Nuestro hogar

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No podía describir el brillo de su mirada, pero era tan intenso, que me agobiaba en cierto punto. Su mirada me decía tanto y a la vez nada.

—A-así es, te doy mi palabra — carraspeó, visiblemente nervioso—. Es decir, todo está a tu nombre y cuando tus hermanas cuenten con la mayoría de edad, se dividirá todo en tres partes iguales — me miró fijamente—. Pero ¿estás segura en darme la oportunidad? Puedes no aceptar y de igual manera todo será tuyo. Quiero que sepas que no estás en obligación en casarte conmigo.

—Bueno, en un año pueden pasar muchas cosas, ¿no crees?

Asintió repetidas veces con la cabeza, mordiendo sus labios y sonriendo ladeado. Parecía un pequeño niño al recibir su juguete favorito en Navidad.

—Seré honesto, no esperaba que aceptaras quedarte a mi lado por un año — era tanta su emoción, que me abrazó sin importarle nada—. Prometo que te voy a hacer feliz cada día de mi vida.

—Solo será un año... — intenté bromear, bajo la bruma de su aroma a hombre y su cercanía.

—No importa si es un año, un mes o una semana — se separó un poco de mí y me acarició el rostro con ternura—. Con tal de tenerte cerquita a mí, no importa el tiempo que dure lo nuestro.

Desvié la mirada de sus ojos, mordiendo mis labios sin saber en dónde meter la cabeza. Me sentía tan abrumada y avergonzada por todo lo que decía. Nunca antes me habían dicho una sola palabra bonita y este hombre llegó y me dedicó lo que para mí parecía ser demasiado. Nadie me había hecho alguna promesa de amor que me hiciera latir tan fuerte el corazón como ahora mismo. Nadie se había tomado el tiempo siquiera de acariciarme como este desconocido lo estaba haciendo... y a pesar de recién conocer su rostro, no me sentía con las ganas de salir corriendo como en un principio.

Y así de fácil es como un hombre es capaz de tener el corazón de una mujer en tan solo cuestión de segundos, más si se trata de una mujer como yo, que no cuenta con oportunidades seguidas de enamorarse o de tener, aunque sea una pequeña y corta ilusión en su vida.

—¿Me concederías la dicha de ser tu esposo, calabacita?

Segura no estaba, pero ya había dado mi palabra y ni siquiera sabía por qué había accedido a una locura como estas, sobre todo, por el hecho de haberme dicho a mí misma no dejar mi suerte en manos de un hombre que no conocía ni en lo más mínimo.

—Acepto, pero con una sola condición.

—Todas las que quieras, mi diosa.

—Nos casaremos el día en el que nuestro amor sea fuerte y genuino. Si esto no funciona, no veo la necesidad de casarnos ahora.

Ahora fue él quien hizo silencio sin dejar de mirarme directamente a los ojos. Lo pensó e incluso siseó algunas palabras que no logré comprender antes de asentir en medio de un suspiro. Su expresión emocionada y feliz cambió a una de desilusión y tristeza, pero mantenía un brillo único en sus bonitos ojos de color gris.

—Bien, sé que en un año tendré la dicha de tenerte solo para mí como mi única dueña y mi mundo entero.

Dejó un suave y electrizante beso en mi mejilla, despertando un sentimiento desconocido en mi interior que no me hacía sentir mal, todo lo contrario, era un sentir nuevo y que me calentaba el pecho de una forma inexplicable.

—¿Puedo dejar el anillo de compromiso en tu poder? — inquirió, sacando del bolsillo de su pantalón un anillo precioso de oro blanco—. Será como el cierre de nuestro trato.

—Por supuesto que sí — saqué de debajo de mi blusa mi collar—. Estará en mi pecho hasta que lo crea conveniente.

—Está bien — estuvo de acuerdo—. Date la vuelta y te lo pongo.

Me di media vuelta, despejando mi cuello para que pudiera quitarme el collar y poner el anillo en el. En cuanto sus dedos hicieron contacto con mi piel, una corriente fría y calurosa me gobernó todo el cuerpo. No sé si se trababa de la suavidad de sus manos o el hecho de que era la primera vez que un hombre me acariciaba la piel de aquella manera, pero su roce me tenía delirando y con la respiración entrecortada. Mi corazón latía erróneamente dentro de mi pecho, y lo hacía con una fuerza descomunal. Mis manos temblaban incluso cuando presioné con más fuerza mi cabello.

¿Es normal sentir cosquillas por debajo de la piel? Quería suponer que se trataba por el hecho de que es el primer hombre en tocarme. Un fuego extraño se esparció por mi rostro y se centró en mis mejillas. Necesitaba con urgencia un poco de aire y agua helada en la cara.

Al terminar de asegurar el collar en la parte de mi nuca, depositó un beso sobre mi hombro, provocando no solo una oleada de escalofríos por mi ser, sino también un suave jadeo de asombro. Sentía que las piernas me iban a fallar en cualquier momento, pues no me esperaba que fuera a atreverse a besar una zona mucho más íntima de mi cuerpo. Me sentí mucho más acalorada que hacía unos instantes atrás con su beso en mi mejilla.

Tan pronto se separó de mí, me alejé de él y no fui capaz de darle la cara ni de hablar. Podía sentir sus labios sobre mi piel, esa sensación de presión y esa leve humedad que no me atreví a borrar porque no se sentía para nada asqueroso e incómodo.

—Perdona mi atrevimiento — susurró, luego de un prolongado silencio entre los dos—. No volverá a pasar.

—No pasa nada — le aseguré con rapidez—. Es así como funciona una relación, ¿no?

—Bueno, quería darte un beso en los labios, pero es mejor controlar los impulsos y las ganas. Lo que menos quiero es hacer las cosas mal contigo, más cuando estamos empezando.

Me sonrojé más de lo que me encontraba. Quería cavar un hueco en el suelo y enterrar la cabeza como el avestruz.

—Eres tan linda cunado te sonrojas, calabacita — me pellizcó un cachete con ternura—. Vayamos a nuestro hogar.

—¿N-nuestro hogar?

—Sí, mi hermosa reina, nuestro hogar.

¿Cómo es que no pensé en ese pequeño detalle antes? ¿Será muy tarde para decirle que vivamos por separado? Al fin y al cabo, también puede «enamorarme» viviendo en techos diferentes, ¿no? Además, vivir con un hombre tan guapo y sexi como él debe ser considerado como uno de los más grandes delitos para un simple mortal como yo. 

Cautivando tu corazón[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora