Tú...

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Luna

A pesar de las medidas preventivas que entraron en vigor hace un mes y medio, las hospitalizaciones continúan aumentando, al igual que un patrón bastante preocupante de agresiones y heridos. Es preocupante todo lo que está ocurriendo ahí fuera, lo único que me tranquiliza es que el tramo a mi trabajo es en compañía de Doce. Él se ha convertido en mi fiel compañía. No quiere estar solo en la casa, tiene miedo de que lo abandone, como si fuera a hacer tal cosa.

Todas estas semanas que han transcurrido han sido las mejores que haya tenido alguna vez, pues es reconfortante contar con alguien que está ahí en todo momento. A pesar de que no conozco muchas cosas de él, cosa que me llena de intriga, siento que nuestra conexión es única. No ha cambiado ni un poco su forma de ser. Aún me cuesta creer que sea tan tímido e inocente, pero no me ha dado indicio de estar mintiendo.

Verlo sentado en una de las mesas, alentándome y motivándome a su manera, para que cante, significa mucho para mí. La primera vez que vino conmigo, ni siquiera sabía aplaudir, solo imitó al resto de personas. Se veía fuera de ambiente, pues según él, era la primera vez que entraba a un lugar como este y le tomó algo de tiempo relajarse, pero ahora espera impaciente hasta la noche para ver mi presentación. Entre la multitud de personas aglomeradas en sus respectivas mesas, él es el único que puedo ver.

Antes no miraba la hora mientras trabajaba en la clínica veterinaria, ahora la miro todo el tiempo, deseando llegar a casa y verlo. De la manera en que me recibe es suficiente razón para sentirme ansiosa de que llegue ese momento. No sé qué me ocurre cuando estoy con él. Es difícil de explicar lo que me hace sentir.

Jenny no ha dejado de darme un empujoncito, como ella le llama, para que intente cazarlo. Es demasiado pronto para hacer una movida como esa y termine dañando esa amistad que apenas se está forjando entre los dos. Él desconoce muchas cosas y creo que esa es otra de las razones que me llevan a frenar y llevar las cosas con más calma. Me gusta la confianza y amistad que hay, por lo que no pienso estropearlo.

Ha estado durmiendo conmigo en la misma cama, pero no hace ninguna extraña movida, solamente duerme plácidamente como un tierno bebé. Puedo pasar horas viéndolo dormir, y es el mejor tiempo invertido. Debo recalcar el hecho de que, a pesar de tener una reacción tan normal como lo es una erecci*n, él jamás ha usado eso de pretexto para sobrepasarse conmigo. Y saber que antes tenía algo de temor de que intentara aprovecharse, pero él es demasiado puro, al lado de la mente cochambrosa y dañada que cargo.

Cuando salimos del restaurante, caminamos como de costumbre por la acera con destino al supermercado a hacer unas pequeñas compras. Tengo planeado hornear un pastel de banana, pero claro, si es que deja alguna para mañana sábado. Le he tenido que enseñar que primero se pela, pues antes se la comía con todo y cáscara. Adora las frutas, pero su preferida, por obvias razones, es la banana. Jamás había conocido a alguien que pudiera comer tantas bananas sin cansarse o cogerle repelillo. Los ojos le brillan cada vez que se come una.

El camino a la casa se vio retrasado por los gritos que escuchamos proveniente de un callejón al otro extremo de la calle. Había más personas que también se detuvieron. Era el grito de un hombre, aunque la oscuridad que había en aquel callejón no permitía ver nada.

Doce me agarró la mano y quiso hacerme caminar con él. Era la primera vez que agarraba mi mano y me dejó sorprendida su repentina acción. Eso sí, lo más que me preocupó fue su expresión. Tenía el entrecejo fruncido, como si algo le estuviera perturbando del otro lado, y no era para menos. Mi atención volvió a fijarse al otro lado de la calle, cuando de repente, mi espalda golpeó el ventanal del local a nuestras espaldas por el empujón que me dio Doce.

Se plantó como un soldado al frente de mí. No sé qué le pasaba, pero estaba actuando extraño. No pude articular nada, cuando vi a dos hombres salir del callejón, pero no caminando, sino saltando como si fueran actores conectados a unas correas mientras filman una escena de acción. Mis ojos no podían creer lo que veía. Esos hombres han saltado muy alto, no es algo que alguien común y corriente podría hacer.

Seguido a eso, una extraña mujer les siguió la corriente, saltando desde lo alto del edificio que estaba al otro lado de la calle, hasta casi la acera donde nos encontrábamos. La gente que había alrededor corrieron entre gritos de espanto, dejando descongestionada y despejada la acera en solo segundos. Esa mujer, si es que se podría llamar mujer, tenía una apariencia bastante singular y terrorífica. Es como si estuviera bañada en petróleo. Supe que era mujer por su silueta y el cabello que contenía esa misma sustancia oscura. Estoy segura que debajo de esa sustancia no tenía ropa. Los hombres que venían con ella, tenían una apariencia común.

Traté de no respirar o moverme, por temor a que ellos se dieran cuenta de nosotros, pero fue en vano. Es como si algo le hubiese llamado la atención a nosotros. Primero nos miró de reojo y luego ladeó la cabeza hacia nuestra dirección, la cual crujió, provocando un sonido parecido a tronar los dedos, el cual me puso la piel de gallina. Mi pulso se aceleró de manera que sentía que mi corazón se saldría del pecho.

—Tú… — nos señaló con su dedo índice, e hizo el mismo crujido.

En las sombras III •Tetralogía Mortal• [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora