Capítulo Veintidós.

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29 de setiembre, 2014.

Froté mis ojos con los dorsos de mis manos, una picazón en mi nariz me hizo inclinarme hacia el frente soltando un estornudo que puedo jurar tuvo que haber sido un huracán para los insectos que estaban en el zacate.

Pasar una semana con Hannah fue mala idea, ahora me encuentro algo resfriada.

Tomé el libro de nuevo y seguí mi lectura sobre la literatura hace algunos pares de años. Se supone que no debo venir a recibir clases, pero aun así debo venir a dar adelantos de mi trabajo de grado y a que mis profesores me ayuden con lo mismo.

Por otra parte, creo que en la universidad ha sido el lugar donde por lo menos no siento esa presión de que las personas que me rodean no me hablan, ya que en la oficina Jay no me dirige la palabra, no he tenido señales de vida de parte de Alex y a pesar de que Scar y yo estamos en la misma universidad, los días que debo venir ella no tiene ese horario.

Una sombra se posó al frente de mí, tapándome la luz del sol. Fruncí el ceño y levanté la mirada, aunque no dije nada. Él tomó asiento a mi lado, doblando sus rodillas y llevándolas hacia su pecho, rodeándolas con sus brazos. Volví a concentrar mi atención en el libro, aunque sinceramente con él al lado no me concentro mucho.

Cerré el libro, dejándolo a un lado. Imité su postura, pasé de nuevo el dorso de mi mano por mis ojos, me arden y están llorosos. Hoy debe de haber sido el peor día para verlo.

– ¿Ya tomaste algo? – preguntó en un tono preocupado. No pude evitar reír por lo bajo, una risa irónica. – Que esté molesto no significa que no me preocupe.

Mordí mi labio.

– Estoy bien. – como si mi voz lo hubiera planeado, me traicionó. Un tono gangoso resonó al final de la oración. Él asintió.

– Claro, se nota la salud en la que te encuentras. – dijo sarcásticamente.

Lo volteé a ver, sus ojos estaban en mí.

– Si viniste a remarcarme lo obvio, te lo agradezco mucho – mi voz se quebró y maldecí por lo bajo, aclaré mi garganta y seguí con mi frase. –, pero ya te puedes ir. No necesito que me señalen lo que está más que claro, ya había notado que estoy algo enferma. – dije y volví a tomar el libro e intenté concentrarme en la lectura.

Odio cuando me siento observada y en este momento me siento así, ya que tengo el par de ojos verdes sobre mí. Di un bufido y cerré el libro de nuevo. Miré mi teléfono, un cuarto para la una de la tarde.

– Te invito a almorzar. – escuché y negué con la cabeza.

– Tengo tarjeta para comer en el comedor de acá sin pagar y segundo, no tengo hambre. Gracias por la oferta. – Recogí mis cosas, guardándolas en mi bolso, le puse el separador a mi libro y lo metí en el bolso junto con lo demás.

¿Por qué eres tan terca?

Escuché lo suficientemente cerca para que mi piel se erizara con el contacto del aliento contra mi cuello, lo volteé a ver.

– ¿Dijiste algo? – él negó con la cabeza. Sacudí la mía y me intenté poner de pie.

¿Beth, me dejarás hablar contigo?

Llevé mis manos a mi cabeza y presioné mis sienes. Me dolía.

Quiero hablar contigo, chica del supermercado.

Mi cuerpo se tensó, un escalofrío me recorrió. Mis ojos se abrieron con sorpresa al igual que mi boca. Lo volteé a ver, él mantenía su sonrisa divertida en sus labios.

En tu mente. [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora