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Jungkook se encontraba mirando el gran mapa en la mesa improvisada. Habían vuelto al centro de comando, la misma aldea en ruinas que habían abandonado a toda velocidad el día anterior.

No habían recibido ningún ataque durante las horas nocturnas. Tampoco noticia alguna sobre el paradero del general Park.

Jimin no se encontraba de ese lado de la frontera, al menos no con su ejército. Pero él no había sido el único en desaparecer. Casi cien alfas del Norte estaban en estado de búsqueda, al menos treinta muertes confirmadas y heridos suficientes para mantener a todo mundo ocupado.

El comandante había pasado la noche dando órdenes para resguardar la frontera. Por el momento, los alfas del Valle capturados habían sido enviados a diferentes puntos para encargarse de algunos trabajos de mano de obra, además de evitar cualquier tumulto problemático. Aunque algo como eso parecía no estar en la mente de los derrotados alfas por el momento, con su ejército reducido a apenas una tercera parte de lo que era, sin armas y con extremidades encadenadas; utilizaban su tiempo para el luto de amigos y compañeros.

A Jungkook, por su parte, sólo le quedaba esperar a que los preparativos de su partida estuvieran listos. Un médico había revisado sus heridas, nada de qué preocuparse, eso le había dicho y, aun con el constante dolor, Jungkook estaba agradecido por escuchar esas palabras. Agradecido con escuchar que todos estaban en buenas condiciones, incluso él.

Giró su mirada a un rincón de la habitación en donde el bulto se mantenía inmóvil por varias horas ya. Estaba encadenado, tanto sus muñecas como sus tobillos, también estaba amordazado, aunque ni siquiera haya hecho el intento de hablar desde que se rindió del otro lado de la barricada. Dakho se mantenía dócilmente en aquel rincón sin levantar la mirada.

Jungkook entendía lo difícil que debió haber sido para él tomar esa decisión, rendirse ante el enemigo y quedar completamente a su merced. Si él daba la orden, ahora mismo podría terminar con el resto del ejército del Valle y apropiarse de su territorio en los próximos meses. Fue una apuesta bastante arriesgada por parte del líder del Valle, pero sus opciones eran arriesgarse a ello o quedar contra la espada y la pared frente al ejército del Río. Por supuesto, su reputación como líder se vería afectada, ahora mismo no podía verse más miserable que el encontrarse encadenado en el rincón de una habitación en ruinas, pero había mantenido al resto de su ejército con vida.

El pelinegro recordaba aquella ocasión en el Risco en que Taehyung le dijo que Kim Dakho era un buen líder a pesar de todo. No lo había entendido en ese momento, como es que podía decir algo así después del infierno que lo había hecho vivir por años, pero podía verlo ahora. Apostar por el bien de la manada, incluso por encima de él mismo.

Tomó el cuero que estaba sobre la mesa y se acercó a donde el líder se encontraba. Dakho no levantó la mirada hasta que Jungkook se detuvo justo frente a él, en sus ojos seguía persistente el odio entre ellos, muy lejos de aquellas sonrisas hipócritas que se habían mostrado en su encuentro en la Gran Casa del Valle. Jungkook se agachó y con un movimiento ligeramente brusco retiró el trapo que servía de mordaza antes de acercar el cuero a su rostro.

―Es agua ―dijo como ofrecimiento, pero Dakho no hizo más que retirar el rostro en una silenciosa negación.

Jungkook bufó, entonces retiró el recipiente de Dakho y él mismo tomó algunos tragos. El líder no había tomado gota alguna desde que fue capturado, lo que debía significar que la sed debía comenzar a incomodarle, pero no cedía tal vez como última defensa a su orgullo.

―Escucha, líder Kim ―siguió hablando tras terminar de beber ―nadie en este lugar estaría más feliz que yo si la intención fuera dejarte morir de hambre y sed ―sus palabras lograron llamar la atención del nombrado, pues giró su cabeza para enfrentar al pelinegro de nuevo ―pero la forma de su muerte será decidida después de que haya hablado con Namjoon.

Huellas | KookVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora