Señales

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Al decir eso, Silvia le atenuó el resplandor de curiosidad que Gunnar tenía del archivo. Su esperanza era hallar algo más delicado, y con suerte, de valor. Tan importante que le sirviera para chantajearlos y obtener beneficios que encaminaran hacia las huellas de su objetivo principal. 

No era la primera vez que robaba archivos de valor y de suma peligrosidad. De hecho, su organización era bien conocida por la gente de poder, hasta el punto de producir en ellos sentimientos profundos de miedo, tristeza, odio, venganza, etc. Llamarlo cáncer no era una exageración, puesto que durante cuatro años su reputación había sido marcada en lo más alto.  

Ahora, las esperanzas se esfumaban. Gunnar no estaba interesado en descubrir cuál era la especie. Estaría exponiendo su seguridad por algo sin interés. No valía la pena. 

—¿Cuán segura estás? —No pudo evitar preguntar.

—50% —dijo con total sinceridad—. Me vi envuelta por accidente en una charla. Eran dos miembros de alto rango de la agencia que hablaban junto a personas desconocidas que no alcancé apreciar bien, así que asumo la revelación más o menos creíble. 

—¿Crees que valga la pena tomar el riesgo? —Volvió a formular otra pregunta. 

—Tal vez. Si lo mantienen en secreto ha de ser por algo. 

—Perdí las ganas —confesó—. No me interesa.

Silvia quedó viéndolo en silencio. A veces el hombre le producía un tinte desesperante. Creía que lo que acababa de contar le llamaría la atención, no obstante, estaba confirmando que no. Tratar con este tipo de individuos era complicado, porque que no podían ser leídos. 

—Entonces eso es todo por hoy. Te buscaré cuando sea necesario; hasta entonces —Fueron las últimas palabras de Gunnar para ella. 

Tranquilo, se puso de pie, sujetó el paraguas y avanzó bajo la lluvia incesante. No esperó respuesta ni despedida, se fue y ya. 

—También te quiero, Gun. La próxima vez puedes pasar la noche aquí. Ya sabes, estar solita me da miedo. 

Nuevamente, cada sílaba pronunciada fue llevada por el viento. A Silvia no parecía importarle ser ignorada, al contrario, había un aire de logro en su linda cara.

Gunnar se dirigió al auto y condujo de regreso. 

El tiempo corrió y una hora más tarde la lluvia por fin había caducado. 

Al darse cuenta, permitió que Sara condujera en modo Piloto Automático para así descansar del volante.

Con ese espacio de calma que creo, volvió a pensar en la mala suerte de la misión. Gruñó con molestia al recordarlo y al no querer amargarse, se purificó y desapareció el tema de su cabeza. 

“Debería comprar comida”, pensó. Como no había comido desde que salió, le ordenó a Sara llevarlo primero a la tienda más cercana posible. No tomó mucho tiempo, debido a que estaban cerca de una.  

“Supongo que al menos tengo una pizca de suerte hoy. Eso me da entender que no estoy maldito”, concluyó en tono sarcástico. 

Luego de parquear el vehículo en el estacionamiento, pasó por la entrada de la tienda. “Le daré un regalo a Caesar”, decidió. Por eso, compró 10 kilos de carne de res 

El chimpancé era irracionalmente carnívoro. Podía comer frutas, pero amaba la carne. De hecho, cuando era más pequeño, Gunnar atestiguó cómo el animal se comía a dos gatos que, para su infortunio, merodearon por el patio de su propiedad. 

Aunque esa revelación fue impactante al principio, no fue nada para el siguiente… Caesar era también capaz de comer cantidades gigantes de comida y nunca llenarse, era como si tuviera un agujero negro en el estómago. Además, podía dejar de comer por un largo tiempo sin que le afectara en lo más mínimo su salud. Eso se confirmó después que Gunnar realizara una prueba donde no le dio comida por 15 días. Al final no presentó desnutrición ni hambre crónica. 

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