaría así, y al final la tentación sería mayor que tu obstinación, y terminarías cediendo, y pasando horas aquí. Será mejor que lo aceptes desde el principio.
-Vale -suspiré. Era lo que me temía.
-¿Eso es un sí? -me pinchó.
-Sí -dije derrotada. Debería de estar encantada, y mi parte más egoísta lo estaba, pero aun así no podía creer que hubiera cogido una parte de su casa y la hubiera transformado sólo para mí.
-Tendrás que mostrar algo de entusiasmo con Kate, ya sabes, en su mayoría, lo ha decorado ella -me advirtió con una sonrisa.
-Os lo agradezco de veras -le dije sinceramente-. Pero no era para nada necesario.
-Eso ya lo sé -dijo poniendo los ojos en blanco, y a la vez agarrando mi mano para luego estrecharme entre sus brazos-. Pero quería hacerlo.
-No se te ocurra comprar ningún regalo más, Nathan -le advertí. No pude hacer uso de toda mi seriedad, de hecho mi voz sonó casi a broma, pero esperé que lo hubiera entendido, porque era algo que me preocupaba realmente. Ahora, ¿cómo iba a compensarle yo por este fantástico estudio, para mí sola, que me acababa de regalar?
-¿Ni siquiera por tu cumpleaños?
No supe del todo si lo preguntó de broma, o iba enserio.
-Ni siquiera entonces -le contesté.
-Ya lo iremos viendo -me contestó ligeramente. No hay nada que ver, le dije con la mirada-. Limítate a disfrutar de esto, ¿quieres?
Yo suspiré. ¿Qué iba a hacer con él? Como no quería discutir -nunca quería, por supuesto. Puede que Nathan fuera la única persona con la que realmente yo evitaba discutir, al menos seriamente-, decidí seguirle la corriente y dejarme llevar, por una vez.
-¿Y lo habéis hecho en dos días? -pregunté sin salir de mi asombro, mirando a mi alrededor. Aunque no sabía cómo o qué había antes en esta habitación.
-En realidad, estuviste hospitalizada dos y medio, ¿recuerdas? -puntualizó Nathan.
-Aun así.
Como si eso fuera una diferencia crucial, medio día más.
-Kate se ha encargado casi de todo. Yo sólo le indiqué lo que era necesario para que fuera perfecto -me dijo con una sonrisa, ya más contento de que yo pareciera aceptar su regalo-. Ahora dime, ¿he acertado?
-De pleno -admití, asintiendo con la cabeza. Así a simple vista, no parecía faltar de nada, y dudaba que realmente faltara algo-. Y la disposición está genial, ¿ha pensado Kate en dedicarse a la decoración?
Eso le hizo reír.
-Gracias -le susurré después.
-No ha sido para tanto. . .
-No sólo por esto -le interrumpí aún en voz baja-. Gracias, por todo.
Nathan me abrazó de nuevo.
-En todo caso, el que debería dar las gracias sería yo -dijo besando mi pelo.
Lo dudaba, lo dudaba mucho, pero no le respondí, me limité a cerrar los ojos y aspirar su delicioso aroma.
Había cambiado, tanto, que a veces ni siquiera yo me reconocía. Desde pequeña, empecé a levantar, sin darme cuenta, los muros invisibles con los que pretendí, durante mucho tiempo, evitar que nadie me hiciera daño. Hasta que llegó Nathan, y en muy poco tiempo, esos muros se derrumbaron como si nunca hubieran estado ahí.
Pero sí que habían estado, y me sentía tremendamente frágil por su ausencia; pero a la vez, cuando estaba con Nathan, me sentía tan invencible como él lo era realmente. O incluso más.
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La noche más oscura ©
VampireNueva York está sufriendo una oleada de asesinatos y misteriosas desapariciones. Chelsea Bennett, una de los mejores inspectores de la ciudad, se encargará de los casos, descubriendo cosas que nunca antes había imaginado que existieran: desde algo t...