Capítulo Trece.

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9 de agosto, 2014.

Entramos a hurtadillas en la habitación de Jay, Hannah venía detrás de mí, ambas en pijama y descalzas, trataba de aguantar la risa para no despertar a mi mejor amigo. Ambas nos acercamos a él, dormía tan tranquilamente, como si nada lo aterrara o lo alterara. Como me lo prometió, su barba estaba de vuelta en su rostro, hasta dormido se ve jodidamente atractivo.

Abrí la tapa del frasco de miel que traía en mis manos, volteé a ver a Hannah y ella estaba agitando la lata de espuma para afeitar. Volteé el frasco y dejé caer el hilo dorado y dulce sobre la barba de Joshua, y su pecho. Retrocedí y esperé que Hannah hiciera su parte, no le tomó mucho tiempo llenar de espuma para afeitar toda la almohada de Jay, bordeando su cabeza y cuello, tuvo la delicadeza de dejar un poco de la misma espuma sobre la barbilla de mi amigo.

Saqué mi teléfono de la bolsa de mi short y capturé la escena en una fotografía, la cual obviamente iría a dar al teléfono de Mike y Scar. Del mismo modo en el que entramos, salimos. Me aseguré de deshacerme de las pruebas del delito. Ambas entramos a la cocina, comenzando a reír.

- ¿Qué crees que hará cuando se entere? - terminé de poner el pan en el horno y me senté al frente de ella.

- Entrará en crisis, correrá en nuestra búsqueda, cuando nos encuentre nos gritará, intentará molestarse, se irá a duchar, quizás no nos hable por un par de horas, pero al final del día se reirá y nos disculpará. - dije riendo. No es la primera travesura que le hago a Jay. Un portazo resonó en la casa, Hannah abrió los ojos a más no poder.

No tomó ni dos segundos cuando Jay estaba al frente de nosotras, en su pantalón de pijama, descalzo, sin camisa y con su cabello lleno de espuma para afeitar y su barba llena de miel. Su respiración estaba agitada, su pecho subía y bajaba con rapidez, pero sabía que no era porque hubiera corrido, más bien era la cólera.

- ¿¡Por qué demonios se les ocurrió esta grandísima estupidez!? - sus ojos estaban más oscuros de lo normal.

- Pensamos que sería gracioso - se adelantó Hannah a decir, golpeé mi frente con la palma de mi mano.

- ¿Gracioso? ¿Creen que llenar a una persona que está durmiendo con miel y esta mierda para afeitar, es gracioso? - Sus manos estaban formadas en puños.

Mi mejor amigo siempre ha tenido carácter fuerte, pero no es tan impulsivo como Mike o como yo, él aun así piensa lo que hace.

- Sí, parecía gracioso, por lo menos para nosotras. - volvió a contestar Hannah.

- ¿Piensas lo mismo Lauren? - su mirada cayó sobre mí.

Di un bufido.

- Sí, me pareció gracioso. No creí que hubieras perdido tu sentido de humor, hasta Mike se rió. - dije sin quitarle la mirada de encima.

- Mike se ríe de cualquier cosa.

- ¡Oh vamos! ¿Quién era el chico que amaba robar los dulces que su madre guardaba en la alacena? ¿Quién fue el que pintó la pared de la sala de estar en la casa? Esas bromas y travesuras te parecían graciosas.

- Sí, cuando era niño. Crecí, y deberías hacerlo tú. Ya es tiempo de que madurez.

Por un momento intenté calmarme, respirar y tragarme todo lo que estaba a punto de gritar.

- Vale tienes razón. - dije sin alzar la voz. Hannah nos miraba a ambos con mirada de confusión y como si no supiera si salir corriendo o defenderme.

Me levanté y pasé al lado de mi mejor amigo dirigiéndome a mi habitación.

***

"¿Podemos cambiar el café para otro día?"

En tu mente. [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora