Banana

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A medida que las horas pasaban, el cansancio y la pesadez se volvían más agudo, provocando que mis párpados se sintieran pesados. Me decía a mí misma que debía quedarme despierta, pero realmente por más que luché contra mi propio cuerpo, fue inevitable no caer en los brazos de Morfeo. 

Cuando desperté, quedé sentada en el sofá de golpe. Mi cuerpo estaba cubierto con una de las sábanas que le había dado, incluso me colocó un cojín debajo de la cabeza. ¿En qué momento lo hizo y no me di cuenta? 

Saqueé la casa, pero no lo vi por ninguna parte. ¿En qué momento se fue? ¿Será que lo hice sentir muy incómodo y por eso decidió irse?

Sobre la encimera de la cocina dejó una banana y se llevó el resto. Debería apodarlo como el roba bananas. Que sujeto tan extraño. De todas las cosas que pudo llevarse mientras dormía, solamente se llevó eso. Supongo que lo juzgué mal. 

Durante todo el día estuve con ese tipo rondando mi cabeza. No podía concentrarme en el trabajo, pues el cargo de conciencia era más. Incluso mi amiga opina que fui muy dura con él, pero ¿cómo no iba a serlo? Es un desconocido quien invadió nuestra casa a mitad de la noche y desnudo. Además, confesó haber estado siguiéndome. 

Cuando regresé a casa a preparar la comida, la guardé en varios envases y decidí hacer una porción extra. La última banana que dejó la guardé junto al envase en una bolsa aparte del resto. 

Hice mi recorrido como de costumbre antes de llegar al restaurante, pero no logré verlo por ninguna parte, por lo que al final, simplemente me enfoqué en la presentación para luego ir a buscarlo. 

Él dijo que se estaba quedando debajo de un puente, y el único puente que conozco queda a unos quince minutos caminando. Cuando llegué al lugar, vi varias casetas formadas de cartón y sábanas. No se veía un lugar seguro para andar sola, pues había más hombres que mujeres y todos ellos se me quedaron viendo extrañados. Debe ser difícil vivir en estas condiciones. 

Me acerqué tímidamente a preguntar sobre ese hombre, dándole las características físicas que recordaba y todos señalaron a un mismo sitio; el fondo, que es mucho más oscuro, dónde la fogata que tenían encendida ni siquiera alumbrara lo suficiente. 

Lo pensé por unos cortos segundos, estaba dispuesta a marcharme, pero al mismo tiempo, el cargo de conciencia volvió a restregarme en la cara que soy una grandísima tonta y cobarde. 

Me adentré a lo más profundo, usando mi celular como linterna. Debía ver el camino, así estaba alerta de cualquier peligro. Mis pasos resonaban al mismo tiempo que una gotera se oía. ¿Dónde se ha metido este hombre? ¿Se estará ocultando de mí? ¿Hasta dónde debo llegar para encontrarlo?

Iba a darme por vencida, porque llegué al fondo y no lo encontré. Fue cuando oí distintos pasos aproximarse a la zona en que me encontraba y me dio muy mala espina. 

—¿Dónde se metió esa mujer? No puede estar lejos. 

Alcancé a ver un grupo de hombres y los reconocí por la voz, estaba segura que eran los mismo que me indicaron venir aquí. Sabía que me había metido en la boca del lobo y todo por haber renunciado voluntariamente al sentido común que me alertaba del peligro. 

Me escondí detrás de la columna, mi teléfono no tenía señal, por lo que mi primera reacción fue buscar en mi chaqueta el gas pimienta. Estaba dispuesta a usarlo sin pensarlo, si alguno de ellos se atrevía a acercarse. 

Sujeté la bolsa con fuerza y mantuve apagada la linterna del teléfono con tal de no ser encontrada por ellos. Mis piernas temblaban de miedo, no podía controlarlo. Sus voces se oían cada vez más cerca, tanto como sus pasos. 

—¿Qué demonios es eso? 

Escuché el sonido de un cristal rompiéndose, seguido a eso, sus repentinos gritos, más la carrera que dieron. No me explicaba qué estaba sucediendo, el porqué huyeron despavoridos. De algo estaba segura, y es de que si antes no quería salir, ahora mucho menos. 

Volví a oír unos pasos acercándose a donde me encontraba y aguanté la respiración, presionando la bolsa entre mi mano y con la otra el gas pimienta. 

—Banana — reconocí la voz gruesa y varonil de ese hombre. 

Luego de la tensión, por fin pude soltar por completo el aire y suspirar aliviada. 

—¡Es la primera y última vez que te visito! 

Olfateó la bolsa como si fuera un cachorro y sentí su aliento en mi mano. 

—Deja de comportarte como si fueras un cachorro — encendí la linterna de mi teléfono y él se apartó de golpe—. ¿Qué pasa? 

Noté que le incomodaba la luz, solo por eso la apagué y él volvió a acercarse a la bolsa. 

—Te he traído comida y… 

—Banana… — me arrebató la palabra de la boca. 

¿Cuál es su obsesión con las bananas? ¿Acaso no piensa en nada más? 

En las sombras III •Tetralogía Mortal• [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora