Capítulo 11

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El sonido estridente sonido de mi móvil me despertó de golpe, y estuve a punto de caerme del sofá del susto.

Por un momento, no supe qué hacía en el sofá en vez de en mi cama, ni por qué entraba tanta luz por las ventanas del salón -demasiada, para la hora que se suponía que debía de ser-. Luego recordé mis pesadillas, mi delirio con el olor que aún asociaba con mi padre, todo. También lo ocurrido antes de entrar por la puerta de mi casa.

Me aparesuré a coger el móbil antes de que dejara de sonar. Era Mike.

-¿Qué? -dije con voz ronca y de mal humor.

-Uau -se oyó por la otra línea la voz de Mike, con un tono de burla-. Alguien se ha levantado con mal pie -resoplé y esperé que lo oyera-. Aunque al menos te has levantado. . . ¿Qué haces que no estás aquí? Hasta yo he llegado antes que tú al trabajo, ¿sabes qué hora es?

Sin contestarle, miré la hora en el reloj de la cocina. Eran casi las diez y media. Me había dormido. Recordaba que la última vez que miré la hora la noche anterior eran casi las cinco y media.

-Me he dormido -dije mientras ponía en marcha la cafetera. El dolor de cabeza aún seguía ahí, insistiendo en no dejarme pensar con claridad.

-Eso estaba claro -dijo él riéndose.

-Mike -intenté armarme de toda la paciencia y amabilidad que fui capaz en aquel momento-. No he pasado una muy buena noche, de verdad, no estoy de humor. ¿Podrías por una vez dejar a un lado las bromas?

No pareció darse cuenta de que lo decía en serio, aunque me hizo caso.

-Está bien -aceptó, aún de buen humor-. Pero sólo porque eres tú. Entonces, ¿le digo al jefe que en media hora estás aquí?

-Sí, por favor -exhalé al tiempo que me enfundaba los vaqueros.

-Entendido, hasta luego -se despidió.

-Adiós -le contesté y colgué.

Fui a la cocina y me serví una taza de café. Poco a poco, la cafeína empezó a correr por mis venas, y empecé a sentirme más despierta, con la mente funcionando correctamente de nuevo.

Cuando terminé fui al baño para aplicarme más pomada en la mejilla.

Mi cara iba a juego con el jersey azul oscuro que me había puesto aquel día. La zona del pómulo, que por la noche estaba empezando a ponerse morada, ahora estaba completamente violeta. No pude evitar las muecas de dolor mientras me ponía la pomada.

Ni siquiera intenté tapar el moratón con maquillaje, no valía la pena malgastar maquillaje, porque era imposible disimularlo. Aunque sí lo usé para disimular mis profundas ojeras, cosa que funcionó un poco.

Tenía que pensar algo para cuando me preguntaran lo que me había pasado en la cara, porque me lo iban a preguntar. Era lo malo de trabajar en la poli; a ver cómo me las apañaba para mentir a mis compañeros.

En el metro, estuve todo el trayecto pensando en posibles excusas. Se me ocurrieron un par, pero al final decidí improvisar. Si lo tenía muy preparado, iban a sospechar.

Cuando entré en la comisaría, la señora de recepción se me quedó mirando. La fulminé con la mirada y apartó la vista. Conseguí llegar hasta mi despacho sin cruzarme con ningún miembro de mi equipo, que eran los únicos que se atreverían a preguntarme qué me había pasado en la cara. Pero cuando llegué, Mike estaba sentado en su mesa, al parecer trabajando o algo así.

-Media hora exacta, muy bien -me felicitó mirando su reloj de muñeca. Luego levantó la mirada, y vi cómo le cambiaba la cara-. Pero ¿qué te ha pasado? -dijo preocupado mientras se levantaba.

-Oh, ¿esto? -dije disimulando-, no es nada. Es que anoche, haciendo la cena, intenté cojer la sal del armario de arriba, ya sabes, de ese que a penas llego poniéndome de puntillas. Había un bote delante, y lo empujé sin darme cuenta, y bueno. . .este es el resultado -dije señalándome la mejilla y encogiéndome de hombros. Esa no era la historia que había pensado, pero es lo que pasa cuando lo dejas todo a la improvisación. Me había salido bastante convincente, de todos modos. Al menos, Mike pareció creérselo, más o menos.

El resto del día transcurrió rápidamente -para mi suerte- entre interrogatorios (principalmente a sospechosos, aunque mis compañeros también me interrogaron a mí, por mi cara, mis ojeras y mi cansancio evidente) e investigaciones.

El día, y en resumen la semana -porque era viernes y el sábado normalmente no trabajaba- acabó sin que avanzáramos en la investigación. Andábamos en círculos. Si hubiera estado de humor, me habría desesperado. Pero eso podía esperar hasta la semana próxima.

Me daba vueltas la cabeza. No dejaba de pensar en los asesinatos, en esas heridas, en mi pesadilla, aquella en la que una criatura intentaba sacarme la sangre con unos grandes colmillos. Sin duda me estoy volviendo loca, me repetía una y otra vez.

No dejaba de pensar en Nathan, y no sabía muy bien por qué. No lo entendía, y eso me irritaba. Pero no podía hacer nada para evitarlo.

A las siete de la tarde salí del trabajo, y me fui directa a casa. Esta vez cogí un taxi, que me dejó en la puerta misma de mi apartamento, toda una comodidad.

Fregué los platos, hice la cama y ordené un poco el salón. Así me distraía. Después de ponerme ropa cómoda para estar en casa, cogí mi bloc de dibujo, un lápiz y me senté en la banqueta encajada en la ventana que había en el salón. Era mi lugar preferido para dibujar y leer, mis pasatiempos preferidos.

Miré por la ventana. Hacía realmente mal tiempo. Parecía a punto de llover, o incluso de nevar, ya que hacía mucho frío.

Empecé haciendo un esbozo de la calle, de lo que veía por la ventana. Las casas de enfrente, árboles, un paso de cebra, farolas, coches. Alguna persona de paso.

Dibujar me relajaba, me alejaba de mis problemas, desde que era pequeña. Me pagué unas clases de dibujo con el dinero que había estado ahorrando a los catorce años, me encantaba. Bueno, y me encanta. No es que sea muy buena, más bien normal, pero eso no importa. Estuve dibujando hasta que el sol se escondió. Aquella era la mejor luz, la del atardecer.

Como no tenía muchas ganas de cocinar -en realidad de lo que no tenía ganas era de limpiar los cacharros, ya que disfrutaba cocinando-, decidí pedir una pizza.

En lo que tardaba me di una ducha rápida y puse el telediario. En las noticias de Nueva York, lo más destacado, otra vez, eran los asesinatos y las dos desapariciones que nosotros estábamos investigando. Pero también era noticia en los canales nacionales, e incluso en algunos internacionales.

Trajeron la pizza y me la comí tranquilamente viendo capítulos repetidos de How I Met Your Mother hasta que se hizo lo bastante tarde como para acostarse un viernes por la noche.

Ya en la cama, me empecé -por enésima vez- Jane Eyre, unos de mis clásicos preferidos.

Pero Jane aún no se había librado de su tía, Mrs Reed, cuando advertí que se me cerraban los ojos de cansancio, así que apagué la luz y esperé a que llegara el sueño, esta vez sin pesadillas.

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Aquí ya el capítulo 11. Es más light que el 10 y el 11, pero conforme escribo esto estoy teniendo alguna que otra idea para el próximo capítulo.

Quería agradecer la oleada de lectores del otro día, o sea el libro pasó de 300 visitas a más de 600, vamos que no me lo creía. Y ahora ya son 700. Muero.

Y sin nada más que añadir (cosa rara) me despido. Muchas gracias a todos y a todas.

Daydreamer7799

La noche más oscura ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora