Luna

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Luna

Él permitió que le hicieran el resto del procedimiento, siempre y cuando nos mantuviéramos cerca suyo. Luce distinto, pero eso no le resta nada a su apariencia, al contrario, diría que se ve mucho mejor así. 

Cuando llegamos por fin a la casa, dejamos todas las bolsas en una esquina de la sala. Él estaba dispuesto a despedirse de nosotras, lo noté porque se quedó en la puerta, sin atreverse a entrar. 

—Hemos hablado Jenny y yo, y nos gustaría que te quedes con nosotras. 

—Así es. Un hombre como tú no es para estar durmiendo en la calle. No tenemos un tercer cuarto, pero puedo compartir mi cama. 

—No te quieras pasar de lista. Él no dormirá contigo. 

—¿Qué hay de malo? No es justo que duerma en ese sofá tan incómodo. Ni siquiera cabe completo. 

—El sofá es cómodo — agregó, supuse que para evitar que siguiéramos la discusión las dos—. Iré a buscar las sábanas. 

—No te preocupes por ellas. Tengo muchas en el armario. Alguien más las encontrará y les dará uso. 

—Ve a ducharte primero — le dijo Jenny—. Ah, y no te olvides de ponerte una de las pijamas que conseguimos. 

Ella estuvo merodeando la puerta del baño, esperando que él saliera y supervisar que hubiera hecho todo lo que le aconsejó hacer ahí dentro. Aunque más que eso, sé perfectamente que sus intenciones eran otras. La conozco como si la hubiera parido. 

Cuando salió, tenía su cabello recogido en una cola. Estaba bastante perfumado y oloroso. Mis ojos se desviaron hacia la camisa blanca sin diseños y el pantalón azul cielo que, a través de el se podía apreciar bastante el paquete en ese bóxer que se puso debajo. No tuvimos en cuenta ese detalle. 

Levanté la mirada y la crucé con la suya y, de manera casi instantánea, giré el rostro incómoda. ¿Qué estoy haciendo? Estoy segura de que pensará cosas raras de mí. 

—¿Lo ves? Te quedó todo muy bien — dijo Jenny. 

—Es un poco incómodo. 

—¿Qué cosa? — indagó curiosa.

—Eso está algo ajustado. 

—Oh, no te avergüences. Tendrás la sala sola para ti para que resuelvas ese gran problema. 

Antes debía vigilarlo a él, pero en estos momentos a quien necesito vigilar es a ella. Ella nunca había actuado de esa manera. No disimula, ni siquiera se da cuenta de lo incómodo y nervioso que lo pone. 

Después del baño, cuando ya estaba a punto de irme a la cama, la preocupación no me dejaba dormir. Estaba dando muchas vueltas en la cama. ¿Se habrá dormido? ¿Y si ella sale a medianoche y lo incómoda de nuevo? 

Con ese pensamiento quedé de pie, buscando la bata para cubrirme y caminé a la sala en puntillas, esperando a que si estuviera durmiendo no despertarlo, pero cuando me asomé por la parte de arriba del sofá, sus ojos parecían dos faroles encendidos. Ella tenía razón, sus brazos y piernas sobresalen del sofá. Debe estar incómodo. 

—Banana — se puso de pie, tan derecho y recto que parecía un soldado.

Y vuelve con ese sobrenombre… 

—Mi nombre es Luna. 

—Ah, es bonito. 

—¿No puedes dormir? 

—Estaba intentando. 

—¿Quieres acompañarme a la cocina? 

—Sí, claro.  

Vino conmigo y encendí la luz para buscar en la nevera. Le ofrecí té y accedió a tomar una taza conmigo. El silencio entre los dos hacía todo más incómodo de lo que de por sí ya era. 

—¿Eres de aquí? 

—¿De aquí dónde? 

Son muy pocos los temas que puedo traer para entablar una conversación con él. Al mismo tiempo, no quisiera recordarle nada desagradable. 

—¿Cuántos años tienes? 

—¿Años? 

—¿No sabes cuántos años tienes? 

—No sé a qué te refieres. ¿Puedes ser más específica? 

—Olvídalo. No debería estar preguntándote estas cosas tan personales. 

Me levanté para lavar las tazas y poner todo en su sitio. Él se veía pensativo, mirando el centro de mesa. No puedo entender cómo es que no sabe nada. No sé si es que no sabe, o en realidad no quiere decirme. Jamás lo sabré. 

Se sentó en el sofá de nuevo, cubriéndose los pies con la sábana. 

—Puedes quedarte a dormir en mi cuarto. Por esta noche me quedaré con mi amiga. 

—No te preocupes. Aquí estoy bien. 

—No, no estás bien. Mañana compraré un matress, así puedes dormir en algo más cómodo. Ven. 

Caminó a paso lento detrás de mí. No puedo ser tan cruel, sabiendo que en ese sofá no estará cómodo. Cuando entró a mi habitación, se quedó de pie en el medio, mirando los alrededores. Lo que me dejó sorprendida fue la reacción que tuvo. No se acostó en la cama, sino en el suelo y se arropó hasta el pecho. 

—¿Por qué te acuestas ahí? Ve a la cama. 

Él no parecía entender el mensaje, por eso le señalé la cama. 

—¿Ahí? — se levantó despacio, volviendo a recoger la sábana. 

—¿Qué hay con ella? ¿No te gusta? 

No sé qué lo frenaba, pero no se atrevía a meterse a la cama. Solo para que tomara confianza, me recosté en el lado que me encontraba y él se me quedó viendo las piernas. 

—Oh, entiendo — palpó la cama, antes de recostarse de la misma forma que lo hice—. Es muy suave. ¿Aquí duermes?  

—Sí. 

—¿No sientes calor? — su pregunta la consideré extraña. 

—No. ¿Tú sí? 

—Un poco. 

Al notar lo que estaba sucediendo entre sus piernas, me levanté rápido y ligero de la cama, sintiendo una incontrolable vergüenza. No se supone que esté aquí. 

—Luna… 

Siempre fui inconforme con mi nombre, de hecho, lo he odiado desde siempre, pero por primera vez sonó bonito, tal vez porque fue pronunciado por él, en ese tono grueso que lo caracteriza, dónde pese a eso, relucía su timidez e inocencia para algunas cosas. Es como si me hubiera derretido por dentro. ¿Qué me está ocurriendo?  

—¿Puedes quedarte un rato más? 

En las sombras III •Tetralogía Mortal• [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora