Cap. 47: Una verdad incuestionable

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Miró el plato que sostenía en sus manos, cubierto por un delicado mantel, y tomó aire como si necesitara armarse de valor. Su corazón latía más rápido, podía sentirlo. Ni siquiera entendía por qué se sentía tan nerviosa, no era como si no supiera exactamente lo que la esperaba tras esa puerta... ¿o no?

Negó levemente, como si se regañara; es que en ocasiones era realmente molesto cuando su mente inquieta se ponía a pensar de más y últimamente ese parecía ser su pasatiempo favorito. Finalmente levantó su puño dispuesta a tocar, pero antes de poder hacerlo, algo la detuvo. Voces. Probablemente él estaba ocupado.

Quizás... esto no era una muy buena idea después de todo.

- ¿Rin? - el sonido de la puerta abriéndose de golpe y la voz del señor Jaken la hicieron sobresaltarse - ¿Qué haces parada aquí como un fantasma?

La castaña llevó una mano a su corazón.

- Hola señor Jaken... me asustó.

- ¿Qué traes ahí? - le preguntó el hombrecito inclinándose a oler su plato.

Ella sonrió tímidamente y levantó su mirada hasta dar con el peliblanco.

Sesshomaru la observó desde su puesto por cortos segundos. Su cabello castaño caía por sus hombros, brillante y rebelde, y sus mejillas habían recuperado ese color rosa natural que extrañó la tarde anterior, cuando ella había llegado a hablarle a su despacho.

Y ahí estaba otra vez, sonriéndole como siempre y sin tener la más mínima idea de todo lo que provocaba en él con esas inocentes apariciones.

- Yo... preparé unos dulces para agradecerle al señor Ryo por habernos ayudado - decía -, y también quise...

Antes de que pudiera terminar, Sesshomaru se paró de su asiento y comenzó a caminar hacia la puerta.

- Debo ir a la ciudad - dijo, sin voltearse a verla.

Rin tragó pesado y bajó su mirada.

- Sesshomaru... - lo llamó.

Él se detuvo y se giró a mirarla por sobre su hombro.

- ¿Qué sucede? - preguntó con frialdad al ver que ella no decía más.

La castaña frunció su ceño y dejó escapar un leve suspiro de resignación. Finalmente tenía razón. Ir a verlo... no había sido una buena idea.

- Nada - murmuró rendida -, sólo... hay algunas cosas que me gustaría traer de casa, me preguntaba si será posible...

- Escribe lo que necesites y dáselo a Jaken - respondió y siguió adelante como si nada hubiese ocurrido, con su caminar tan imponente y elegante como de costumbre.

Y ella se quedó ahí de pie, sin saber realmente qué pensar, hasta que la voz del señor Jaken la distrajo.

- Rin...

- Dígame, señor Jaken.

- ¿Crees que también haya algunos dulces para mí?

Ella le sonrió débilmente y le entregó el plato que llevaba.

- Espero que los disfrute, señor Jaken.





El peliblanco salió de su habitación luego de alistar los últimos detalles y se encaminó hacia el auto que lo esperaba listo para partir. Antes de subir, se volteó a ver la gran casa que se alzaba a sus espaldas entre los frondosos bosques.

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