Les diré una cosa, las expectativas son una mierda. Y si a eso le sumas una imaginación desbordante, el resultado es una mierda elevada al cuadrado, o al cubo, lo que sea más grande. Porque el caso es que cuando esa maldita imaginación tuya —o mía, en este caso— ha recreado tantas veces en tu cabeza cómo sería algo cuando se convierte en una realidad palpable, las comparaciones son inevitables. Y, ¿sabes qué viene después? Exacto, la frustración.
Y que no te engañen, todas esas frases de autoayuda de internet no sirven de nada en un momento así, porque la única verdad es que no puedes culpar a alguien por no cumplir tus expectativas porque solo tú tienes la culpa de esperar más de lo que ese alguien puede dar.
En mi imaginación, nada más entrar en su casa —y tras un intercambio de miradas cargadas de intención—, mi bartender favorita me empotraba contra la puerta, disparando mis pulsaciones —más de lo que ya lo estaban—, y me arrancaba las pantys de un tirón —como en las películas, porque en la realidad no he comprobado que eso sea posible sin causar daños irreparables en las zonas bajas—, mientras me susurraba cochinadas al oído entre mordiscos y besos y sus dedos se colaban bajo mi vestido para volverme loca. Yo suplicaría, mucho, y no me importaría hacerlo, y ella sonreiría sabiendo que me tenía exactamente donde quería, y todo terminaría con una jodida explosión, como dos estrellas que al chocar generan una supernova.
Hasta ahí mis fantasías no diferían demasiado de la realidad, el problema es que esperaba otro final. Y no estoy hablando de declaraciones de amor, ni de la casa, el niño y los perros, estoy hablando de conexión, de intimidad, del inicio de algo que no sabes a dónde te lleva, pero tampoco te importa porque lo único que esperas es disfrutar del viaje, por corto que sea. Aunque el final fue otro, uno un poco más dramático.
Pero que no cunda el pánico, que no es el fin del mundo, sobreviviré. Solo tengo que encontrar la manera de sacármela de la cabeza.
«Suerte con eso, amiga».
«¡Cállate, perra!».
Sin más que añadir, tengo que encontrar la manera de silenciar a mi mente, porque siempre es de lo más inoportuna y, a este paso, voy a llegar tarde a casa de mi tía, y como se le enfríe la comida tendré que enfrentarme a su ira.
En el stereo del coche suena Alejandro Sanz, y mi mente lo asocia de forma automática con Mariana porque es su favorito. Recuerdo la infinidad de veces que la he descubierto tarareando sus canciones cuando piensa que nadie la escucha y la sonrisa me sale sola, casi a traición, casi tanto como aquella letra.
Y a que no me dejas
A que te enamoro una vez más, antes de que llegues a la puerta
A que no, a que no me dejas
A que hago que recuerdes y que aprendas a olvidar
Quizá sea eso lo que nos pasa a nosotras, que somos dos planetas condenados a compartir galaxia, pero alejados el uno del otro, manteniendo las distancias, porque el choque sería fatal.
*
Llego a la hora justa a casa de mi tía Evangelina, —que es lo importante—, y me pongo hasta el culo de paella, porque otra cosa no me voy a meter, pero mi tía tiene una mano para la cocina que da gusto.
—El café lo tomamos en casa de Renata. —Me frena cuando estoy a punto de llenar la cafetera—. Que están las niñas un poco ocupadas con lo de la boda y necesitan ayuda.
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Like i loviu (TERMINADA)
RomanceJuliana quiere a su hermana, pero prefiere que sea feliz en otro sitio que no sea en su casa. Quiere recuperar su espacio por eso idea un plan. Con lo que no cuenta es, en que si pides ayuda al universo, este se atreve a cobrarse el favor, pero a su...