El frío se apoderó del despacho cuando aquel desconocido entró y cerró la puerta tras él, y un escalofrío me recorrió la espina dorsal.
-¿Es usted Chelsea Bennett? -preguntó con una voz aterciopelada, que no hizo nada más que aumentar mi malestar. Tenía un acento rumano, o de una lengua similar.
Vestía de negro, llevaba guantes de piel y gafas de sol. Su pelo era negro como el carbón, y su piel, lo poco que pude ver de ella -parte del rostro-, era muy pálida.
Una idea me asaltó la mente. Era absurdo, ahora no podía empezar a ver vampiros cada vez que girara una esquina, pero. . .
-Inspectora Bennett -me presenté levantándome de la silla-. ¿En qué puedo ayudarle?
Él rio.
-A mí en nada, joven -dijo, a pesar de que tendría mi edad. Aparentemente.
-¿Podría quitarse las gafas, por favor? -le pedí fríamente. Él rio de nuevo.
-Eres lista; no entiendo entonces por qué. . .
-Las gafas, si es tan amable -repetí, interrumpiéndole.
-Oh, sí. Por supuesto. Pero antes, ¿le importaría si bajo las persianas?
-Adelante -le concedí entrecerrando los ojos.
Me senté de nuevo, ahora mucho más tensa. Mi mente trabajaba a toda velocidad, analizando todas las posibilidades. Mi pistola colgaba del cinturón, que a la vez estaba colgado al lado de la puerta. No me convenía ir a por ella. Me fijé en el abrecartas que tenía en la mesa, alargué el brazo y lo dejé más a mi alcance en caso de emergencia.
-Eso no te serviría de nada, pequeña. Ni siquiera contra uno de nosotros -dijo de espaldas a mí. Después de bajar las persianas, corrió las cortinas.
Así que mi primer instinto había acertado. Era un vampiro, un Moroi, ya que al parecer no podía darle el sol. Entonces, ¿cómo había llegado hasta aquí?
Se dio la vuelta, y se acercó al escritorio, sentándose delante de mí.
-Sabes lo que soy -afirmó quitándose los guantes. Yo le miré fijamente, insistiendo en silencio en mi anterior petición. Sonrió levemente, y se retiró las gafas de sol.
Sus ojos eran de un rojo intenso, brillante. El modo en que relucían me hizo pensar que había pasado poco tiempo desde la última vez que se había alimentado.
-¿Quién eres? -pregunté despacio.
-Eso no es relevante. Soy un vampiro. . .
-Eso ya lo sé -le interrumpí con acritud.
-Claro que lo sabes -dijo riendo-. Tu amiguito no te oculta nada, ¿verdad? Pero no puede ocultarte a ti. No sé a qué juega. No le entiendo.
-¿De qué hablas? ¿Qué es lo que quieres?
Mantuve la calma, o lo intenté. Aquella situación me estaba poniendo cada vez más nerviosa.
-Venganza -saboreó esa palabra durante unos momentos-. Muchos de nosotros la queremos. Llevamos muchos años deseándola, y ya puedo saborearla -se levantó de repente, se inclinó sobre la mesa y me agarró del cuello, haciendo que me levantara.
No me hacía daño, no estaba apretando, pero el hecho de tener aquella mano, helada, en mi cuello. . ., saber que, con un simple movimiento de muñeca, podía matarme. . . Pero me mantuve tan quieta como me fue posible.
-De hecho, puedo saborear tu sangre, la siento en mi boca. . . -gruñó, apretando, ahora sí. Intenté apartar su mano, pero no tenía nada que hacer. Era de hierro; y empezaba a dolerme un poco. Inspiré, como pude, y sentí que apretaba un poco más, levantándome del suelo. Estaba de puntillas-. . .Y es deliciosa -añadió quedamente.
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La noche más oscura ©
VampiriNueva York está sufriendo una oleada de asesinatos y misteriosas desapariciones. Chelsea Bennett, una de los mejores inspectores de la ciudad, se encargará de los casos, descubriendo cosas que nunca antes había imaginado que existieran: desde algo t...