97- En la lealtad

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—Hija, de verdad, lamentamos mucho no haber estado en...

—En nada —interrumpí a mi madre—: Ni en mi cumpleaños, ni en navidad, ni en ninguna de las reuniones de padres, ni en mi vida.

Terminé estallando cansada de sus largas ausencias.

—Por eso es que estamos aquí, sabemos que hemos sido unos padres ausentes y agradecemos que tú seas tan buena niña. —No podía creer que esas palabras salieran de la boca de mi madre—. Entendemos que eres un ser libre e independiente, por eso a tu padre se le ocurrió que es hora de que tú tengas tu propia casa.

—¿Qué? —cuestioné sorprendida.

—Sí, hija, igual te ayudaremos con los gastos, pero queremos comprarte un apartamento —confirmó mi padre con serenidad.

Me quedé pensando por un rato, analizando esta oportunidad de comenzar.

—¿Me lo comprarán donde yo quiera?

—Siempre y cuando te quede cerca de la universidad —advirtió mi padre.

—Me parece excelente, solo que me mudaré a España. Allí seguiré con mis estudios. —Estaba orgullosa de mi decisión.

—No sabía que te querías ir del país. —Mi padre parecía sorprendido.

—Por supuesto que no. ¿En qué momento lo iba a saber, si jamás están aquí?

—No te ha faltado nada —intervino mi madre.

—Nada material, pero resulta que por mucho que lo intentes el dinero no compra un par de padres.

—Por favor, hija. No nos odies de esa manera —pidió mi padre.

—No los odio, no podría hacerlo, pero tampoco estoy feliz de cómo sucedieron las cosas. —Siempre era bueno sincerarse.

Estuvimos un par de minutos en silencio, como absorbiendo todo lo que acabábamos de decir.

—Llamaré a Dieter, él me ayudará con eso —comunicó mi padre llevándose su taza a la boca.

Escuchar de esa familia me producía algo de curiosidad, sobre todo por cierto hijo tan peculiar. Sin embargo, no hice ninguna pregunta, solo me levanté de mi asiento.

—Debo irme. —Lavé el plato donde comí y tomé mi bolso.

—Vanessa hay algo más —dijo mi madre.

—¿Más? —La miré y luego observé a mi padre.

—Vendemos esta casa hija, nosotros mayormente nos mantenemos viajando entre Europa y Asia. Y ya que tú no estarás más, no hay motivos para seguir con esta casa aquí —explicó mi padre.

Tenía mucha lógica lo que decía, pero igual me dolía, esta siempre había sido mi casa, de todas formas, supongo que algún día iba a pasar.

Pero si no era apegada a las personas, mucho menos a las cosas materiales.

—Entiendo, entonces me voy y a la vuelta traigo cajas y cinta de embalar.

—Déjalo, nosotros vamos por ello.

Salí de la casa sintiéndome un poco nostálgica.

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Pasé la tarde con Beth y Vera, quienes no entendían por qué un alemán gastaría tanto en una domme, yo solo les dije que tampoco lo entendía, pero que se llevó el traje y me dejó un vestido, al decir eso ambas creyeron más la historia del alemán.

No quería sacarlas de su error, pues parte de que él me eligiera a mí fue por mi discreción y no lo decepcionaría.

Sin ánimos de regresar a mi casa, me fui a la de Matt.

Sin embargo, ya dentro de su piso, recordé que quizás él todavía estuviera de viaje y tal vez no fuera a regresar todavía.

No obstante, el estar allí me daba una paz que era imposible de describir.

Fui a su armario, me quité toda la ropa y me coloqué una de sus enormes camisas y me acosté en su cama con la firme intención de ver televisión, aunque el no haber dormido casi nada en la noche, me pasó factura y caí en los brazos de Morfeo.

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Desperté a las tantas de la madrugada, con todo el cuarto a oscuras y un peso en mi pecho que no me dejaba respirar bien.

Llevé una mano a mi abdomen al sentir que algo se movía allí, me sobresalté un poco al sentir algo caliente y fibroso allí, pero a medida que mi visión se fue adaptando a la oscuridad me percaté de que ya no estaba en la cama sola.

Mi corazón saltó de alegría al ver a Matt dormir casi por completo encima de mí.

Me moví un poco y él se colocó boca arriba en la cama, dejando su glorioso cuerpo a mi merced y yo, que tenía una calentura, lo contemplé un poco más, estaba solo en bóxer dejando cada uno de sus tatuajes a la vista.

Comencé a repasar con las yemas de mis dedos el símbolo del infinito que no los hicimos juntos hace un tiempo atrás, él eligió allí cerca del corazón con una V intercalada, yo elegí hacerlo en el contorno de mi seno izquierdo con una M.

Solo que el de Matt tenía algo nuevo agregado, arriba de ese tatuaje estaban mis ojos.

Mi corazón comenzó a bombear sangre de prisa, me acosté en su pecho y seguí tocando cada parte de su cuerpo, llegué a la zona de la ingle y seguí bajando hasta tocar su pene que ya comenzaba a ponerse firme.

Sujeté mi miembro con delicadeza y comencé a estimularlo con suavidad.

De la boca de mi amigo salió un susurro, el cual entendí perfectamente.

—Vanessa. —Volvió a susurrar entre jadeos de placer.

Me acerqué a su boca y la besé dulcemente.

Mi beso fue bien recibido, sus manos fueron directo a mi cintura, su cuerpo se volteó y lo pegó al mío.

—Cuando llegué al aeropuerto, lo primero que pensé fue en ir a tu casa, pero vi la hora y me vine a la mía. —Volvió a unir sus labios a los míos—. Y al verte aquí en mi cama, con mi camisa me sentí tan afortunado que solo me metí a dormir a tu lado.

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