El resto de cena estuvimos en un silencio sepulcral, parecíamos dos pequeños que habían sido recién regañados por su madre y no se atrevían a decir ni una sola palabra por miedo a recibir un castigo más severo. Él se veía perdido en sus pensamientos y yo me encontraba todavía volando en las nubes por sus sinceras palabras. Por dentro tenía una pelea interna entre el querer y no querer, y ahí estaba yo en el medio de esas dos decisiones, sin saber por cuál de los dos caminos debía seguir.
«Pero si ya elegimos quedarnos desde el primer momento en el que aceptamos, ¿por qué echarnos para atrás de un momento para el otro y por culpa de nuestros miedos internos?», me recriminó mi subconsciente, en ese momento donde planeaba dejar todo en un punto muerto.
Sin embargo, mi subconsciente tenía razón, además de que no tenía que huir de mi destino. Si me enamoraba de él, sería muy feliz a su lado, pero si mi corazón no se abría a él, en el mundo había un amor para mí, quizás esperando a que nos encontráramos.
—¿Qué piensas? — se atrevió a cortar el denso silencio que se había formado entre los dos—. Planeas irte, ¿no es así?
¿Acaso lee mentes? Porque si soy honesta, por mi mente cruzó esa opción en algún instante de la cena.
—No, no voy a irme — lo tranquilicé, pues se notaba tenso y un poco afligido—. ¿Te parece si empezamos con las preguntas? —cambié de tema intencionadamente—. Yo empiezo, ¿vale?
—Muy bien.
Sonreí mientras desplegaba la hoja sobre la mesa y me preguntaba qué haría con esas preguntas ya que no las iba a usar en la aplicación de citas en línea. ¿Mi supuesto propósito seguirá en marcha o simplemente ha cambiado de rumbo? No sabía qué hacer, pero si le decía que no las hiciéramos, sospecharía de mí y eso sería muy vergonzoso.
Nos acomodamos de manera más tranquila y relajada en el balcón y empecé a preguntarle el sinfín de cosas que había escrito desde muy temprano en la mañana. Aunque no tenía contemplado divertirme, lo cierto era que, en cada respuesta, estallábamos de risas o concordábamos con nuestros gustos. Me percaté que en muchas cosas éramos muy parecidos y en otras no había remedio para empatizar, más cuando dejó en claro que la pasta no era tan rica o versátil como muchos lo hacían creer.
—¡Estás insultando la comida más rica que pueda existir en este mundo! — resoplé, enojada.
—La pasta no tiene sabor de nada — insistió una vez más con su declaración.
—Haré de cuenta que no escuché eso — toqué mi pecho, en falsa señal de indignación—. No voy a perdonarte nunca por insultar mi comida favorita.
—¿Cómo podrías perdonarme, calabacita?
—Diciendo que la pasta es lo más rico de este jodido mundo. Deberías comerla, ¡es más, déjame cocinarla para ti! — ladeé el rostro hacia él, emocionada por poder hacer algo más que pasear por una ciudad bonita y ver el atardecer desde el balcón de mi habitación—. Eres italiano, ¿no? ¿Cómo es que a un italiano no le gusta la pasta?
Italiano, ¿eh? Incluso podía imaginarme a mí misma con cara de estúpida al pensar en que Jacob era un italiano demasiado sensual y atractivo, casi como esos modelos de revista que Arabella veía y botaba la baba. Recordando a mi mejor amiga, suspiré con extrañeza. Debe estar loca por lo sucedido el día de mi supuesta boda. Aún no he tenido la valentía para llamarla y contarle toda esta locura que no creo todavía estoy viviendo.
—Entonces en el fondo no soy italiano, porque la pasta no me gusta y nunca me va a gustar — soltó una risita traviesa, acercándose demasiado a mí—. Aunque si la preparas para mí, quizás pueda darle una oportunidad.
—No te vas a arrepentir, ¡te lo juro! — me encontraba emocionada, porque si había algo bueno en la vida que supiera hacer, era cocinar pasta—. Mi abuela me enseñó a prepararla hace unos años atrás. La hacía para mis hermanitas y mis padres todos los domingos...
