43 Volvamos a intentarlo Juls

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Mariana tiene razón, tengo miedo. Un miedo viejo que lleva conmigo demasiado tiempo, uno que me recuerda que todas mis relaciones han sido un fracaso, que quizá el problema soy yo.

Llego al Kaffas diez minutos antes de la hora y me siento en una de las mesas más apartadas de la terraza para no sentirme tan expuesta a las miradas del resto de los clientes del local, porque es así como me siento desde que le propuse tener este encuentro, expuesto. Me he autoimpuesto a mí misma la barrera de los quince minutos, si pasado ese tiempo Valentina no aparece, me largo.

Le pido una cerveza al camarero y me entretengo mirando —sin mirar— las redes sociales. Todo el mundo parece feliz en las fotos de Instagram, pero con el tiempo te das cuenta de que en la mayor parte de los casos no es más que fachada, que a nadie le gusta compartir sus miserias —esas se las guardan para ellos—, y de que la tristeza es esa amiga fea con la que nadie quiere bailar. Aunque lo verdaderamente triste de todo esto es que la mayoría se preocupa más por parecer felices que por serlo.

¿Por qué tenemos esa estúpida necesidad de parecer perfectos?

Miro la hora. Las cinco y siete minutos, Valentina no ha aparecido y yo empiezo a ponerme nerviosa. Tengo que hacer algo, y puede que no sea lo más sensato, pero espero que, al menos, sea efectivo.

Saco una foto en la que se ven mis piernas cruzadas sobre los tobillos, la mesa y el botellín de cerveza y la subo a mis stories con la canción que sonaba de fondo en el CoffeBar, eran los BackStreet Boys , pero selecciono parte del estribillo.

Tell me why

Ain't nothin' but a heartache

Tell me why...

Dos minutos después ya me estoy arrepintiendo y la única parte de la canción que escucho en mi cabeza es otra muy distinta, y puede que más realista.

I want it that way..


Un minuto después la veo salir del portal y caminar hacia mí. Enseguida pienso si la quiero a ella.

—Dime una cosa, ¿en qué momento llamarme estúpida te pareció la mejor manera de «volver a empezar»? ... Me dice a la primera

—Eres un poquito egocéntrica, ¿no? —Junto el pulgar y el índice hasta dejar un hueco ridículo entre ellos.

—Y tú un poquito idiot...

No la dejo terminar porque, aunque disfruto muchísimo de estas batallas dialécticas, me gusta mucho más besarla, y no solo eso, echaba de menos hacerlo. Y hubiera seguido haciéndolo si el carraspeo del camarero no nos hubiera interrumpido.

—¿Qué fue eso? —pregunta en cuanto volvemos a quedarnos solas.

—Una emergencia.

—¿Una emergencia en plan «me moría de ganas de besarte» o una emergencia en plan «necesitaba que te callaras»?

—Necesitaba que te callaras —arruga los labios y hace un gesto que me mata se golpea la mejilla por dentro y estoy a punto de volver a besarla—, porque me moría de ganas de besarte.

—Pues yo necesito que hablemos de lo que pasó. —Era de esperar que me dijera eso.

—No voy a retractarme, todo lo que dije era verdad.

—Pero te pasaste en decirlo. Hay maneras y momentos.

—Leíste mis mensajes —le reprocho.

—Fue un accidente, te aseguro que hubiera preferido no leerlos. —Parece sincera, y le creo, pero aun así...

—Te pusiste histérica. —Eso era un hecho. Se puso como el diablo.

—Una mujer iba camino de tu casa sin bragas.

— Ok, eso también es un hecho. Pero también fue un accidente.

— Del que no pensabas dar detalles. ¿y ahora qué hacemos?

—No lo sé.

—Pues necesito que lo sepas para saber a qué atenerme.

—Lo único que sé es que quiero conocerte.

—Ya me conoces.

—Conocerte más.

—Ya me has visto desnuda, ¿qué más necesitas?

—Fuuck, no me lo recuerdes mujer, eres perfecta, tus piernas me encarcelaron... ¿Te has propuesto ponérmelo difícil?

—Si me hubiera propuesto ponértelo difícil, no estaría aquí.. -Me dice tajante.

Sincera, clara y directa. Quizá yo debería hacer lo mismo por una vez.

—No quiero hacer promesas que no sé si voy a poder cumplir Val. Me gustas, pero no te garantizo que no vaya a cagarla.

—¿Entonces?

—Te propongo intentarlo, solo tú y yo, sin expectativas.

Valentina desvía la mirada al cielo y resopla. Se mantiene en silencio más tiempo del que me hubiera gustado, ni siquiera me mira, su cuerpo sigue aquí, frente a mí, pero tengo la impresión de que su cabeza está en otro parte.

—¿Ni terceras personas? Y me dirás quién es esa que venía sin bragas! —habla por fin.

—¿No tendría problema con eso, y tu?

—Yo tampoco lo tendría ¿estas segura?

—Si no estuviera segura, no estaría aquí.

Eso parece convencerla.

—¿Vas a besarme ya, o voy a tener que suplicar?

—Podemos dejar las súplicas para más tarde.  

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