—¿Quién demonios eres? — le cuestionó Doce.
—¿Realmente no me conoces, hijo? — terminó rompiendo los vidrios restantes y accedió a la casa.
¿Hijo? ¿Es esa cosa la madre de Doce? Él se veía confundido con su pregunta, por lo que no puedo saber si es cierto o no.
—Mi sangre te llama, ¿no es así?
—Yo no la conozco. Jamás en mi vida la había visto.
—Oh, ¿ya no me recuerdas? Que hijo tan ingrato. Te cargué en mi vientre por mucho tiempo y así me pagas.
Jenny colapsó en los brazos de Doce y la mantuvo bien sujetada. Se veía muy mal y pálida.
—¡Jenny! — quise acercarme, pero Doce no permitió que lo hiciera.
—No te le acerques. No sabemos si pueda contagiarte.
—Se ve seria la situación — dijo esa mujer, refiriéndose a Jenny—. Yo sé cómo ayudar a tu amiga. Soy la única que tiene el antídoto para salvarla.
—Si de verdad lo tiene, ¿por qué no ha evitado que ese virus se siga propagando? ¿Realmente pretende que le crea una sola palabra? — le cuestioné.
Esa mujer no me da buena espina.
—Si no quieren mi ayuda, entonces no quiero lamentos. Eventualmente ella morirá, así como han muerto la mayoría de los infectados. A esos inútiles les ha costado encontrar el único y exquisito remedio para combatir este “mal”.
¿Jenny morirá? No, no puedo permitir eso.
—Por favor, díganos cómo ayudarla— le pedí.
—Lo haré. Siempre y cuando él venga conmigo.
—¿Qué quiere de mí, señora?
—En muy poco tiempo lo sabrás.
No veo ninguna chispa de buena intención en esa mujer. Dudo mucho que vaya a ayudarnos. Observa a Doce de una manera un tanto perturbadora, como si quisiera destruirlo.
—Él no va a ninguna parte con usted. Si no quiere ayudarnos, perfecto, encontraremos la manera de ayudarla por nuestros propios medios.
—Bien. Tú lo pediste — sus uñas negras y puntiagudas se alargaron más de lo que alguna vez hubiera visto en alguien, como si ella misma controlara su crecimiento.
—Si su problema es conmigo, bien, podemos resolverlo, pero a ella no la meta en esto.
—Qué conmovedor. Por lo visto, todos mis hijos están cortados con la misma tijera. Todos tienen la misma ridícula atracción hacia las mujeres cobardes e insignificantes. No tengo mucho tiempo. Esos idiotas están a punto de llegar aquí.
—¿Quiénes? — indagó Doce.
—Tus hermanos.
¿Hermanos? Me quedé patidifusa.
—No dejaré que te lo lleves. Sé muy bien que no tiene buena intenciones con él. Dicen que los ojos son el espejo del alma, y déjeme decirle que si debo juzgarla en base a lo que veo, así de podrida como está por fuera, de la misma manera debe estarlo por dentro.
Doce soltó el cuerpo de Jenny y no tuve de otra que sostenerlo antes de que fuera a caerse y lastimarse más. Ella estaba inconsciente, aunque respirando de manera irregular. Doce logró detener el ataque de esa mujer, a quien se le brotaban los ojos de la ira. Era espeluznante verlos en pleno forcejeo y no poder hacer mucho. Tendí a Jenny en el sofá, buscando a mi alrededor algo que pudiera usar en defensa, cuando escuché el gruñido de Doce. Volví a mirarlos asustada, pensando lo peor, y es que el panorama no era nada alentador. Aprecié cómo las uñas de esa mujer habían atravesado su costado, tiñendo su camisa de rojo.
—E-eso es jugar sucio — murmuró débilmente.
—¿Realmente crees que perderé mi tiempo peleando contigo? Alguien tan inútil como tú, no puede tener el privilegio de ser considerado mi hijo — arrancó las uñas, emitiendo un sonido bastante perturbador, como si esas garras fueran hechas de acero.
Mi cuerpo era un manojo de nervios. Para mí todo lo que podía ver era a Doce caer de rodillas frente a ella. Pese al miedo que invadía mi ser, en ese arrebato de impotencia y rabia, no pensé en consecuencias o riesgos, simplemente corrí hacia ella antes de que le diera una estocada final. Mi fuerza no podía compararse a la suya, de hecho, ni siquiera la estatura. Solamente pude desviar su atención a mí, evitando que le hiciera algo más a Doce, pero era yo quien me encontraba en serios problemas ahora.
—¿Todavía no lo has entendido, niña?
No podía respirar, su mano ejercía mucha fuerza en mi cuello y mis pies no estaban tocando el suelo. Le hacía presión en su muñeca y le tiraba incontables patadas, las cuales no le hacían absolutamente nada. Sentía que estaba en mis últimos momentos. No tenía forma de zafarme de su agarre.
Cuando todo a mí alrededor fue opacándose, me dejó caer al suelo. Solo pude oír el sonido de cristales rompiéndose. No podía concentrarme en lo que sucedía a mi alrededor. Mi objetivo era buscar aire, la tos volvió a aflojarme las lágrimas. No tenía fuerzas, mis párpados los sentía pesados, todavía sentía un corazón en la cabeza, y es como si pudiera oír claramente mis latidos.
A los pocos segundos, unos cálidos brazos me engulleron y los reconocí de inmediato. No podía ver con claridad su rostro, todavía veía muy borroso y en cámara lenta, pero en ese aturdimiento había algo detrás suyo, algo que sobresalía por arriba de sus hombros, pero no tenía idea de qué demonios era eso. Lo último que recuerdo es haber escuchado su voz diciendo mi nombre, ajeno a eso, no recuerdo nada más.
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En las sombras III •Tetralogía Mortal• [✓]
RandomUn virus mortal amenaza a la humanidad, levantando una oleada de infectados, cuyo origen para los expertos sigue siendo desconocido. El caos se ha desatado luego de que dos experimentos altamente peligrosos han escapado de un laboratorio secreto si...