Tierna

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Caminé por los pasillos del gran restaurante sin saber muy bien a dónde me dirigía. Me sentía molesta con todo a mi alrededor hasta incluso conmigo misma por sentirme de esa manera tan incómoda y desagradable. ¿Por qué tenía que molestarme tanto? ¿Por qué debería importarme en primer lugar lo que haga o no con su vida? ¿Por qué eso que sentía en mi pecho no me dejaba siquiera pensar con claridad? ¿Por qué todo giraba entorno a ellos y lo que sea que estuvieran haciendo? ¿Y si aprovecharon el momento en el que yo salí para hacer de las suyas? Mi cabeza iba a mil y no parecía detener esos pensamientos que se habían desviado a otros hechos y situaciones que me hacían enojar cada que se recreaban en mi mente.

—¡No deberías siquiera comerte la cabeza con alguien tan mentiroso y falso como él! — me reprendí a mí misma, girando por el pasillo sin darme cuenta que me llevaba un cuerpo por delante—. ¿Es ciego o qué mierdas?

—¿Quién demonios te crees tú para hablarme así? — un hombre rubio, alto y de ojos verdes, me respondió de la misma manera en la que le hablé—. ¿Además de gorda y ciega, bruta?

—Gorda su madre, maldito hijo de su...

—Ten cuidado con lo que vas a decir — su expresión se volvió tan fría y sombría, que pude haber temblado de miedo, pero lo cierto era que la furia me había nublado la mente—. Pero ¿qué se puede pedir de alguien tan ignorante? No deberías estar por ahí en los pasillos sin hacer nada cuando hay mucho trabajo por hacer.

—Yo no...

—¡Largo a trabajar y que sea la primera y última vez que tienes el valor para insultarme! — se veía tan furioso y el color rojo en su rostro lo dejaba en claro—. Si no quieres que te eche a la calle...

—Sr. Santorini, ella es...

—Me importa una mierda quién es esta mujer — zanjó, dando la vuelta y caminando rápido por el pasillo sin dejar de hacer resonar su voz en cada paso—. ¡Y que le enseñen a vestir porque parece un maldito payaso de circo!

—¡¿A quién cree que le ha dicho payaso, italiano de pacotilla! — le seguí el paso, furiosa por cada una de las palabras que estaba soltando—. Al menos tenga los pantalones de decirme las cosas de frente.

Se detuvo en seco y se acercó a paso rápido a mí. Quedó a centímetros de mi cuerpo y tuvo que agacharse un poco para estar a mi altura. Sus ojos verdes emanaban furia y parecían estar a punto de soltar veneno para matarme a quema ropa, más no bajé mi mirada ni un solo segundo. Levanté la barbilla a lo alto y lo miré directamente a los ojos, me sentía con el valor suficiente para enfrentar a un hombre que se creía más que los demás.

—¿Y qué piensas hacerme, payaso?

Levanté la mano y la estampé con toda la furia que sentía por dentro en su rostro, no solo tomándolo por sopresa a él, sino a todos los empleados que se habían acercado a nosotros para saber lo que ocurría. Su mejilla no tardó en ponerse de un color rojizo intenso, incluso mis dedos quedaron marcados en su piel. Me sentí muy bien al liberar mi furia con tremendo golpe, además de que este imbécil de pacotilla merecía que lo pusieran en su lugar por grosero.

—Eso es para que aprenda a respetar a una mujer — escupí, manteniendo la cabeza en lo alto—. Y yo no trabajo en este lugar, para que le quede claro.

—¿Y quién le permitió el paso a una gorda a mi restaurante? — presionó su mano en su mejilla, ahora sí luciendo muy aterrador—. Dudo mucho que alguien le pueda ofrecer ciertos privilegios a alguien tan...

—Te recomiendo que no digas una sola palabra más de mi esposa, Pierre — la fría y profunda voz de Jacob resonó en todo el lugar, dejando a más de uno, incluyéndome, sin la capacidad de respirar adecuadamente.

Cautivando tu corazón[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora