19 Boca dulce boca - Juls

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Compruebo en mis propias carnes que la realidad siempre supera a la ficción en cuanto asalto su boca a conciencia, sin piedad, como tantas veces he recreado en mi mente. Morder sus labios, saborear su boca, sentir la colisión de sus ganas con las mías, es mucho mejor de lo que me había imaginado.

Y también un problema. Un terrible problema.

—Creo que no nos vio —digo cuando consigo separarme de ella.

—Curiosa forma de disimular.

—Lo siento, no había de otra —miento.

Valentina me mira con el ceño fruncido.

—¿Por qué me pides perdón, exactamente?

«Por no pedir permiso.

Porque quería hacerlo, pero sobre todo porque lo volvería a hacer.

Porque me muero de ganas de más.

Porque me gusta este tira y afloja.

El ni contigo ni sin ti.

Sacarnos de quicio.

Tensar la cuerda.

Y, precisamente por eso, no debería haberlo hecho».

—Por todo —respondo, aunque ella no tenga ni idea de las dimensiones de ese «todo».

Tengo que salir de aquí.

Mi sexto sentido vuelve a decirme que huya, y lo hago. Aunque tanto ella como yo sabemos que esta vez estamos jodidas, que podemos correr, pero no podemos escondernos.

Tengo que salir de aquí. Me repito. Pero esta vez mi cuerpo capta el mensaje y se levanta para poner tierra de por medio. Me despido con un «lo siento, pero tengo que irme» que suena a excusa, aunque es una verdad como un templo.

En cuanto tuerzo la esquina de la plaza, saco el teléfono del bolsillo de la chamarra y marco el número de Deborah.

Cuando salgo de su casa, una hora más tarde, no solo me abofetea la certeza de que volví a fracasar en el intento de olvidarme de Valentina, sino que, además, me siento una completa miserable que la utilizó por puro egoísmo y miedo a que mi hermana nos viera.

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