Preparativos y emergencia

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10 minutos antes de que Gunnar recibiera el mensaje de emergencia, Silvia y Caesar estaban viendo películas. El chimpancé estaba feliz en los últimos días, ya que había sido mimado al máximo por la chica que se quedaba en casa, a diferencia de cuando lo cuidaba su hermano.

Por otro lado, Silvia estaba con el ceño fruncido. Aunque Caesar no había demostrado ni el 30% de su capacidad cognitiva, sus comportamientos eran únicos. Le fue imposible a ella no darse cuenta de algunos de los movimientos fuera de lugar del animal, por mucho que él intentara ocultarlos. 

"¿Quién es esta criatura? ¿De dónde lo sacó Gunnar?" Silvia pedía a gritos el regreso del hombre que la dejó aquí para exigir respuestas. 

Estar con el chimpancé la hacía sentir extraña, pero superficialmente no lo demostraba. Su sonrisa era tan radiante como siempre cuando Caesar se acercaba. El problema era que ya se le complicaba fingir. 

Ante el completo descuido de ella, el animal saltó del sofá al suelo y se puso erguido, luego se giró y la miró con ojos llenos de pura inteligencia.

"¡Dios mío!". No pudo contener más la actuación que mantenía en su rostro. "Increíble…".  

Caesar sonrió ante la expresión de desconcierto de la mujer. Se dirigió a la cocina, especialmente a la nevera, y pudo apreciar la deliciosa carne bien guardada. Había tanta comida que parte de ella estuvo a punto de caer al suelo justo cuando se abrió. 

—[Joven César, lo siguiente es una emergencia. Por favor, detenga lo que está haciendo y preste mucha atención].

No solo el chimpancé, Silvia también escuchó lo que decía el sistema. Pensó que se había producido un problema relacionado con su funcionamiento o algo similar.

"Espera... El sistema habló con el chimpancé. ¿Puede entenderlo?". Se dio cuenta del mensaje implícito de la situación y sus ojos quisieron salirse ante la impactante noticia. 

—[Criaturas no identificadas se aproximan a esta dirección. Basado en los datos recogidos por el Sr. Coleman horas antes, esta especie es una raza de monstruo y está relacionada con unos espejos rojos y plateados. Sus comportamientos son irracionales y desmedidos, por lo que atacan sin ningún tipo de plan o inteligencia, al menos, así se comportan en las casas vecinas con otras personas].

—¡¿Monstruos?! ¿De qué está hablando? Eso es imposible! —gritó Silvia, poniéndose en pie. No se creía nada, por supuesto.

—[Joven Caesar, prepárate para luchar. Según el protocolo de emergencia B3, a partir de ahora las condiciones que Gunnar te puso quedan anuladas. Eres libre de utilizar cualquier método que creas conveniente para tu supervivencia] —Sara dio el comunicado, después volvió a hablar—. [Señorita Silvia, elija las armas que más le gusten. Por favor, deshágase del espejo que apareció ayer. El archivo obtenido del Sr. Coleman indica que es peligroso tenerlo cerca].

De inmediato, la cocina en la que se encontraba el primate inició un proceso de transformación. Caesar siempre quiso averiguar cómo activarlo, sin embargo, nunca pudo por más que lo intentó. 

Una colección de armas y trajes de primera clase hizo su presentación. La variedad era increíble, había casi de todo.

—[Quedan unos 4 minutos para el ataque del enemigo]. 

Allí estaba Silvia, congelada, sin moverse ni un centímetro. Caesar fue el primero en actuar. Gunnar siempre le decía que Sara nunca mentía y como él creía ciegamente cada palabra que salía de su boca, no dudó. Vio el arsenal de armas y eligió la favorita.

Mientras tanto, en las cámaras situadas en la mansión, se veían diferentes criaturas sin ojos y rostros aterradores dirigiéndose hacia ellos. 

"Es cierto... y son muchos". Silvia volvió en sí. Y al enterarse de que no era una broma, se tomó las cosas en serio. Respiró profundo, evaporando sus pensamientos. Frunció el ceño y se preparó para hacer lo que mejor sabía: asesinar.

Al otro lado, o más bien, en otro país, en Francia, Gunnar ya había recibido el mensaje de advertencia sobre el peligro al que se exponían Caesar y Silvia. 

Mojado y herido, acababa de tocar la sangre de la última Pesadilla, y fue el instante en que la silueta de 4 furgonetas se dibujó en la distancia. Se alivió y esperó a que se acercaran.

Los hombres bajaron de los vehículos y sintieron escalofríos. Era normal que estuvieran así después de encontrarse con aquellos monstruos. Inconscientemente, se alegraron de que estuvieran muertos o, de lo contrario, algunos de ellos se desmayarían de miedo; sin embargo, sabían que era momentáneo porque era imposible que no hubiera más de esas cosas en la ciudad, el país o incluso el mundo.

—Sr. Coleman, estamos aquí como usted lo pidió.  

—Ok. Vámonos ahora mismo... ¿Se encontró con estos monstruos en el camino?

—No, Sr. Es la primera vez que los vemos.

—Bien. Mejor todavía. 

El orador era un hombre fornido de unos cuarenta años con la piel negra. Era un ex-soldado de su país y ahora mismo estaba empleado por la agencia de Gunnar. A él y a los demás que venían, les invadió un sentimiento de asombro, miedo y respeto con el hombre lleno de sangre y ropa hecha gijonesa subiendo al asiento delantero junto al conductor. 

—La persona que me conducía fue devorada por estas cosas. No quiero retrasos. Por favor, envíe un informe del caso en el que no esté involucrado para no perder tiempo.  

El conductor asintió, dio la vuelta y aceleró. El diálogo no era la mejor opción, así que condujo tan rápido como pudo para evitar posibles ataques. Nadie quería saber lo peligrosas que eran las ratas. 

Aunque el miedo se apoderaba de sus corazones, el personal que venía a por Gunnar levantaba sus armas de fuego y estaba siempre atento al menor movimiento extraño. 

El tiempo pareció ralentizarse en el camino, pero en realidad tardaron 30 minutos en llegar a su destino. El jet privado ya les esperaba a 500 metros de distancia. 

La lluvia continuaba cayendo con furia, lo que significaba la cancelación de los vuelos, debido a que nadie en su sano juicio volaría así. 

Al estar fuera de peligro, los hombres recuperaron la calma tras liberar las tensiones de sus cuerpos. Sus expresiones faciales y sus largos suspiros al salir de las furgonetas lo decían todo. 

—¿Dónde están los pilotos? —preguntó Gunnar, bajando del vehículo, seguido por los demás. 

—Allí donde se guardan los aviones —respondió el mismo hombre de antes, señalando con la mano derecha y con los ojos semicerrados a un lugar borroso. La intensa lluvia impedía ver con claridad más allá de cierta distancia. 

Fueron juntos y encontraron a gente en una gran mesa, charlando y bebiendo lo que parecía ser chocolate caliente o café. Había 6 pilotos, además de 6 azafatas, varios cocineros y personal del lugar. Todos se apiñaron allí para esperar que la lluvia les permitiera volver a casa.

Gunnar maldijo el tiempo en su mente. Cada uno de los empleados sabía, con solo mirarle a los ojos, lo que quería.

—Necesito viajar de manera urgente a Boston. Sé lo absurda y arriesgada que es mi petición, no obstante, así es la situación. ¿Alguien quiere ofrecerse como voluntario? Los recompensaré. Si nadie más se anima, lo conduzco yo —dijo Gunnar con firmeza, ajeno a las sutiles miradas que le dirigían por su pésimo estado. Más bien, él se encargó de comprobar la actitud de todos.

Con esas palabras intentaba convencer al menos a una persona competente para que le ayudara, sin embargo, el sonido de la lluvia y los relámpagos fue lo único que escuchó. 

"Me tocaba entonces pilotar el avión solo". Decepcionado y sin otra opción, agradeció a los hombres que vinieron a recogerlo y se dio la vuelta para marcharse, no obstante, fue también justo el instante en que alguien de los presentes habló.

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