—Sr. Coleman, por favor, déjeme ser el piloto.
Gunnar se detuvo y miró el origen de la voz masculina que escuchó. Era un hombre alto y rapado, de no más de treinta años. Le preguntó el nombre.
—Me conocen como Bod.
—Entiendo. Pagaré por adelantado —reveló tranquilo.
Aunque no dijo el nombre de pila, a Gunnar no le importó. Dio instrucciones a Sara para que transfiriera una determinada cantidad de dinero al francés; el sistema procedió entonces. La pulsera del calvo vibró y apareció una transferencia: 2 millones de dólares.
—Hecho. Los riesgos siempre traen las mejores recompensas. Sé que no lo haces por ética profesional o porque te guste. Necesitas dinero y ahí lo tienes. Vamos.
—... S-Sí, señor Coleman —contestó, medio incómodo por lo aturdido que estaba al recibir una suma tan grande de dinero. Y sí, lo necesitaba, por eso tomó la peligrosa decisión. Con esa gran cantidad incluso le sobraba.
Salieron del lugar y cruzaron las innumerables gotas de agua que descendían del cielo. El proceso no fue menor que cuando entró al estacionamiento de aviones en busca de los pilotos, solo que, comparado con la resistencia de aquellos exsoldados, al piloto le costó más avanzar.
—¡No te detengas y corre con fuerza, nos estamos acercando! —le motivó Gunnar.
—¡Sí!
Con ese nuevo impulso, atravesaron la lluvia y pusieron sus pies en la aeronave. Dos eran los que se necesitan para pilotar, así que Bod tomó el volante y Gunnar el asiento del copiloto.
—Dios mío, vela por nosotros en este peligroso vuelo para que podamos regresar sanos y salvos a nuestros hogares.
Antes del proceso de despegue, Gunnar escuchó la pequeña oración Bod en silencio y esperó a que terminara.
El hombre abrió los ojos y giró la cabeza para mirar a su copiloto. Se sorprendió al comprobar que, aunque parecía ligeramente ansioso, no había rastro de miedo por los riesgos que corrían, sino por la urgencia de volar.
—Estoy listo, Sr. Coleman.
—Muy bien, entonces es hora de partir.
Para su fortuna, el vuelo transcurrió sin incidentes, incluso en el despegue. Gunnar ordenó viajar lo más rápido posible para reducir el tiempo.
Con la velocidad aumentada, la reducción de media hora fue posible. Tras salir del mal tiempo, Gunnar se levantó de su asiento y buscó el armario del avión para cambiarse de ropa y curar las heridas.
Sara no reaccionaba y él se preocupaba por lo que estaba pasando en la mansión. Los minutos pasaron y el aterrizaje fue exitoso. Lo primero que hizo fue dar las gracias a Bod y subió al coche que ya le estaba esperando, aunque esta vez no había conductor. Iba a ir solo.
Boston estaba igual que siempre. Gunnar no podía creer que nadie supiera nada de los monstruos. No había noticias sobre ratas gigantes y mortales en todo el mundo.
Los gobiernos estaban en posesión de algo que hacía que la gente fuera ignorante. Esa posibilidad le resultaba cada vez más factible. "Silvia podría tener una pista, pero podría estar ya muerta".
Abrumado por la prisa, condujo a toda velocidad. Gunnar adelantó a todos los coches en modo videojuego sin miedo de llamar la atención de las autoridades; no parecía importarle.
Le que sí pareció extraño fue que no le pararan, no obstante, cuando estaba cerca de la mansión vio coches de policía en las inmediaciones de su vecindario. Ahora sabía por qué no los había visto.
ESTÁS LEYENDO
LA ÚLTIMA DEFENSA DE LA CREACIÓN
Ciencia Ficción[LIBRO 1 TERMINADO] [EN PROCESO DE EDICIÓN] ¿Qué pasaría si el mundo tal y como lo conoces se destruye frente a ti? ¿Te imaginas con la capacidad de destruir un automóvil de un solo golpe? ¿De poder recordar cada uno de los momentos de tu vida? Añ...