Melodía

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Doce

Me apretaba el cuello con una fuerza que desconocía que tenía. No me atrevía a atentar contra ella. No quería lastimarla. Desde lo que se atrevió a hacer supe que algo no andaba bien, que esa vieja maldita, de alguna manera, había poseído su cuerpo.

Había dejado de ser la Luna de siempre, convirtiéndose en un verdadero monstruo. Ni siquiera su agarre me hacía sentir tan mal, como lo hacía el que mis intentos por hacerle reaccionar fueran infructuosos.

Sus ojos eran tan rojos que parecían arder en llamas. Esa mirada que me estaba dedicando estaba llena de odio, de destrucción, todo lo contrario a esa Luna que me vuelve loco.

Ellos no corrieron con la misma suerte. Mi verdadera Luna jamás hubiese sido capaz de lastimar a su gente como lo hizo hace unos momentos. Había sangre por doquier. Sus cuerpos estaban llenos de cortaduras por sus afiladas uñas que parecían de acero. Eran las mismas que me habían herido en el antebrazo y abdomen.

—L-luna, detente, por favor — le rogué con el último aire que quedaba en mis pulmones.

Su semblante, de un segundo a otro se relajó, mostraba confusión, culpa, miedo.

—A-amari… nuestra niña… — su voz se quebró, al momento que dejó ir mi cuello.

Llevó sus dos manos a la sien, como muestra de su confusión y culpa. Miraba a todos y cada uno de los que hirió previamente. No sé si estaban muertos realmente, pero ninguno de ellos se movía. La sangre estaba esparcida en sus ropas deshiladas y cortadas, de igual manera en el frío pasto y la tierra.

Me arrastré hacia Ian, pues era el más cercano que estaba de mí y tomé su pulso, pero no podía sentirlo. Era el peor panorama posible. Quise creer que solo estaban recobrando fuerzas, pero no que en realidad estuviesen muertos.

Mis ojos barrieron los alrededores, alcancé a ver a Nicolás alejándose a pasos lentos de nosotros, huyendo de lo que había pasado. Ni siquiera en estas circunstancias es capaz de sentir algo hacia su hijo y nieto. No espero que sienta nada por mí, porque en realidad, siempre tuve presente que él no me quería, pero ¿qué hay con ellos?

El grito abrumador y desgarrante de Luna me llevó a mirarla. Su rostro estaba húmedo de las lágrimas que brotaban de sus ojos sin cesar. Podía sentir su angustia, su dolor, su desasosiego, su culpa. Algo le atormentaba, y estaba seguro que no era solamente lo que había hecho; algo más debía estar causándole un intenso dolor, como para que se retorciera de esa forma tan abrupta y desesperada.

Quería acercarme a ella, pero me evitó con su aleteo. Me desgarraba el alma verla así, llorando tan desconsoladamente.

—¿Ahora lo comprendes? — le cuestionó Emilia—. Tú y yo somos iguales.

Vladimir la observaba extrañado, algo que no aparenta ser tan común si lo juzgo por su personalidad.

Hubo un silencio sepulcral que pareció eterno, incluso el viento no se escuchaba o se sentía. Todo estaba en calma; un tipo de calma de esas que inquietan y erizan tu piel hasta más no poder.

Mi atención se fue a ellos, quise tomarle el pulso a todos, pero no podía percibir ninguno, algo que me tenía al borde de colapsar de la tristeza, de la frustración e ira. Sentía tanta impotencia que podía morir de ella. Totalmente frustrado y devastado al no poder hacer nada como quisiera.

Una extraña melodía resurgió del silencio y de repente, una extremadamente melancólica que se fue agravando y aumentando a medida que los segundos transcurrían. Supe de dónde provenía cuando vi a Luna con los ojos cerrados y elevándose.

Su voz siempre ha sido dulce. Sus dotes de artista salieron a relucir en el momento que menos lo esperé. Atrajo la atención de todos, tanto de Vladimir, como de Emilia. No me explicaba la razón por la cual estaba cantando en un momento como este.

Mi sentido auditivo se volvió sensible de momento, no podía captar más ningún sonido que no fuera su voz. Es como si me guiara. Vladimir se encontraba en las mismas, mientras que el rostro de Emilia denotaba que no estaba a gusto con lo que estaba haciendo Luna.

Los segundos seguían corriendo, Emilia poco a poco estaba perdiendo la paciencia hasta que explotó, soltando el cuerpo de la niña que cargaba en sus brazos, a quien Vladimir atrapó en el aire antes de que fuera a caer de lleno al suelo.

Emilia se veía bajo mucho dolor, lo comprobaban sus gritos y la manera en que apretaba su cabeza como si quisiera explotarle. Su inquietud era tanta que parecía que en cualquier momento perdería la cordura, si es que aún en ella existía alguna. Las venas se apreciaban oscuras y marcadas en su piel cuando brotaron. Su rostro lucía irreconocible debido a la negrura que lo cubrió.

Todo su cuerpo cambió de distintas formas, una más aterradora que la otra, hasta que la piel flácida de sus brazos se movían a la par de sus movimientos. Se tocaba el rostro sin poder creer que su encanto había desaparecido para volverse tan grotesca.

—¡No! ¡No! ¡No! — gritaba con desesperación, negando con la cabeza en repetidas ocasiones y tapándose con ambas manos.

—Dime, ¿qué eres tú sin esto? — le cuestionó Luna, seguido a eso, su timbre de voz volvió a subir, para repetir la misma melodía, pero en un tono mucho más fuerte, en el que ni yo mismo podía tolerar por mucho tiempo.

Su voz se metía en mis sentidos, pero a ella le atormentaba más que a nosotros; refiriéndome a Vladimir y a mí.

Sus alas desaparecieron y cayó desde esa altura al suelo, dejando escapar un grito de agonía mientras se retorcía con dificultad.

Luna descendió despacio hasta que sus pies tocaron tierra y Emilia al darse cuenta, se puso en cuclillas con intenciones de levantarse, pero su fuerza ya no era la misma. Sus piernas no podían soportar el peso de su propio cuerpo.

—Mírate, eres espantosa— Luna agarró su melena con tanta fuerza hasta que ella se vio en la obligación de echar su cabeza hacia atrás—. Tú tienes algo que me pertenece — con su mano libre forzó su boca, adentrando su mano en ella y sin darle importancia a que clavó sus dientes en su piel.

Emilia empuñó su ropa con una mano, enterrando sus uñas, las cuales ya no eran para nada largas y la otra la llevó a la muñeca de Luna. No podía hablar, solo balbucear y salivar como si fuera un bebé.

No podía creer lo que mis ojos estaban viendo. Jamás había presenciado algo tan grotesco en mi vida. Las uñas de Luna eran tan largas que se escuchó el sonido de ellas al atravesar su garganta. El estómago se me revolvió al ver esa escena, su mano llena de sangre y de ese parásito, el cuerpo de Emilia con espasmos y tendido en la maleza y los ojos bien abiertos. Se lo merecía, por supuesto que sí, pero eso no deja de ser atroz e impactante para quien lo viera.

Ese parásito se hizo grande, recorrió el cuerpo de Luna apresuradamente, hasta cubrirla casi completa, a excepción de su rostro. Sus alas lucían como si estuvieran reforzadas debido a esa sustancia.

—Ayúdalos… — murmuró bastante bajito, aun así, la escuché.

Creí que me lo decía a mí, pero comprobé que no.

—Luna…

El intento de acercarme nuevamente fue detenido al ver cómo una parte de ese parásito salió de su cuerpo y se arrastró en el suelo hasta llegar a los cuerpos de cada uno de ellos y cubrirlos en su totalidad. Esa cosa se multiplicaba y adquiría un tamaño amenazante.

—Ellos no pueden morir. Son nuestra única familia. Lo siento tanto— en su voz se oía que estaba a punto de quebrarse en llanto de nuevo.

Ojalá pudiera aliviar su dolor. Quisiera hacer más por ella.

—Y tú… — señaló hacia Nicolás, quien yacía aún observando desde la distancia y a escondidas entre los arbustos—. Ha llegado tu turno— su ojos volvieron a brillar, mostrando ese tono rojizo intenso que erizaba mi piel.

En las sombras III •Tetralogía Mortal• [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora