46- Me rodeo

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—Es verdad, me falta mucho que aprender. Sin embargo, eso no significa que sea inexperta. —Di un par de pasos para alejarme, pero la chica me tomó por la mano.

—¿Tu habitación o la mía? —indagó la mujer mordiéndose el labio.

—La mía —declaré sonriendo.

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Al cerrar la puerta de mi habitación. Tomé a la mujer del cuello y la besé con frenesí.

La conduje hasta la cama y la acosté sobre el colchón, subí sobre ella a horcajadas, mis labios fueron a su boca, mientras mis manos se deshicieron de su sujetador. Despegué mis labios para ver sus senos.

La boca se me secó y acorté la distancia entre su rosado pezón y mi lengua. La mujer gimió cuando el calor de mis labios le prestó atención a esa zona tan sensible; enseguida sentí la dureza de la excitación y pasé al otro pecho.

Nunca había sido tan consciente del cuerpo de otra persona como ahora. Era como si mi propio cuerpo le saliera una extensión y se uniera al de la mujer en mi cama.

Subí hasta su cuello lamiendo y besando cada parte de su piel, era glorioso escucharla gemir, era divino y excitante. Sin embargo, yo quería que gritara, así que descendí por su cuerpo y me detuve justo frente a su sexo.

Le bajé la ropa interior, ella se acostó en la cama dejando su húmedo sexo a mi entera disposición. Lo primero que hice fue oler su vagina, no solo era rosada y carnosa, sino que, además, olía a rosas.

La dama alzó las caderas desesperadas y lo tomé como una clara invitación a devorar ese delicioso manjar que me ofrecía. Lo que hice sin mucho preámbulo.

Comencé pasando mi lengua por sus pliegues externos, haciendo que la chica en mi cama se estremeciera. Separé mi cara y soplé esa zona logrando que ella gritara de placer. Con mis dedos abrí un poco sus labios vaginales para tener acceso a ese punto tan delicioso de su cuerpo. Cuando lo encontré lo acaricié con delicadeza, aunque ejerciendo cierta presión.

Llevé dos dedos a su entrada y los deslicé en su interior, su sexo estaba caliente y húmedo. Retuve el aliento y sentí mi propio sexo contraerse.

Bajé mi rostro y rodeé su clítoris con mi boca. La mujer gritó y sus manos se aferraron a la cama. Succioné un poco logrando que su delicado punto se hinchara; mis dedos jugaban en su interior, mientras mi lengua jugaba en su exterior.

—Que bien sabes —susurré mordisqueando un poco su clítoris.

Subí mi mano libre hasta su pecho y apreté un poco su pezón. Me encantaba ver lo que mi boca, dedos y lengua lograban hacer. La mujer no podía hablar, pero sus gemidos y su respiración entrecortada ya decían lo suficiente.

De pronto, sentí como su interior se tensaba y explotaba alrededor de mis dedos. La mujer arqueó la espalda y gruñó presa del placer.

Esperé que sus espasmos se calmaran, para trepar su cuerpo.

Tomé posesión de su boca de manera salvaje, estaba excitada. Sin embargo, la mujer me rodeó con sus piernas e hizo girar mi cuerpo quedando ella sobre mí, con una sonrisa en la cara se deshizo de mi braga sin quitarme ninguna otra pieza del liguero.

—Tienes una vagina muy apetitosa —declaró ella, pasando sus dedos por mi sexo si profundizar mucho, cerré mis ojos y suspiré por tan deliciosa sensación que sus dedos causaron.

Luego sentí como sin ninguna delicadeza me giró haciéndome quedar boca abajo en la cama, me apoyé en mis rodillas y dejé mi pecho pegado al colchón.

Sentí la boca de la desconocida en mi vagina, como pasaba su lengua abriéndose paso por mis pliegues hasta llegar a mi punto más sensible, aunque no duró mucho allí, pues en su camino de vuelta llegó hasta mi trasero. Mi cuerpo se estremeció y gemí con fuerza.

La rubia metió dos dedos en mi vagina y uno en mi trasero, trazó un maravilloso ritmo, su boca fue de nuevo a mi fuente de placer, me aferré a las sábanas y grité cuando el orgasmo llegó a mi encuentro.

Caí de lado en la cama para recuperar el aire, me coloqué boca arriba. La rubia me observó y se colocó a mi lado.

Sin poder evitarlo comencé a reír. Ella solo esperó a que me calmara y dijo:

—Te falta experiencia, pero lo compensas con entusiasmo.

—El tiempo me la dará. —Me acerqué a su boca y la besé, pasé mis manos por su cuerpo tratando de que esta noche se quedara grabada en mi cabeza.

Miré el reloj que estaba en la pared, faltaban 20 minutos para las 10.

—Debemos subir —anuncié.

Nos levantamos de la cama y comenzamos con la tarea de vestirnos. Claro, yo solo tuve que ponerme mi braga y arreglar un poco mi cabello.

La rubia se acercó a la mesa de noche, tomó un papel y un lápiz, anotó algo y dejó el papel allí.

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