19.Tres pasos para seguir adelante(Parte 1)

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En el espacio de dos días Luciel esperó paciente a llegar a un pueblo.

Su necesidad de pasar la noche con alguien, lejos de mejorar o estar mucho más controlada, en ocasiones podía ser mucho más problemática que antes. Dio a correr rumores sobre él rápidamente en la ciudad de Ilyberk, ignoró a los oídos de quien llegaron pues el único que lo llegó a cuestionar fue el vicario Worzak. Mantener una imagen de sí mismo era algo que no buscaba con todas esas personas, en parte era la misma razón por las que muchas de las aristócratas y nobles lo buscaban sin el más mínimo pudor. Negarse fue un logró que portaba con más orgullo que el cambio en su físico.

Airan paseaba como una nublosa capa de palabrerías que lo incitaban de vez en cuando al conocer mujeres nuevas y la diferencia de edad de Luciel con sus mentoras no era una frontera para sus lujuriosas ideas. Ello en parte propició a Luciel a investigar más sobre su propia mente y cómo podía parar de pensar en satisfacerse. Los milagros, su única opción, que a decir de cualquier otro santo que llegase a saber lo que intentaba, las investigaciones que llevaba a cabo, la sola idea era por mucho una afrenta contra Gabriel mismo.

Los límites de los milagros eran inexistentes a los ojos de muchos ignorantes, en los libros se encontraban hazañas tan variadas e inexplicables que solo podría atribuir a lo que diría un juglar borracho que se le han acabado las historias para contar. Luciel sabía muy bien que eso era una mentira, para quien sea que pudiera hacer uso de dicho poder o milagros, lo sería. Las almas escuchaban pedidos y solo apoyarían algo de lo que fueron convencidas. "Las palabras de Gabriel eran escuchadas a través del alma de los santos" o al menos eso decía la iglesia. Verdades a medias juzgaba Alastor, sin mediar nunca sus pensamientos. Para Alastor las almas escucharán a cualquiera que les diera las razones suficientes, como cualquier pueblo seguiría a un loco rey a la guerra, solo por las razones suficientes.

Sus estudios en la academia fueron limitados, ya que los santos deben guiarse a sí mismos en la penitencia que han de cumplir. Flagelantes del camino que tomen, para muchos el sufrimiento que viven al realizar los milagros es una prueba de que esos milagros son una bendición que no deben explotar, una prueba y tentación que deben mantener en su corazón durante toda su vida. Los brujos, solo almas errantes que cayeron en el pecado, incapaces de aceptar a Gabriel como su única guía, pierden la cabeza rápidamente por la penitencia que han de llevar.

Usó todo el tiempo que podía durante toda la primavera he incluso ahora que volvía a tomar camino con sus nuevas mentoras para realizar pequeños milagros y probar qué era aquello que podía realizar con la meta de salir bien parado de su encuentro con Agony. Sin las pruebas necesarias, cavilaba que la única forma de mentirle al director Abraham era que él mismo creyese su mentira. Por lo cual idear alguna forma de afectar su propia mente y recuerdos se convirtió en su fin. No era ningún disparate, mientras el Saeya afectaba los sentidos propios y creaban una ilusión de lo que fuera, sus milagros le permitían transformar y crear en el mundo a su alrededor, y más importante afectar la conciencia de una o más personas.

Cultivó y probó las capacidades de su resistencia al sufrimiento y estrés que dejaban en su paso las almas. En principio creyó que traer a alguien de la muerte era lo más difícil que podía llegar a desear una persona, cosa que sabía por sobre manera era imposible. Las almas no regresarán a cuerpos que no les pertenecen y aun si lo hicieran se convertirían en monstruosos seres como los que crean los Cuervos de Bertrand. Decidió entonces crear vida, algo que sus maestros verían como un sacrilegio y sus propias voces internas dudaban si intentar. Y entonces, creó plantas de la nada, exigiendo horas para acumular las almas suficientes y un agudo efecto secundario que lo mantuvo casi toda la tarde en cama.

Su esfuerzo tuvo frutos «Demandante, pero no imposible —Pensó luego de aquel logro».

Investigó en la espesa biblioteca de la catedral de Betzaida acompañado de Adelayn y Eoin, sobre animales y plantas originarios de los bosques de las estaciones. Extrañas y únicas criaturas que describían a veces con más o menos claridad. Rebuscaba en diarios de viaje de la familia Desai donde detallaban el funcionamiento de sus cuerpos, de la misma forma en que algunos médicos podrían hablar sobre el cuerpo humano. Abygail Sailzirk relataba una exhaustiva búsqueda de la misma forma, con la sola diferencia en que se centraba en insectos y animales pequeños con extrañas forma de supervivencia, la mujer llenó páginas enteras de una docena de libros a su nombre. Luciel aprendió entonces lo complicada que era la existencia del más pequeño animal y como todos se adaptan para continuar avanzando.

Ello creó en Luciel la idea de continuar con su investigación sin importar donde lo llevara.

Creó pequeños animales a imagen de las palabras que él aprendió leyendo y con su nuevo conocimiento las voces que debía reunir para realizar el milagro bajaron considerablemente. Sin mente propia, sus creaciones se movían como títeres que seguían una sola orden, conectados al alma de Luciel le recordaban un pecado más que cargaría. Desafío entonces una idea más, tomar las memorias de alguien. Y entonces usó al catatónico Worzak como sujeto de pruebas, tanto tiempo sin poder siquiera articular una palabra, era una miserable vida que el vicario no podía disfrutar. Luciel le arrebató ese día de su mente, un instante de la vida del vicario dejó una estela de recuerdos en la cabeza de Luciel. Pidió por la liberación de Worzak y privarlo de esa memoria, en un tardado ritual que le tomó casi una hora entera, las almas aceptaron causando en Luciel un dolor que habría parecido insoportable antes, más ahora eran centenares de voces e imágenes más en el abismo del pozo.

Investigó hasta el cansancio sobre la mente humana sin ningún resultado, intentó comprenderla por su cuenta y no llegó a nada. Devastado continuó, era como investigar sobre las propias voces con nombre que lo atormentaban a veces, y lo cuidaban casi siempre. Luciel y Alastor no desistían de ello, mientras Lucy advertía de lo dañino que podría ser para ellos esa obsesión. Olvidar para ella era lo mismo que huir, no era una solución, no, nunca lo sería.

Ahora Alastor practicaba comprender más de la mente, descifrar lo suficiente como para que pudiera usar este tipo de milagros a su gusto. Alastor había perdido el miedo a crear cosas más allá de sus capacidades y Luciel apartaba el rostro cada vez que lo hacía. Dormía para no tener que enfrentarse a la idea de perderse más a sí mismo, olvidar el recto y divino camino de Gabriel.

Para dormir se imbuía en la calma del pozo, en la imagen del pueblo entero antes de siquiera poder intentarlo. Con los meses lo supo, se libró de tener que tratar con urgencia, la adicción no lo aquejaba, ahora la picazón en su cuerpo, el frío sudor que acompañaba a sus noches y la ansiedad constante eran causados por el mismo. La culpa lo consumía como fuego a una vela, podía ocultar fulgor que despedían sus pecados, pero nunca cuan derretida la vela se hallaba. Se flagelaba en pensamientos cada noche preguntado a los murmullos si sus amigos aún serían capaces de reconocerlo, si Sahely sería capaz de perdonar a alguien como él.

Dormía forzando un vacuo sentimiento en su ser,no era él, había dejado de ser.  

Nacido del DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora