CAPÍTULO 35

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Aiden

En medio de sonrisas vamos rumbo a la casa de los padres de Nate.

— ¿Sigues molesto por las flores?— de reojo veo como mueve sus manos nerviosa sobre su regazo.

Mi sonrisa se borra instantáneamente.

— ¿Te gustaría que yo le diera flores a otra persona que no seas tu? — respondo con otra pregunta.

— Claro que sí. Si son para tu madre, hermana, abuela...o simplemente para alguien que me caiga bien, puedes hacerlo— se encoje de hombros.

Por el espejo retrovisor veo el gran ramo de flores de varios colores para él.

— Como sea.

Ella se ríe y le extiende una de sus manos para que la tome y lo hago.

— No seas un celostín — arrugo las cejas y detengo el auto en un semáforo en rojo.

— ¿Celostín? ¿Qué es eso? — me giro para poder verla bien.

— Es por celoso pero con cariño. Además, que no se te olvide la bromita que me hiciste cuando me secuestraste por primera vez.

De mi boca no sale nada porque no sé de que me habla.

— ¿En serio? — dice, cuando nota que no sé — Las flores, cuando me dijiste que las flores eran para tu esposa.

Como un rayo llega a mi ese recuerdo y sonrío.

— Ya recordé— hago saber —. Solo estaba bromeando.

Vuelvo a poner el auto en marcha cuando el semáforo cambia a verde y el resto del viaje vamos en silencio pero con nuestras manos entrelazadas.

— No sueltes mi mano, brünette— pido ya fuera del auto.

Ya habíamos llegado a la casa de los padres de Nate; antes pasamos comprando pizzas y hamburguesas, para mi mejor amor y yo. Mily estaba descartada de esto porque debe comer bien y yo me encargo de eso.

— Ya escuché.

Lo hace y, con cuidado de que no tropiece con algo, avanzamos hasta la puerta.

— Cuidado se dañan las flores.

Dejo escapar un suspiro cansado y le digo que no se preocupe.

«Sí, en mi otro brazo cargo el ramo para él»

— Oh, buenas noches— dice una empleada cuando nos abren la puerta—. El joven Nate los espera en su habitación.

— Buenas noches para usted también— responde ella.

Me codea para que yo haga lo mismo.

— Buenas noches, gracias por decirnos — saludo sin ánimos de nada.

La joven mujer me sonríe y se despide para después perderse de mi vista.

— ¡AIDEN APRESURATE QUE TENGO HAMBRE!

El grito de una persona, como si estuviese perdido en alguna selva se escucha en todo el lugar.

Mr. Müller ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora