20 19 Días y 500 Noches - Lucas

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19 días después del Speed Dating

No seré yo quien le discuta a Sabina que hay mujeres que arrastran maletas cargadas de lluvia, pero quizá olvidó que también existen mujeres que arrastran maletas cargadas de sol. Y tampoco seré yo quien le discuta a Sabina «que hay mujeres que exploran secretas estancias del alma, capaces de hacerme perder la razón». Porque si hablamos de razón, la tiene.

Pero yo no debería estar pensando en Sabina, sino concentrado en la chica a la que están entrevistando en este preciso momento y a la que Mariana mira con adoración, sin embargo, me resulta imposible obviar el hecho de que han pasado diecinueve días desde que la conocí y algo me dice que, si sigo por este camino, yo también voy a necesitar quinientas noches para olvidarla.

Mariana me ha arrastrado a la presentación del último libro de una de sus escritoras favoritas, en una pequeña cafetería en la que hay un diminuto pero acogedor rincón de lectura, compuesto por un par de sofás de terciopelo verde que han conocido tiempos mejores y un aparador lleno de esos libros que, en cuanto los ves, sabes que han tenido muchas vidas. Unas cuantas mesas de madera oscura con diferentes sillas y un par de relojes parados completan la decoración del local.

No recuerdo el nombre de la autora, ni siquiera me sonaba cuando me lo dijo, pero alguien como yo, que no se ha leído un libro entero en su vida —ni siquiera las lecturas obligatorias del colegio, siempre encontraba algún alma caritativa que me hiciera un resumen de lo más importante para hacer el trabajo—, tampoco es que conozca el nombre de muchos autores, sobre todo vivos. Mariana, sin embargo, devora los libros por docenas y la admiro por ello. Me parece increíble que alguien pueda leer tanto por voluntad propia, por gusto, sin coacción, lo que viene siendo por vicio, para que nos entendamos. Yo soy más de aire libre que de biblioteca.

—Eres increíble —le digo cuando se me acerca caminando a saltitos, con su ejemplar dedicado de la novela en la mano y una sonrisa capaz de iluminar la ciudad entera.

—¿Te aburriste mucho?

—En absoluto —miento como un tonto.

Me aburrí mucho y más, pero ver su cara de felicidad compensa el esfuerzo. Las relaciones también consisten en eso; a veces, tienes que hacer cosas que no te apetecen o no te gustan demasiado si con eso haces feliz al otro. Salvo que sean dos clones perfectos con los mismos gustos y ninguno de los dos tenga que ceder nunca. Aunque yo no conozco a nadie así.

¡¿Qué mierdas hago yo hablando de relaciones cuando se supone que esto es temporal?! Mariana me gusta, eso es evidente, de lo contrario, no hubiera accedido a participar en esta locura, pero no esperaba que las cosas se sucedieran como lo están haciendo porque cuanto más la conozco, más me gusta lo que veo.

No deja de sorprenderme la facilidad que tiene para ilusionarse con cualquier cosa —por pequeña que sea—, el entusiasmo que pone en todo lo que hace o la positividad con la que se enfrenta a la vida y que contagia a todos los que la rodean. Mariana es como un algodón de azúcar, dulce y esponjoso. Y yo soy un maldito farsante al que cada vez le cuesta más representar su papel porque ya ni siquiera está seguro de estar actuando.

«Qué difícil intentar salir ilesos...».

Sabina vuelve a mi cabeza una vez más.

Será mejor que centre mi atención en Mariana.

—¿Cómo puedes ser tan feliz con un simple libro?

—Un libro nunca será un «simple libro» —responde con indignación—, pero solo unos elegidos podemos comprenderlo. El resto, simples mortales, no lo entenderán jamás.

—Pues este simple mortal ahora mismo sería muy feliz con una cerveza.

¿Acaso hay mejor plan para la tarde del domingo que una cerveza al sol?

—¡Vayamos, pues, en busca de su felicidad, mi señor! —dice la muy teatrera, mientras echa a andar calle abajo cual caballero andante que sujeta una lanza imaginaria y camina hacia su destino, y yo la sigo cual escudero fiel.

Definitivamente, se me está yendo de las manos. 

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