93- Con cada

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Una semana después...

Desperté ese sábado con ganas de ir a la playa, pero Matt seguía fuera del país, las chicas estaban en la cabaña de un familiar de Grace, así que me conformé con bajar a mi piscina.

Me coloqué el bikini más pequeño que tenía y dejé que el sol hiciera su magia en mi pálido cuerpo.

Cuando me dio calor me metí en la piscina y nadé, al salir de debajo del agua vi a Ramiro parado en la orilla frente a mí.

—¿Qué haces aquí? —pregunté subiendo las escaleras para salir de la piscina.

—Escuché su teléfono sonar y como no atendiste vine a ver si todo andaba bien.

—Gracias, ya ves todo anda bien, te puedes retirar.

Él asintió y se marchó.

Estaba agradecida de que se preocupara por mí, pero realmente solo hacía su trabajo. Además, no quería que se hiciera una idea equivocada.

Tomé mi teléfono y miré 3 llamadas perdidas de Dorothy.

Rápidamente, remarqué su número.

—Niña, pensé que te habías echado para atrás —comentó, apenas atendió.

—Bueno, estaba nadando y no escuché el teléfono.

—Vete ya mismo a casa de Beth. —No esperó una respuesta, solo colgó.

Miré la hora 4 de la tarde.

Subí y me di un buen baño, me pasé la hojilla por todos lados y como la otra vez solo me puse una ropa sencilla de deporte y salí a casa de Beth.

Atravesé toda la ciudad y al llegar a su casa no tuve que llamarla, pues, estaba afuera esperándome, las rejas del portón se abrieron permitiendo mi entrada.

Me estacioné y bajé del auto.

—Hasta que llegas —me reprendió—. Vamos, tenemos que vestirte.

Me tomó de la mano y me condujo a una habitación diferente de las que he entrado las otras veces.

—Pensé que debía ponerme un catsuit.

—Lo harás, pero el cliente te envió uno especial.

Sus palabras cayeron en mi cabeza.

—¿Cómo sabe mis medidas?

—Dorothy se las dio, ahora vamos desnúdate.

Me quité la ropa y me quedé como vine al mundo. Vera entró con una caja que tenía un moño de color rojo.

Cualquiera pensaría que me daría vergüenza estar completamente desnuda, delante de dos personas, pero no. De hecho, me sentía bastante cómoda.

Vera caminó hasta la cama y la dejó allí. Beth y yo nos reunimos con ella, abrí la caja y aparté los papeles que cuidaban la prenda.

Miré a Beth y a Vera, ambas estaban igual de impresionadas que yo.

Saqué el catsuit de color carmesí y comencé a ponérmelo.

Era como un body manga larga, claro, tenía un escote desde mis pechos hasta el inicio de mi sexo.

Beth apretó las cintas que unían el escote haciendo que mis pechos sobresalieran más. Vera comenzó a maquillarme, fue un makeup bastante cargado, mis ojos quedaron más alargados y usó todo lo que encontró a su paso, al final mis labios fueron lo único sencillo en mi rostro.

Por otro lado, Beth me hacía una gran trenza en el cabello, y como lo tenía largo cuando acabó, mi cabello parecía un látigo.

Observé mi reflejo en el espejo y no parecía ser yo.

Beth me pasó las botas del mismo color del catsuit, altas y bellas, me llegaban a las rodillas. Luego Vera sacó unas hombreras decoradas con diamantes.

—Esto se ve caro —comentó Vera acomodando las tiras que acompañaban a las solapas.

—Deben serlo, parecen muy reales —añadió Beth observando los diamantes de cerca.

—Lo son —confirmó Dorothy entrando como un vendaval—. Espero estés lista niña, debemos irnos ya.

—Sí, estoy lista.

—Bueno, andando. —Me tomó de la mano, salimos de la habitación y comenzamos a bajar las escaleras.

—Chao chicas, luego les cuento —vociferé como despedida.

Afuera nos esperaba un vehículo negro, con vidrio polarizado, Dorothy entró de primera cuando fui a subir al auto, apareció Beth.

—¡Espera! —gritó corriendo a mi lado—. Esto también estaba dentro de la caja.

Era una capa a juego con el catsuit y un látigo.

—Éxito nena —me alentó, me dio dos besos y me subí al auto.

—¿A dónde vamos? —le pregunté a Dorothy.

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? —cuestioné.

—No lo sé —repitió ella—. Ni siquiera lo he visto.

—Podría ser un asesino en serie y tú no sabes a donde voy.

—Tranquila, sé que no es un asesino, suerte —aseguró cerrando la puerta y dio dos golpes al techo del auto.

El chofer puso el vehículo en marcha a un destino desconocido.

«¡Dónde mierda me metí!»

Lo mejor era que solo tenía un puto látigo para defenderme.

Resignada con mi destino, suspiré y miré por la ventana.

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Me di cuenta de que no salimos directo al sitio de la reunión, de hecho, el conductor dio varias vueltas por la ciudad antes de detenerse frente a un gran y reconocido hotel.

—Madame, hemos llegado —anunció el conductor.

Pegué un pequeño brinco cuando la puerta de mi lado se abrió.

—Madame, por aquí, por favor —pidió el hombre que sujetaba mi puerta.

Lancé una plegaria y bajé del auto.

El hombre me condujo por el hotel hasta la habitación presidencial.

Sin decir una sola palabra me hizo pasar a la sala del sitio y cerró la puerta con él fuera.

No dio instrucciones, solo se marchó y me dejó allí, en la sala del cuarto.

Me quité la capa y la colgué en el perchero.

La estancia estaba iluminada por una lámpara de mesa y justo a su lado estaba una maleta de color Vinotinto, caminé hasta ella y la abrí.

Dentro había juguetes sexuales de todo tipo, esposas, látigos de varias formas y tamaños.

Sonreí por lo juguetón que parecía ser el alemán, miré la puerta al fondo del lugar y vi luz, cerré la maleta y me encaminé allí.

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