•Episode 12•

7.3K 678 89
                                    

Emma

Describir lo que siento en este momento tan sublime de mi vida me resulta casi imposible. Me siento flotando en lo más alto del cielo, embobada por ese aroma a hombre y ese calor que brota todo su cuerpo y trata de derretir el mío. Sus ojos son tan grises, tan puros y tan divertidos, que hasta muero por ser la única dueña de esa mirada tan traviesa e intimidante.

«Debo estar muerta o soñando, es eso lo que debe estar pasando ahora mismo. Este Colin no es real». Cerré los ojos y apoyé mi cabeza sobre su pecho, maravillada con su perfume y los intranquilos latidos de su corazón. Disfruté de este sueño tan palpable y único, pegándome aún más a su cuerpo y acariciando sus brazos poco a poco.

Sentí de repente tantas ganas de llorar, esto es un sueño del cual no quiero despertar nunca. Nadie puede sentir esto que estoy viviendo entre los brazos del hombre que he amado desde hace mucho tiempo y que hace unos meses ni siquiera sabía de mi existencia, pero ahora me hallo entre sus brazos, siendo apretada contra su pecho de la misma forma en la que voy acariciando sus brazos; lento y con precaución, pero tan firme y estremecedor.

Las ganas de querer corroborar de que es real, me llevaron a tocarlo más de la cuenta, pero en la bruma de la emoción y el placer que siento, no estoy pensando con claridad. Deslicé mis manos por sus hombros hasta su cuello, trazando círculos por donde sea que mis dedos exploran. Jugué con sus orejas, sintiendo entre mis manos los pequeños aretes que hay en ellas. Volví a descender muy despacio, imaginando que en este mundo solo existimos nosotros dos y no hay nadie que impida amarnos con locura; que no hay nadie que impida hacerlo mío por completo.

Entre emocionada por aceptar mis caricias, me permití aspirar profundo su aroma hasta grabarlo en mis pensamientos sin dejar de acariciar la dureza de su mandíbula y ascender mis manos a sus labios. Muero por probar sus besos, sentir su boca y robar cada suspiro de aliento entre la mía.

—E-Emma... ¿qué haces? — me detuvo por las muñecas, afectado por mis toques—. Sé que soy irresistible, pero aquí hay muchos presentes para que me manosees de esa manera tan atrevida y desvergonzada.

—Creí que eras un perro, te pareces a uno que tuve cuando era niña — no sabía ni dónde meter la cabeza de la vergüenza tan grande que sentía, pero debía minimizar la pena con mis sátiras—. Así que no te emociones mucho, bizcocho.

—Srta. E, eres muy mala mintiendo. ¿Lo sabías?

Me aparté de él como un rayo, abriendo los ojos muy grande y quedando sin habla. ¿Acaso sabe que soy su fanática? Pero es imposible que lo sepa, aunque quizás se me han ido escapando señales que son imposibles de no darse cuenta.

—¿Srta E? — pregunté, poniendo cara de confundida.

—Tu nombre es muy largo. Srta. E resulta más fácil de usar. ¿No crees?

—Si tú lo dices... — desvié la mirada, pero entonces pensé en que no tiene caso mentirle por más tiempo—. ¿Podemos hablar en privado? Tengo que decirte algo que para mí es muy importante y un poco vergonzoso, y tal vez te molestes conmigo, pero quiero decirte las cosas como son porque no soy de decir mentiras o de fingir alguien que no soy.

—Claro — tomó mi mano y me llevó hacía su auto.

—No podemos irnos.

—Hablemos aquí. No hay nadie que nos interrumpa y tampoco hace frío — encendió la calefacción y se recostó en la silla, ladeando la cabeza y viéndome con fijeza—. Te escucho.

—¿Por dónde empezar, mor? — murmuré, optando su misma posición, pero con la mirada al frente—. Soy E corazón negro, la chica que te escribe cada día desde hace unos cuantos años y está locamente obsesionada y enamorada de ti. Es decir, no es malo enamorarse de los desconocidos, lo malo es que de la noche a la mañana tu mejor amiga se enrolle con su hermano y a fuerza tengan que conocerse porque cupido los flechó. Y no digo que sea malo haberte conocido. Eh, Ave María, cada noche pedí el deseo de conocerte, pero tuve miedo e inseguridades cuando se dio la oportunidad. No quiero que pienses que estoy mal de la cabeza o que soy mala persona, porque no es así. Solo soy una chica común y corriente y de corazón con fácil acceso. Mi mamá dice que me ilusiono hasta por ver a un perro cagando oro, aunque sepa que la mierda es café y no de brillitos.

Soltó una carcajada ante mi comentario, así que me hice en su misma posición y lo miré fijo a los ojos. No veo rastro de molestia en su mirar; todo lo contrario, parece relajado y divertido con mis cambios bruscos de conversación.

—Cuando vi por primera vez a los hermanos King y todos los logros que consiguieron en solo meses, quedé enculada de todo tú. Tienes una sonrisa perfecta y muy bonita, una mirada que derrocha sensualidad y una boquita que quisiera comerme a mordiscos cada segundo del día, y cómo no, un cuerpo bien grandote y fuerte; justo como me lo recetó el doctor. No solo fue el aspecto lo que me atrajo, también fue tu mente brillante. Si te soy sincera, toda la vida me han gustado los cerebritos, pero que estén bien dotados, es como alimentar a uno de mis fetiches — me avergoncé por todo lo que estaba diciendo—. No te voy a mentir, cada día revisaba tu chat para saber si por error me respondías, pero nunca pasó y la vida no se me hizo tan complicada como ahora. Tuve novios, salí con chicos, disfruté de mis días mientras podía porque solo estabas en mi mente.

—¿Ahora es complicado?

—Antes estaba más tranquila, porque sabía que la ilusión solo existía en mi cabeza y no pasaba de sueños fantasiosos por las noches — me encogí en mi lugar—. Ahora que te conozco y, de paso, tenemos que vernos en cada reunión familiar, me resulta muy complicado. No logro asimilar que estés frente a mí, viéndome raro, pero en cierto modo aceptando esta Emma que estoy tratando de soltar.

—¿Por qué quieres soltar a Emma? Por lo poco que hemos hablado y lo que hemos compartido me parece que eres perfecta.

—No somos perfectos, Colin. Todos venimos con fallos internos y externos. Por ejemplo, el dedo de este pie —levanté mi pierna derecha al asiento para señalar el dedo gordo—, es diferente al de mi pie izquierdo. Te juro que uno es plano y el otro está como en punta. Es un defecto de fabrica. Eso mismo ocurre con mi cabeza.

—¿Tienes dos pies diferentes en la cabeza? — se burló y reí—. Conocer los defectos de la otra persona, por muy malos que sean, es un privilegio y una muestra de verdadera sinceridad. Hay quienes se dibujan perfectas, cuando en realidad siempre han llevado una máscara en el rostro para no dejar ver su naturaleza. Agradezco que me digas, aunque ya tenía mis sospechas hace un momento, que eres la desconocida Srta E ahora y no cuando hayan pasado cinco años más.

Colin (Bilogía King II)(En Físico)[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora