Exhibicionista

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Si algo he aprendido en el transcurso de mi vida, es que para alcanzar tus sueños debes trabajar duro. El éxito o las oportunidades jamás vendrán a tocarte la puerta.

Me mudé hace ocho meses con mi amiga Jeniffer, en busca de estar más cerca de alcanzar mi sueño de convertirme en una cantante profesional y reconocida. Me he abierto oportunidades desde que llegué, actualmente canto en un restaurante por las noches y, aunque me ha llovido una que otra oferta, en la mayoría he descubierto que quieren cambiar mi estilo. Dicen que solamente con mi voz no podré llegar muy lejos, que debo estar dispuesta a hacer ciertos sacrificios. Todos han sido unos descarados y viejos verdes, que a leguas se les nota sus malas intenciones.

En mi país natal, para que te tomen en consideración para entrar en un programa de talento, es bastante complejo. Dejando a un lado los requisitos, los jueces que eligen no son muy profesionales que digamos. Además, en las escuelas de canto, te cobran demasiado y no aprendes nada. Por esas y más razones decidí mudarme a los Estados Unidos en busca de nuevas oportunidades.

Jeniffer y yo vivimos solas. Mientras que ella trabaja como estilista, durante la mañana asisto a la clínica veterinaria de una amiga que conocí en el mismo vuelo en el que vine y me dio una oportunidad de trabajar como ayudante. Me encantan los animales, si fuera por mí, convertiría esta casa en un refugio de animales.

Suelo alimentar a los animales que me encuentre por la ruta hacia el restaurante. Aunque me gustaría poder ayudarlos a todos y llevarlos a un lugar seguro, no cuento con las debidas comodidades, mucho menos estoy bien parada como para cubrir todas sus necesidades. Hago lo que puedo.

Le dejé preparada la comida a mi amiga antes de salir de casa. Me cubrí con una chaqueta larga y negra, pues no solo me cubre del frío, sino que no permite que mi vestido se estruje.

De camino solo me detuve a darles de comer a los perros callejeros. A algunos de ellos los veo a diario y me escoltan al restaurante. Son muy inteligentes y cariñosos. Les gusta que los acaricie, por eso salgo con tiempo de casa.

Estar en el pequeño escenario, rodeada de personas, es como una terapia para mí. Es mi espacio personal, donde puedo ser yo. Siempre doy lo mejor de mí en cada presentación, aunque la mayoría de las personas estén centradas en el plato o dialogando las unas con las otras. La música es mi pasión. A mi madre siempre la he considerado mi inspiración y mi primera y gran admiradora. Siempre he dicho que heredé ese amor por la música por ella y mi padre. Antes, ella cantaba en el coro de la iglesia, mientras que mi padre tocaba la guitarra y el piano. Todo lo que soy y todo lo que he aprendido es gracias a ellos.

Cuando finalicé la presentación, me despedí de los músicos y, por supuesto, de mi jefe. De camino a la casa, solo podía contemplar lo hermosa que se apreciaba la luna. De repente, un escalofrío se situó a la altura de mi nuca y en mi espalda baja. Lo describiría como una sensación de que alguien me estaba mirando. Existen muchos peligros en las sombras que acechan a quien ande solo, es por eso que siempre cargo con un gas pimienta en mi chaqueta.

En estos días, las noticias no han sido para nada alentadoras, con los extraños sucesos que han estado ocurriendo hasta a plena luz del día.

Mis zancadas eran rápidas, quería llegar a la casa de una vez y por todas. No vi a nadie detrás de mí en ningún momento, pero todavía tenía los vellos de punta. Jeniffer me recibió con un cálido y gigante abrazo como de costumbre. Pude sentirme tranquila y segura cuando cerré la puerta con seguro detrás de nosotras.

—¿Cómo te fue? — me ayudó a quitar la chaqueta y la colocó en el armario del lado de la puerta de entrada.

—Bien, ¿y a ti?

—Bien. Estoy agotadisima. No veo la hora de violar la cama. La comida te quedó riquísima. Me llevaré el sobrante para el almuerzo de mañana. Por cierto, tu mamá me llamó.

—¿Y eso?

—Me pidió que la llames. Al parecer se ha estado tratando de comunicar contigo, pero no le has contestado.

—Supongo que se le olvidó que no hay buena señal en el trabajo. Iré a bañarme y luego la llamo. Muero por un baño caliente.

Después del baño, llamé por videollamada a mi mamá y estuve hablando con ella, poniéndola al tanto de todos los pormenores de mi día a día. Estaba en la cocina, preparándome el té que me ayuda a conciliar el sueño, cuando oí un extraño sonido proveniente de la sala. Sabía que Jenniffer iba a antojarse también de té.

Dejé el teléfono sobre la encimera y me asomé a la sala para preguntarle la cantidad de azúcar que esta vez pediría, pues en ese aspecto es bien cambiante, pero para mi sorpresa, no la visualicé por ninguna parte. Tal vez se fue de vuelta a dormir.

Me encogí de hombros para regresar a la cocina, cuando mis pasos se vieron interrumpidos por la figura de un hombre alto, desnudo y de espalda en medio de la cocina. Su espalda ancha tenía una extraña mancha que le llegaba hasta la mitad de la espalda. Sus brazos contaban con bastante volumen, igual que sus piernas. Era una monstruosidad de hombre. Su cabello largo, lacio y negro caía un poco más arriba de su codo.

Quedé petrificada, sin atreverme a mover ni un solo músculo. Mi primer pensamiento fue el gas pimienta, pero no lo tengo encima. Está en mi chaqueta.

Con tal de no preocupar a mi madre y al no conocer las intenciones de ese sujeto, decidí retroceder con cautela. La tensión se percibía en el aire. No sé cómo entró o cuáles son sus razones para haber invadido nuestra propiedad, pero de algo estaba segura, y es de que no iba a preguntarle. Las preguntas se hacen cuando se está en total control de la situación.

Volví a frenar de golpe, cuando vi que tomó de la taza de té que había preparado. Me dio la impresión de que tenía sed. El teléfono llamó su atención, porque lo tomó en sus manos también y cuando vio el rostro de mi madre, ladeó la cabeza.

—¿Hola? ¿Quién es usted? — le preguntó mi madre.

Tuve la impresión de que al escuchar la voz de mi madre o el simple hecho de verla al otro lado lo asustó, porque agitó el teléfono y se lo llevó al pecho, como en busca de ocultarse. Volvió a despegarlo para darle vueltas al teléfono en su mano. No sé qué estaba buscando, tampoco fue posible ver su reacción debido al ángulo.

Lo peor de todo y lo más impactante es que fue muy tarde cuando caí en cuenta de lo peligroso que era lo que estaba haciendo, pues la cámara estaba activa todavía y mirando en una dirección que no debía.

—¡Ave María purísima! — exclamó mi madre.

Bajo presión levanté la silla con mis dos manos y le señalé con ella.

—¡Suelte mi teléfono en este instante, maldito depravado exhibionista!

Era una penosa, inquietante y vergonzosa situación, donde no sabía dónde meterme. Si antes tenía miedo, lo tuve mucho más cuando se volteó hacia mi dirección sin pena alguna, enseñando descaradamente todos los atributos que Dios le dio. 

Sus ojos eran de color café claro. Poseía una belleza singular, un porte bastante elegante, aunque su expresión era sumamente seria. Fui analizando con detenimiento sus características físicas, su rostro casi perfecto, nariz perfilada, una barba que, a pesar de no estar alineada o bien cuidada, no le restaba mucho a su apariencia. No lucía como un vagabundo o alguien que llevara una mala vida. ¿Será un criminal que está siendo buscado por la policía? Surgieron muchas interrogantes.

Fui bajando por sus gigantes pectorales hasta frenar en sus abdominales. No los tenía marcados, pues era algo voluptuoso en esa parte. Entonces, dejando a un lado eso, logré llegar a la raíz... a la raíz principal. Entendí en ese instante la razón por la cual mi madre reaccionó así.

Su descaro no tiene límites. A pesar de verme ahí parada, no se inmutó en taparse. Cualquiera diría que ese sinvergüenza buscaba exhibirse a propósito. No me daba la espalda, porque sería un error, pues no debo perderlo de vista, ya que aún no sé qué hace aquí y si realmente es peligroso.

En las sombras III •Tetralogía Mortal• [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora