18. El Príncipe mestizo.

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Las hadas eran de las criaturas más antiguas en el mundo, existían desde los primeros tiempos de la tierra y vivían por miles de años en las profundidades de los bosques, apartadas de cualquier grupo que amenace su existencia, los humanos mágicos. El príncipe leyó hace tiempo que si les ofrecía flores de campanilla a las hadas apaciguaron su deseo por hacer el mal. Funcionaba con las hadas domésticas y las terrestres, no sabía si con las hadas malvadas ocurría lo mismo, pero tenía que intentarlo.

Donghyuck había tomado un carruaje, sin que nadie se diera cuenta, según él. Desapareció luego de unos minutos estando en vuelo por medio de la magia de la llama. Los grifos no quisieron llegar hasta más allá del río a la entrada del bosque de Eros, por lo que el príncipe tuvo que subir aquel monte a pie por aproximadamente dos horas. Para él, los segundos fueron cortos. No sabía si era por la emoción del momento o por cualquier sentimiento de terror que escapó de su cuerpo.

Cuando llegó a lo más alto, estaba oscuro, rodeado de árboles en su mayoría secos y las raíces sobresalen del suelo. Siguió las ramas de los árboles que eran marcados con pequeños listones de tela vieja, no quiso llevar una mochila, arma o demás, solo necesitaría de su magia y las ofrendas que llevaba en sus bolsillos. Pisó una rama seca sin querer, produciendo eco por todo lugar, temiendo por lo peor cuando el silencio pareció ser lo único sobre la tierra, provocando que las hadas gritaran como las mismísimas almas del infierno. Ni cubriendo sus oídos dejaba de escucharlas, su intención era la de llegar en silencio, presentarse y darle los regalos, pero eso se fue por la borda.

Haechan caminó con dificultad, tratando de ignorar los sonidos de los gritos agudos de las Vilis. Pero lo estaban acabando. Un dolor de cabeza intenso lo atacó, dejó de cuidar sus pasos y tropezó por una raíz que sobresalía de la tierra, cayendo al suelo tapándose los oídos porque su vida dependía de ello. Su cabeza palpitaba, la tierra húmeda se impregnaba en sus pantalones, su tobillo dolía, parecía que se había golpeado muy fuerte, pero lo único que podía sentir era como las hadas malvadas lo estaban conduciendo hasta su propia muerte.

Una chica con una capa blanca brillante que cubría su rostro desde lo lejos en la rama de un saúco había lanzado una flecha de plata que al impactar con la húmeda tierra hizo que un remolino deslumbrante apareciera. Todas las hadas alrededor de Haechan se alejaran asustadas, se escondieron dentro de los troncos huecos. Las hadas sabían de quién se trataba, jamás habían visto su rostro y jamás lo harían. Siempre que la escuchaban llegar se aseguraban de guardar más cinco metros de distancia con la muchacha. Muy rápido, ella bajó de aquel saúco, caminó muy tranquila hasta llegar a donde el príncipe estaba hecho bolita en el suelo.

El príncipe pudo ver las botas de cuero y parte de la capa blanca de la chica. Sus ojos estaban borrosos y apenas estaba consciente siquiera para defenderse de la persona. Pero no fue así, aquella chica no era una amenaza. Lo ayudó a ponerse de pie, guiarlo hasta un tronco y que se sentara a su lado mientras se apoyaba en ella. Le resultaba extraño, las hadas se habían callado apenas esa persona llegó allí, ni quería preguntarse por qué estaba ella ahí.

La muchacha le ayudó a hablar con las hadas y que estas no lo mataran en el intento. Si no fuese por esa chica él habría muerto por los dolores de cabeza causados por los fuertes gritos o de un paro cardíaco.

Las Vilis curaron un mal que ni siquiera él sabía que tenía, un bloqueo en su magia elemental de Aire. Soltó un grito agudo como el de las malvadas criaturas que le dijeron aquello, su garganta había quedado seca, también le hablaron un poco sobre el pasado de esa misma era. La muchacha no parecía sorprendida, a diferencia de él que estaba entre horrorizado y asombrado. A cambio de sus servicios, las Vilis le pidieron el brazalete que compartía con su hermano, ya que con las flores, dulces de miel y telas de seda no fue suficiente, por lo que ya no llevaba aquel brazalete que le fue dado por su padre adoptivo hace años.

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