22 Algo tan estúpido - Juls

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Llevo una semana atontada por no decir apendejada. No exagero. Se me nota. Y se me nota mucho.

—Juls, ¿te pasa algo? —pregunta Teo —, tienes cara de cansada.

—No he dormido demasiado bien.

—¿De cansada? Lo que tiene es una cara de pendeja que no puede con ella —interviene mi compañera Adriana mientras me hace un minucioso examen visual—. ¿No ves que lleva toda la semana en la miseria?

—¡Pendeja, ni que chingada! —replico con demasiada euforia.

—Todavía está en fase de negación. —Sacude la cabeza mirando a Teo, quien asiente para darle la razón—. Necesita tiempo.

—¿Quién necesita tiempo? —Escucho la voz de Lucas a mi espalda, justo cuando voy a replicarle a este par de idiotas.

—¡Mira, otro con la misma cara! —Ríe Adriana—. ¡Debe de ser contagioso!

Me giro con brusquedad y ahora soy yo la que le hace un minucioso examen visual a Lucas, buscando pruebas del supuesto apendejamiento y... me cago en la madre, luce como yo.

—Lucas, por el amor de un dios, no me jodas... —digo frustrada.

Lo que me faltaba era que este se enamorara de mi hermana.

—Bendito karma —murmura Teo .

«Si es que me cago en mi puta vida».

—¿De qué rayos hablan?

Lucas no se está enterando de nada, normal. Intentar coger el hilo de una conversación a la que has llegado tarde es como ver el primer episodio de la cuarta temporada de una serie y pretender enterarte de lo que ha ocurrido en las tres temporadas anteriores.

—De que Juls está enamorada—responde Adriana, que se lo está pasando de maravilla con el asunto.

—¡No jodas! ¡¿De Valentina?! —sonríe Lucas. Los otros dos se descojonan con la información que acaba de aportar el muy bocafloja.

—Si ya sabía yo que esa agonía tenía nombre de mujer... —Adriana, otra vez.

—¿Y por qué tendría que ser Valentina? —Fuck, ¿tan evidente es?

—Mariana las vió el domingo en el Kaffas.

«WTFFF...».

—Yo no te lo he dicho —me advierte Lucas.

—¿Y Evangelina sabe que te estás comiendo a su sobrina? —se interesa Teo .

—No lo sabe porque no me la estoy tirando —resoplo—. Ni quiero. —Reconozco que no sueno muy convincente—. Esa morra es una borde y me saca de quicio.

—Espera, espera, esto es más grave de lo que pensaba... —interrumpe de nuevo Adriana—. ¿Estás diciendo que tú —pausa dramática para señalarme con el dedo—, que has tenido comiendo de tu mano a la mitad de las niñas que han entrado en este local, te has embobado de la única que te ignora?

—¡Que yo no estoy embobada de nadie, chinguen! Que aquí el único embobado es este, y eso sí que es grave —señalo a Lucas.

—¿Yo? —Se sorprende el aludido.

—Sí, tú —insisto.

—¿Te estás comiendo a su hermana? —Chinga con Adriana.

—¿A que al final te doy un sape Adri? —bromeo, aunque ganas de dárselo no me faltan.

—Que quede claro que yo no me estoy comiendo a nadie —aclara Lucas. Pero del apendejamiento no dice ni mu.

—Pero quieres hacerlo —no pregunto, afirmo.

—No preguntes lo que no quieres saber.

—¿Por qué no reconoces que te gusta y punto Juls? —La infinita sabiduría de Teo hace acto de presencia dando un giro inesperado a la conversación—. ¿Qué problema hay?

¿Qué qué problema hay?

Que si lo admito le daré una importancia que no quiero darle.

Esto es transitorio. Se me pasará. Punto.

Decido ignorar la pregunta, pero Teo se mantiene en silencio, con los ojos clavados en mí, esperando una respuesta. Odio muy fuerte esa mirada porque estoy convencido de que el muy cabrón es capaz de leer en mi alma cuando me mira así.

—Que empiezas por reconocer que te gusta una chica y un día, sin saber cómo, acabas diciendo algo estúpido y todo se va a la mierda. —Las palabras salen de mi boca sin querer.

—Algo estúpido, ¿Cómo qué?

Estoy tan concentrada en encontrar la manera de esquivar la pregunta que ni siquiera soy consciente de la melodía que invade el local.

—¿Estás locaaaa? —me dirijo a Adriana, convencida de que fue cosa suya, pero levanta las manos para dejar claro que ella no ha tenido nada que ver en el hecho de que Robie Williams y Nicole Kidman acaben de ponerle banda sonora al momento.

El momento es el apropiado, tu perfume llena mi cabeza,
las estrellas enrojecen y, oh, la noche es tan azul...
Y, luego, voy yo y lo echo todo a perder
diciendo algo estúpido como «te quiero».

—¿Crees es las señales? —Escucho decir a Teo.

—¿En las de tráfico?

—¿Te levantaste muy mamona?

—Ya ves, me comí una payasa.

—Será lo único que te comes últimamente... —apuntilla la cabrona de Adriana.

—Interesante —murmura Teo con insolencia.

—¿Qué es interesante?

—Tú reacción, ha sido muy... reveladora.

«Reveladora, un chingado», pienso. ¿O lo dije en voz alta?

—Reveladora, un chingado.

—¿Y qué pasa con Deborah? —pregunta Teo .

—¿Qué pasa con ella?

—¿Están enrolladas o algo así?

—No wey... no es lo que piensas.

—¿Segura? —Deborah y yo llevamos viéndonos desde hace meses, pero ninguna espera más de la otra que acompañarnos en nuestros problemas y bebes unos tragos, hacernos compañía, ayudarnos. Las dos lo tenemos claro.

—Desde el minuto uno —aseguro, aunque con mis antecedentes entiendo que no me crean.

Soy consciente de la imagen que otros tienen de mí, pero ni soy un ser sin sentimientos, ni cuatro rollos de una noche te convierten en una mujeriega. Ni todas huimos del amor como el gato del agua fría, ni somos la canalla torturada a la que le han roto el corazón. Ni todas las mujeres quieren el aburrido cuento de hadas.

Las relaciones no son lo mío, pero no porque no lo haya intentado. La mayoría de las chicas que se me acercan solo me ven como la sinvergüenza que no se acordará ni de su nombre después de pasar un buen rato. Y les viene bien para seguir con sus vidas como si nunca se hubieran cruzado en la mía. Han sido pocas las que alguna vez se molestaron en rascar la superficie y ver lo que hay debajo. Quizá por eso terminan huyendo. Quizá por eso sienta la estúpida necesidad de asegurar cada paso. 

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