Miedo

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—Entonces, ¿aquí es donde te estás quedando? 

—Sí — señaló hacia arriba. 

—¿Ahí arriba? ¿Cómo? ¿No has podido fabricar una pequeña cama en cartón? 

—¿Cartón? 

—¿Tienes familia? 

—¿Familia?

—¿Por qué cuestionas todo lo que te pregunto? ¿No sabes lo que significa «familia»?

—No. 

¿Dónde ha estado metido este hombre toda su vida? 

—Salgamos de aquí, ¿sí? Vayamos a mi casa, así puedes comer tranquilo. 

Abandonamos el puente con éxito. Esas personas no estaban ahí en la salida. No sé qué pudo haberlos asustado tanto como para que huyeran de esa forma, dejando todo atrás. Ese lugar me da escalofríos.

Llegamos a la casa y mi amiga se sorprendió al vernos llegar juntos. Antes su atención era para mí, por lo regular me daba un beso al llegar, pero tal parece que la presencia de este hombre se ha vuelto más importante. 

—¿Has venido a quedarte? 

Él se apreciaba incómodo y no dejaba de mirarme, como si quisiera que lo salvara. 

—Deberé recalentar la comida porque debe estar fría — le señalé la mesa del comedor y él acató mi mandato. 

Mientras recalentaba la comida lo miraba desde la cocina. Él no apartaba la vista de la banana que estaba dentro de la bolsa. En ocasiones actúa como un niño. Había buscado la forma de echarlo tan reciente como ayer, y mírame, aquí lo he vuelto a traer. ¿Quién me entiende? Es que, ¿quién no sentiría ni una gota de lástima viendo a alguien pasar por una situación tan desafortunada y triste, como lo es vivir en la calle y no tener a nadie en quien contar? 

Le serví la comida en un plato y no dudó en comer un bocado detrás del otro, como si tuviera mucha hambre.

—Deberíamos llevarlo a la tienda para conseguirle algo de ropa. No cierran hasta las diez, así que estamos a tiempo. Puede que también encontremos un espacio en la barbería de Diego — dijo Jeniffer. 

—¿Consideras que deberíamos dejarlo quedarse con nosotras? 

—Sí. Míralo, es inofensivo. 

—No se trata de que sea inofensivo, Jenny. 

—Será difícil encontrar ropa adecuada para él. Está grandote. 

Ella no se equivocó. Paseamos por el centro comercial en las tiendas de hombre, pero muy pocas de ellas tenían ropa lo suficientemente grande para que entrara su voluptuoso cuerpo. Las miradas de todos estaban sobre nosotros, especialmente sobre él. No creo que sea muy común ver a un hombre vistiendo una sábana blanca alrededor de su cuerpo y descalzo. 

Hubo una tienda donde nos dieron distintas opciones. El empleado fue quien entró con él al probador y mi amiga estaba de fisgona en la entrada. Pasé suficientes vergüenzas con ella. 

Estaba en una esquina esperando que saliera de ahí dentro, cuando lo alcancé a ver. Él llevaba una camisa casual azul marino, la línea de botones superior estaba abierta, dejando visible parte de su torso, las mangas encorvadas hasta los codos y un pantalón gris, con zapatos combinados. Su cabellera suelta le daba un toque especial y único, más un porte bastante elegante que no podría pasar desapercibido ante quien lo viera. Es un hombre muy guapo.

—Empaquelo que me lo llevo— dijo Jeniffer. 

Su mirada coincidió con la mía y carraspeé. 

—Sí, le queda bien — agregué. 

Fue mucho más fácil después de haber descubierto su talla. Dejamos para el final la barbería. Jeniffer habló con su amigo para que nos atendieran en su local y nos hizo un espacio con otro barbero que estaba disponible. 

—¿Qué tipo de corte o estilo desea? 

Él se veía muy tenso y nervioso, miraba a todos lados, sin prestarle atención al barbero. 

—Solo las puntas — respondí por él.

No puedo imaginarlo con cabello corto. 

—También quiero que refines su barba — agregó Jenniffer.

—De acuerdo. Pueden esperar por su padre sentadas.  

Jeniffer y yo nos miramos. Sé bien que al lado suyo parecemos sus hijas, no tanto por la apariencia, sino más bien por su estatura y musculatura, pero no por eso, deben asumir o comentar algo así. 

—Me parece una falta de respeto lo que has dicho. Él no es nuestro padre — Jenny salió en defensa.

—Lo siento mucho. No quise faltarles el respeto. 

—Solo haga su trabajo — le respondió Jenny.

Tomamos asiento detrás de ellos. Mientras le separaba el cabello noté que en su cuello estaba escrito el número 12, pero no parecía un tatuaje, sino una cicatriz. Jenny también lo notó, pero no dijo nada al respecto. Cuando el barbero sacó la tijera del estuche, él dio un salto como un gato cuando lo asustan. Las dos quedamos de pie, en el intento de calmarlo, pues se veía muy nervioso. 

—¿Qué sucede? Tranquilo. 

Él no dejaba de mirar la tijera a la distancia, por eso asumí que su miedo debía ser ella. ¿Qué le pudo desarrollar un miedo a las tijeras? 

—Solo te van a cortar las puntas — le dijo Jenny.  

—Guarde esas tijeras— le pedí al barbero—. Solo proceda a lavarle el cabello y secarlo. Él tiene un cabello lindo y sano, no hay necesidad de cortarle nada. Y tenga cuidado, trate de ser lo más gentil que pueda con él. 

En las sombras III •Tetralogía Mortal• [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora