Capítulo 40

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-Vamos a FDR Drive, por favor -le dijo Nathan al taxista.

-Pero eso es el puerto -dije yo, extrañada. Después caí en que íbamos a la isla de North Brother. Y allí no había líneas de barco, porque aquella isla estaba abandonada-. Ah, claro; cogeremos un water taxi.

Kate se rió entre dientes, y Nathan me contestó:

-Algo así.

Llegamos en unos minutos. Pasamos por delante de donde salen los taxis acuáticos, pero no nos paramos allí. Iba a preguntarles, pero decidí esperar, por una vez, y les seguí hasta los muelles. Se pararon delante de una embarcación privada, no muy grande. Parecía estar pensada para la velocidad, aunque yo no entendía mucho de eso (y sigo sin entender) y tenía aspecto de estar casi nueva.

Hasta que no vi a Nathan y a Kate subiéndose, no lo entendí.

-¿Es vuestra? -pregunté, a pesar de estar comprobando que sí.

-Vamos, sube -me instó Nathan, tendiéndome la mano. La tomé y subí a bordo. Mientras, Kate toqueteaba los controles para ponerla en marcha.

-Llegaríamos antes nadando, la verdad -comentó Nathan. Pensé que estaba bromeando, pero al parecer lo decía en serio.

-Salvo por el hecho de que vienes tú -concluyó Kate, encendiendo el motor. Se dirigía a mí, por supuesto-. En ese caso, más bien llegaríamos mañana -dijo riendo. Yo puse los ojos en blanco y me senté en el mullido banco de piel. Nathan se sentó a mi lado, Kate nos miró y preguntó alzando las cejas-: ¿Conduzco yo?

-Sería un detalle, sí -le respondió Nathan pasándome el brazo por los hombros. Yo me recosté contra él, y Kate rodó los ojos.

-Sólo recordad que esto no es una velada romántica -rezongó mientras empezábamos a movernos. Nathan puso los ojos en blanco y yo me carcajeé.

-Si nos lo proponemos. . . -susurró Nathan en mi oreja, al tiempo que sus labios se posaban en mi mandíbula. Yo me reí flojamente, como pude, mientras mi cabeza se desconectaba del resto del cuerpo.

-Olvidáis que sigo aquí -nos recordó Kate con voz cansina.

-Eso es imposible, ni siquiera nos dejas intentarlo -dijo Nathan entre dientes, separándose lo justo de mí. Kate hizo como si no lo hubiera oído, aunque yo estaba segura de que sí lo había hecho. Me recosté de nuevo en Nathan y observé la ciudad de los rascacielos, a la que nunca me iba a poder acostumbrar.

El sol se ponía a nuestra izquierda; nosotros fuimos hacia el norte, hacia el interior del East River. Pasamos por debajo del Brooklyn Bridge, seguido del Manhattan Bridge y más tarde por Williamsburg.

-¿Qué piensas sobre mi supuesta sangre vampiro? -pregunté de pronto a Nathan, después de un rato de silencio. En realidad, quería hablar con él de esto más seriamente, y también con Kate. Que se tomara su tiempo para contestarme no me pareció muy buena señal.

-Pienso que, dadas las circumstancias, podría ser cierto -dijo despacio. Gotitas de agua helada me salpicaban el rostro-. Al parecer, tu madre lo demuestra.

-El sol no le afecta. Pero respecto a mí, como humana. . .

-No sé, no tengo la más mínima idea de lo que puede suponer para ti llevar sangre Strigoi en las venas. Puede que no signifique nada. Nunca te ha pasado nada; ahora que lo sabes, eso no tiene por qué cambiar. . .

-Puede que sea una señal -intervino Kate. Al instante, Nathan se tensó considerablemente, lo noté porque seguía sobre él.

-¿A qué te refieres? -le pregunté con curiosidad.

La noche más oscura ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora