38- Las tardes calurosas

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—Al fin estás lista —comentó mi padre al verme entrar en la cocina—. Se nos hace tarde, vayámonos.

—¿Y mamá no viene? —indagué al ver que mi madre no andaba pululando por allí.

—No, tiene dolor de cabeza —me informó mi padre.

Nos fuimos en su auto, por mucho que insistí en irme en el mío, mi padre no aceptó, llegamos a la lujosa mansión de los Pfierfer.

—Padre ¿Viven aquí? Pensé que su estadía sería corta.

—Es alquilada, pero según sé, extendieron los planes de quedarse por unos meses.

Vaya, vaya, se quedarán por más tiempo, me pregunto ¿Por qué será? Me gustaría pensar que yo soy el motivo, pero no soy tan ingenua.

Nos bajamos del vehículo frente a la puerta de la casa, donde un mozo nos esperaba, mi padre le entregó las llaves de auto. Caminé junto a mi acompañante hasta la puerta de la casa, no fue necesario tocar, pues las puertas se abrieron, revelando a la familia Pfierfer reunida para darnos la bienvenida.

—Buenas noches y bienvenidos al hogar temporal de la familia Pfierfer Müller. —Habló Eva en ese tono tan propio de ella, era entre amable y arrogante.

—Buenas noches, Eva. —Mi padre se acercó y le dio dos besos a Eva—. Me disculpo a nombre de mi mujer, pues tiene migraña. —Le dio unas palmadas a los hombres Pfierfer.

—Hola, buenas noches. —Saludé a todos, sin besos, pero siendo muy amable.

—Vanessa, estás deslumbrante —recalcó Erick acercándose a darme dos besos.

—Gracias, tú también estás muy elegante —respondí un poco incómoda por la mirada de nuestros padres.

—Pasen, pasen por favor, ya la cena le falta poco —anunció Eva.

La casa por dentro era todo lujo, todo era blanco y muy minimalista, lo que era muy lógico si era una mansión rentada, nos sentamos en el sofá y enseguida Eva nos ofreció algo de tomar, y aunque moría por una copa de vino, pedí agua.

—Que señorita tan bien educada tienes Francisco —me alagó el señor Dieter.

—Gracias a Dios salió buena hija —reconoció mi padre. Por mi parte solo sonreí.

«¡Ja! Si tú supieras padre, te mueres.» pensé con diversión.

—Erick ¿Por qué no le muestras la casa a Vanessa? —sugirió Eva mirándome como una mujer que quiere casar a su hijo de 30 años.

—Me parece una idea excelente madre, ya mismo lo hago —convino su hijo ¿Por qué no me extraña? Erick se levantó y me tendió la mano, dudé un poco, pero se la terminé dando y este me ayudó a ponerme de pie—. Nos vemos luego.

Comenzamos por el piso de arriba, eso fue algo extraño, aunque cada quien enseña su casa como mejor le va. Lo seguí en silencio a un par de pasos por detrás, detallando un poco más su figura, buen trasero acompañado de unas piernas firmes, una espalda ancha a juego con unos brazos que fácilmente me levantarían del suelo.

—Aquí mi reina —dijo Erick sacándome de mis pensamientos—, encontrarás el gym, la sala de proyección y la habitación más importante. —Nos detuvimos frente a una puerta, la abrió, pero no logré ver nada pues todo estaba a oscuras, aunque obviamente, me hacía una idea de donde estábamos—. Mi cuarto.

Encendió la luz, era bastante espacioso, tenía una cama grande de cuatro postes, un escritorio y dos puertas más, imaginaba que una era del baño, la otra del closet y una ventana panorámica con unas cortinas de color azul oscuro.

—Tienes un cuarto, decente como todos, no entiendo qué tiene de especial esta habitación —hablé con toda la honestidad que tenía en el cuerpo.

—Me tiene a mí —comentó arrogante. Yo solo cerré mis ojos y expulsé el aire de mis pulmones, clamando paciencia, el hombre estaba bueno, pero odiaba a los arrogantes niños malcriados.

Me giré para salir de esa habitación, sin embargo, Erick me retuvo tomándome por el brazo con su enorme mano, me colocó frente a él y me besó.

Dejé que su lengua invadiera mi boca, tiré con fuerza de su cabello haciéndolo jadear. Sería bueno darle una lección a este arrogante. Así que no puse resistencia cuando me condujo a la cama.

Lo empujé a la cama y me subí a ella; me senté a horcajadas sobre Erick, este metió las manos por debajo de mi vestido y estrujó mi trasero de forma salvaje, despegué mi boca de la suya y le di una cachetada, Erick me miró confundido y tal vez algo irritado por mi acción.

—Con delicadeza —exigí, él se mordió el labio de forma sensual y asintió.

Volví a su boca y mordí el lóbulo de su oreja, pasé mi lengua por su cuello, movía mis caderas generando un delicioso roce entre nuestros sexos, podía sentir el pene erecto de Erick sobre la ropa, sentía la humedad en mi propia ropa interior a causa de la excitación.

Llegamos a la cabecera de la cama y llevé una de sus manos a las esposas que estaban en uno de los postes de la cama, se la enganche. Erick abrió los ojos, sorprendido, pero se relajó al instante, lo mismo le hice a la otra mano.

Él estaba a mi entera disposición, le arranqué la camisa haciendo que los botones saltaran de ella.

—¡Ups! —dije pícara.

Pasé mi lengua por su pectoral, roce cada una de sus tetillas, y seguí bajando, le desabotoné el pantalón viéndolo directo a los ojos, él levantó un poco las caderas para ayudar a quitarle el pantalón y el bóxer.

Al mirar su erección mi boca se secó, suspiré sin poder evitarlo, tomé su virilidad con una mano, sin embargo, no podía rodearlo por completo, bajé y subí haciendo que de su masculina boca saliera un estridente gemido.

Sin cortar el contacto visual, bajé mi cara hasta su miembro y pasé mi lengua por su rosado y húmedo glande. Cerré mis ojos e introduje su pene en mi boca, su sabor era increíble y su grosor era descomunal, lo llevé tan profundo que hasta me dio arcadas, lo saqué de mi boca; con un dedo limpie el borde de mi labio y me lo chupe. 

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