45- Del mundo

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—Vanessa, eres un pecado andante —me halagó Carlos, quien estaba babeando, bajé la mirada y enseguida me fijé que su paquete estaba agarrando cuerpo.

—Vamos salgamos rápido, antes de que tu cuerpo haga que se nos olvide la fiesta —agregó Luciano acomodándose el pene dentro de su bóxer.

—Aunque tengo unas ganas de follar con ustedes, debo admitir que la fiesta me da curiosidad. —Me mordí el labio y besé a Carlos tocando su pene que ya estaba duro como una roca, Luciano se unió al beso y por unos minutos nos perdimos en la boca del otro.

—Eres una provocadora —sentenció Carlos.

—Culpable —respondí encogiéndome de hombros.

—Otra cosa —dijo Luciano—. Toma es para dar más emoción a todo.

Tomé la máscara que me ofrecía uno de mis sex-amigos; pasé los dedos sobre ella y me la coloqué. Era oscura y tapaba la mitad de la cara.

—La escogí de ese color, porque el negro es elegante y combina con todo, pero señorita, tú le das un concepto nuevo al negro —comentó Luciano y por primera vez en mucho tiempo alguien me hacía sonrojar.

Con Luciano de un lado y Carlos del otro llegamos a la terraza, había muchas personas pululando todos en ropa interior; me fijé que solo dos o tres chicas más tenían liguero puesto, por suerte yo era la única que lo tenía de color negro, el resto de las mujeres iban en sujetador y bragas, los hombres iban algunos en bóxer de corte lago, otros con bóxer corte brasileros y los más osados llevaban puestos hilos.

La escena en sí era muy excitante, incluso más que cuando fui al círculo de masturbación. Se preguntarán ¿Por qué? La respuesta es simple, en el círculo tenía acceso visual a todos sus cuerpos, aquí me daba curiosidad saber que había debajo de toda esa tela.

La terraza era un lugar muy acogedor a pesar de estar al aire libre, había unos cuantos sofás regados por el sitio, a un lado de la estancia estaba la barra de tragos, la música no sonaba fuerte, lo que era lógico, la idea era compartir con las demás personas.

—Siento que morí y estoy en el cielo —murmuró Carlos a mi lado.

—Disfrútalo dentro de poco estaremos ardiendo en las brasas de la lujuria —le recordé, él alzó las cejas y me dio un leve empujón con su hombro.

—Vamos por unos tragos —sugirió Luciano.

Carlos y yo le seguimos alegres gozando de la vista.

Me tomé mi trago contemplando a una mujer de cabello rubio, estaba de espalda a mí, dándome un primer plano de su redondo trasero, embutido en un hermoso cachetero de encaje color rojo; las piernas que le seguían a este trasero eran tan largas y tonificadas que me sentí diminuta, la mujer se volteó dejándome ver sus grandes pechos y sus labios rojos, sus ojos me miraron y mi corazón bombeó sangre de prisa a todo mi cuerpo.

—¡Dios mío! Esa mujer es todo lo que quiero hoy —le confesé a Luciano en voz baja.

—Pues ver por ella —me animó él. Tomé mi copa y bebí su contenido de un solo trago, luego la coloqué en la barra. Exhalé con fuerza y acomodé mis pechos—. Toma la llave de la habitación, recuerda subir antes de las 10. ¡Suerte!

—La suerte es para los perdedores —le contesté tomando la llave. Caminé directo a la mujer.

Sin embargo, me detuve un segundo pues... Jamás había conquistado a ninguna mujer, aunque, siendo una chica, sabía qué hacer.

Con ese pensamiento me acerqué a ella. Un chico con una bandeja de plata pasó y me ofreció champán y agarré una copa sin quitarle la vista de encima a la rubia. La mujer se fue a la hermosa baranda de cristal que nos ofrecía la terraza, era un excelente lugar para coquetear.

—Debo confesar que me encanta tu ropa interior —comenté sutilmente, colocándome a su lado, apoyé mis antebrazos a la baranda y contemplé la vista.

Ella me observó con detenimiento. Tenía unos increíbles ojos grises y su máscara al igual que la mía cubría solo la mitad de su rostro, lo que me generaba más curiosidad.

—La tuya no está nada mal. ¿No eres muy joven para estar aquí? —indagó con discreción.

Era irónico que me preguntara eso, pues ella no parecía mucho mayor que yo.

—¿Temes que por mi edad no te pueda dar placer? —contraataqué con suspicacia.

—No, claro que no, pero no juego con niñas —replicó ella sin perder su gracia y sensualidad.

¿Me llamó niña? Tengo 19 años y muy bien vividos.

Coloqué mi cara muy cerca la de ella, toqué su mejilla con mucha delicadeza, pasé un pulgar por sus labios y la besé, metí mi lengua en su boca y bajé una mano a su vagina y la acaricié sobre la tela. Ella profundizó el beso, pero yo me aparté de ella.

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