Mi voz se apagó considerablemente y la sonrisa que había aparecido en mis labios se borró ante la mención de mi familia. He procurado no pensar en que mis padres me mintieron para no sentir tanto dolor y decepción en el pecho. Me resultaba difícil creer que se hayan atrevido a tanto los dos.
—¿Te gustaría visitar a tu familia? Podemos ir a tu casa en lugar de la mía.
—No me siento preparada para encarar a mis padres, pero no hablemos de eso ahora, ¿bien? — forcé una sonrisa—. Sé que acabamos de comer y tal vez no tengas hambre, pero ¿tendrías un pequeño espacio para mí? Es decir, para que pruebes la pasta, no a mí, por supuesto...
Estalló en una fuerte carcajada sin dejar de mirarme a la cara. Me puse tan roja como un tomate por culpa del enredo que me hice en un solo segundo.
—Me queda un espacio para probarte... — se mordió los labios mientras mi cara estallaba en colores—, digo, para probar tu... pasta.
Desvié la vista sin saber qué responder. Las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta y se me hacía muy complicado soltarlas. ¿Me estaba hablando en doble sentido o solo estaba jugando conmigo y mi débil corazón?
—V-vayamos, ¿no?
—Adelante — se levantó de su silla y, con caballerosidad, me brindó su mano para ayudarme a mí—. Estás en tu casa, calabacita.
Tomé su mano con timidez y nerviosismo. Cada que me tocaba o me acariciaba mi corazón se volvía un ocho dentro de mi pecho, por lo que esta vez no sería la excepción. Su mano tan cálida y suave logró desestabilizar hasta la capacidad de pensar por mí misma. Con calma y ternura, me acercó a su cuerpo y me aseguró entre sus fuertes y anchos brazos. Su rostro quedó cerca al mío y, por alguna razón que no sabía ni entendía, no podía apartar mis ojos de los suyos. Sus ojos son tan magnéticos, me embrujan con facilidad.
Esos grises que son tan bonitos y claros, se oscurecieron en cuestión de segundos. Al igual que yo, se veía afectado al estar tan cerca el uno del otro. ¿Es normal sentirse asfixiada con su aliento chocando contra el mío? ¿Es normal que mi pulso suba a mil con solo una mirada? Mi cuerpo temblaba ligeramente, y no era de miedo que lo hacía.
—Deberíamos dejar la pasta para otro día, ¿no crees? Ya está como tarde y nos puede caer mal — empecé a divagar y no sabía por qué salían incoherencias de mi boca.
—¿Estás nerviosa?
—¿Qué? No, no lo estoy, ¿por qué lo dices?
—Pareces un tierno gatito cuando tiembla — en lugar de soltarme, me acercó más a su pecho—. ¿Te pongo nerviosa, calabacita?
—Por supuesto que no. Es solo que tengo frío, llevamos muchas horas aquí afuera. No creas que estoy temblando por ti o porque me tienes así de encarcelada entre tus brazos...
No tuve consciencia ni noción de nada a mi alrededor en el instante en el que su boca se presionó contra la mía con extrema suavidad. Con ojos igual de grandes a los de un búho, lo miré a los suyos, quedándome petrificada por su repentino beso. Mi primer beso se fue en sus labios, en un ligero movimiento de ellos y en un suspiro profundo que liberó antes de cerrar los ojos y arrebatar todo de mí con la humedad de su boca y la poderosa presión de sus labios en los míos.
—Los besos robados son los más ricos, pero nos dejan con ganas de más — se separó de mi boca por unos pocos instantes, después me sonrió ladeado mientras enredaba su mano en mi cabello y me guiaba a su pleno antojo—. Y ahora que he tenido el gusto de probar tus labios, no pienso quedarme con las ganas de robar hasta el último de tus alientos, calabacita.
Me besó, guiándome con su mano y su boca hasta que mis más recónditos deseos se encendieron en mi piel y en mi corazón.
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Cautivando tu corazón[✓]
RomanceSer prácticamente obligada a casarse con un perfecto desconocido por su padre, Cora Walker decide huir de su casa, pero en el intento de ser libre y elegir su propio destino, aquel hombre le pone sobre la mesa un trato que considera justo. ¿Podrá J...