Capítulo 69

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<Cristian>

Sentía tanta ira, tenía celos, no quería que alguien más se involucrara con ella, no podía permitirlo, y lo peor de todo es que tampoco quería que ella supiera cuánto me gustaba.

Sara me llamó y me pidió que fuera por ella, así que me levanté de la cama y me dirigí hacía su casa.

Minutos después llegamos a mi casa.

—Hola Sara!. —se acercó Marcos. —¿Sabes que le pasa a Cristian? Desde que llegó a estado más amargado de lo normal

—Cállate, sólo tengo estrés. —Fruncí mis cejas —Subamos. —Miré a Sara

Ella sólo asentó con su cabeza y me siguió por las escaleras, entramos a mi habitación y me acosté en la cama.

—¿Quieres salir o algo?, ¿qué quieres hacer?. —Pregunté con seriedad

—¿Ahora si me dirás qué sucede?. —Se sentó en la cama

—No es nada... Sólo tengo estrés. —Puse mi brazo encima de mi rostro, logrando tapar mi vista

Sentí como se subió encima mío, sentándose en mi regazo, de inmediato quité el brazo de mi rostro y abrí mis ojos; Sentirla así de nuevo, ver sus grandes muslos encima mío, llevábamos días sin tener sexo.

—Entonces... ¿Es estrés?. —empezó a moverse en vaivén

Empezó a subir suavemente mi camisa, bajando su cabeza hacia mi pecho, dando pequeños besos mientras intentaba subir a mi cuello.

Sus palmas se llenaron de la piel de mi rostro, juntando sus labios con los míos, fue inevitable no agarrar su cuerpo entre mis manos, sus besos apasionados desataban mis deseos hacía ella.

Su mano se metió debajo de mi pantalón, sacando mi miembro al aire, ella misma corrió su ropa interior y su short debajo de su falda, y se sentó de nuevo metiendo mi pene entre su intimidad.

—S-Sara...

—Déjame quitarte un poco el estrés. —Empezó a saltar con brusquedad —Aahh!!. —Gimió —Me encanta mucho tu pene. —Gimió más fuerte

Dios!! Cómo me encantaba escucharla así, y se movía tan malditamente delicioso.

La tomé del cuello y la volqué a la cama, dejándola debajo, atrapada en mi cuerpo, abrí sus piernas y empecé embestirla fuertemente, a ella le encantaba que le diera fuerte.

—D-Dame más duro. —Gimió, y sus manos apretaron mi cintura

Santísimo! Era un deleite para mi verla disfrutar, y por supuesto que sus deseos eran mis órdenes, sin pensarlo lo haría.

Con mi mano derecha la tomé de su cuello, con la izquierda empecé a mover sus labios vaginales, con unos de mis dedos frotaba su clítoris para darle más placer, mientras la embestía más fuerte como me lo había pedido.

Nuestros gemidos y el choque de nuestra piel era la melodía del lugar, todo era placentero para ambos, estábamos en un disfrute indescriptible.

—Aahhh... P-Para, P-Por Favor Pa-ra.

—¿Quién es tu dueño?... Dime.

—T-Tú.. T-Tú Eres. —Respondió entre gemidos —P-Para por favor. —Sollozó

Mi última embestida fue la más fuerte, su cuerpo tembló y me desbordé dentro de ella, pues ambos habíamos llegado al clímax.

Me tiré al costado de la cama, mi respiración seguía agitada, me encantaba escucharla así, era un deleite poder tocarla y complacerla.

Sólo nos quedamos acostados en silencio, y en menos de lo esperado ya la luna nos acompañaba.

Ella volteó su cuerpo quedando frente a mi, postró su mano en mi rostro y soltó una gran sonrisa deslumbrante, sus ojos brillaban más de lo habitual, se veía completamente hermosa, como una Diosa.

Su rostro se acercó al mío y me dio un pequeño beso cálido, me sentí ganador de poder tenerla conmigo, pero el recordar que sólo era su amigo hacía que mi corazón se entristeciera.

Sólo pude admirarla unos instantes sin que ella se diera cuenta, y en unos minutos fui a dejarla en su hogar.

Al regresar a mi casa me recosté de nuevo en mi cama, y la fría noche abundó mi habitación, el miedo resoplaba en mi cabeza, sólo podía pensar en que no quería que ningún hombre más tocara su cuerpo, quería gritarle al mundo que ella era mía, que yo era el dueño de su piel y de sus besos.

El miedo de dañarlo todo y perderla, invadía todo mi ser, el pensar que cada vez me estaba enamorando más, me hacía sentir un tonto por completo, y es que desde el principio nunca debí aceptar nada de esto.

Ni si quiera sabía que hacer con estos sentimientos, no quería que ella se diera cuenta, y sin pensarlo me di cuenta que tanto miedo le tenía al rechazo.


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