Reunidos

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Tuve un sueño donde veía la ciudad desde las alturas. Era como un ave libre que sobrevolaba el inmenso cielo. El viento acariciaba mis mejillas, mientras mis pulmones se llenaban de aire fresco, el mismo que tanta falta me hizo en aquel momento. ¿Acaso este es el paraíso?

Él también aparecía en ese sueño. El caballero de la noche, el príncipe perfecto que todas añoran tener, el hombre valiente y fuerte que me cargaba en sus brazos; ese, ese era mi hombre. Era fantasioso, pero me llenó de gozo el alma y de calma. No sentía miedo alguno, a pesar de siempre haber tenido un miedo irracional a las alturas.

Cuando recobré los sentidos, me di cuenta de que estaba en la camilla de un hospital. El tintineo de la máquina del suero fue lo que me despertó. Alcancé a ver a Doce mirando por la ventana, tan pronto nuestras miradas coincidieron, se acercó a la camilla y tomó mi mano.

—¿Cómo te sientes?

—Me duele mucho la cabeza.

—Hablaré con la enfermera.

—Espera, ¿dónde está Jenny?

—Tranquila. Jenny está bien. Ella se tendrá que quedar aquí. La dejarán en cuarentena.

—Quiero verla.

—Por el momento no se puede, pero necesito que te calmes, ella se pondrá bien.

—Y tú, ¿cómo está tu herida?

—¿Qué herida?

—La que te hizo esa mujer.

Guardó silencio unos breves segundos.

—Esa mujer no me hizo nada.

—Esa mujer te atravesó. Yo lo vi — levanté su camisa, pero no vi rastros de ninguna herida—. Te cambiaste la camisa, ¿cierto? ¿Por qué?

—Luna, necesito que te mantengas tranquila.

—¿Dónde está esa vieja?

—Escapó.

—¿Qué? ¿La dejaste ir?

—Estaba acompañada. Además, tú y Jenny me necesitaban. No podía dejarlas allí tiradas. No pienses en nada más que no sea en recuperarte, ¿sí? Probablemente hoy mismo te den de alta. Lo más conveniente es que vaya yo mismo a recoger tus cosas.

—No podemos regresar a casa. Esa mujer sabe dónde vivimos.

—Lo sé, por eso mismo iré yo.

—No, no vayas. Esa mujer está detrás de ti. No sabemos qué quiere contigo, pero algo bueno no es.

—Todo saldrá bien, ¿sí? No te preocupes por mí.

—Espera por mí a que me den de alta, y así te acompaño.

—No pienso ponerte en peligro otra vez. No sé qué le hice a esa mujer o cuáles son sus razones para buscarme, pero sabiendo que es mi culpa que estés aquí, no me hace sentir bien en lo absoluto. Quédate aquí, por favor.

—No quiero. No voy a dejarte solo, y menos sabiendo que esa mujer está por ahí. Así que no me pidas que me quede.

—Lo siento. Siento mucho lo que pasó con Jenny.

¿Así que todavía está pensando en eso?

—Estaba asustada. Aunque no estuvo bien lo que hiciste, sé que todo fue por protegerme, así que no hay nada que deba perdonarte. Después de todo, gracias a ti es que su situación no se convirtió en tragedia y ahora está recibiendo la ayuda que necesita— acaricié su mejilla tras verlo cabizbajo—. Gracias.

Tocaron la puerta, interrumpiendo nuestra conversación y ese breve acercamiento que tuvimos. Entró a la habitación un hombre alto, de cabellos negros y ojos verdes. Supe que no trabajaba aquí por la ropa que traía puesta. Llevaba una mascarilla negra la cual se quitó tan pronto se acercó a la camilla. El comportamiento de Doce cambió del cielo a la tierra, es como si se hubiera sentido amenazado por esa presencia. Ninguno de los dos pronunció palabra alguna, solo se miraban fijamente, como si estuvieran comunicándose por telepatía.

—Por fin reunidos, hermano mío.

En las sombras III •Tetralogía Mortal• [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora