Ley de la jungla

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—Detengámonos aquí, ya estamos fuera de peligro, por ahora —habló Gunnar. Se habían adentrado casi en el centro de la zona libre después de cruzar varios kilómetros.

El proceso de encogimiento era visible y fácil de notar para cualquiera, pero no significaba que fuese un desafío para los Liberados. Tenían la capacidad de alejarse sin esfuerzo.

Ahora, ya estaban fuera del alcance de las Pesadillas. El paisaje en el cual pusieron sus pies, era el menos destruido y bonito hallado en los extensos desastres. La tierra se cubría con pasto verdoso y los árboles también se veían estables. Estaban en una zona de recreación para pasar un rato con amigos o pasear una mascota. Un lindo lugar público antes del desastre.

—Realmente agradable. Hay ciertos daños en algunos espacios, sin embargo, con tales circunstancias, ser exigente es un pecado —dijo Silvia.

El grupo buscó un buen espacio. Se estacionaron al lado de un árbol y se sentaron muy pensativos, caso que no duró mucho porque el silencio era muy incómodo.

—Habla —Gunnar mandó. Sabía que él quería expresar sus pensamientos.

—Si el encogimiento es más bien una desactivación de este misterioso territorio…, vamos a morir devorados por los monstruos —Benjamín dijo oralmente lo que el equipo entero tenía en sus mentes—. Aunque dicha circunstancia podría no ser verdad. El Divino Espejo nos dejó aquí para luchar, no para morir de este modo.

—Tu hipótesis es que la reducción se detendrá en determinado momento, ¿cierto? —resumió Silvia—. También deseo que sea así.

No era una posibilidad loca. Enfrentarse a una avalancha de interminables monstruos, sí. No obstante, nada estaba escrito en un manual y tenían que esperar lo peor.

El equipo no habló más sobre el tema. Gunnar, recostado en el árbol, en medio de la neblina roja que se volvía cada vez más espesa, esperaba la aparición de la línea divisoria junto a Caesar y Silvia.

—[Hermano, percibo energías corriendo en múltiples sectores. Deben ser personas huyendo de las Pesadillas].

Esas energías fueron creciendo a medida que pasaban los segundos. Los Liberados ya corrían por el área donde ellos permanecían y el bullicio también vino con ellos.

Sin demora, Gunnar vio a un hombre de unos 30 años de cabello negro y piel blanca muy herido. Las lágrimas caían en el pasto a medida que huía con dificultad a resguardarse en la zona central del territorio.

Ese tipo no era nada más y nada menos que Cristian. Cuando él se percató que lo vigilaban, en seguida desvió su dirección e intentó desaparecer.

—Voy a matarlo, ¿algún problema? —La voz feroz de James se escuchó. Ese gigante dirigió sus palabras hacia Gunnar, al resto los ignoró.

La inferencia del joven hombre se entendió como una aprobación. Por otra parte, a la mayoría tampoco le importó un carajo.

Sophia fue la única que encontró las intenciones desagradables y crueles, por eso, quiso oponerse a James; pero el rostro fulminante de Benjamín cortó el impulso de hablar.

Ella apretó el puño de impotencia y se sentó, llamando con un gesto a su hermano. Él se presentó y se quedó acariciando su liso cabello negro con mechones blancos mientras Sophia se escondía en su pecho sin desear atestiguar lo que ocurriría pronto.

“¡¿Mm?!”. A cierta distancia, Cristian sintió que en el suelo se originaban temblores. La anomalía le erizó la piel. Asustado, sacó el machete que aguardaba; era su arma. 

—¡¿Quién está ahí?!

No hubo respuesta. Las vibraciones se intensificaron pronto, y entre la niebla, una silueta de 2 metros se pintó. 

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