04. La orquesta de las hadas.

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Un chico jalaba de una carreta llena de pescados se estaba acercando a las cuevas de los dragones a paso lento y muy tranquilo. Portaba la protección necesaria para estar cerca de esas criaturas de fuego, y también una armadura de cobre que apenas y se notaba. Estuvo subiendo aquellas montañas por al menos dos horas hasta llegar a la cima.

Los guardias que custodiaban el lugar lo vieron llegar e inmediatamente hicieron una cruz con sus lanzas para detener el paso.

—¿Dónde está el Señor Kim? Él es quien siempre alimenta a los dragones de esta montaña. —cuestionó el más alto.

—Su Majestad, la Reina Park Jihyo, lo solicitó en el reino de los cielos por asuntos no oficiales. Él me dejó encargado de alimentar a los dragones, soy su sobrino, igual de capacitado que él.  —respondió el chico.

—No se nos avisó nada. —Intervino el otro guardia.

—Fue de imprevisto.

Los dos guardianes de la enorme cueva bajaron sus lanzas.

—Muéstreme su brazalete de fuego. —dijo el segundo guardia. Este brazalete servía para identificar a quienes trabajaban de cerca con las criaturas de fuego.

—No es necesario, ustedes confían en mí y yo confío en ustedes. —respondió el chico con un tono de voz seductor, suave y relajado

—Pasa, ten cuidado con los Puas y Venquis. —El guardia dio permiso al chico de entrar en la cueva.

—Lo sé señor. Estoy entrenado para esto.

El chico entró tirando del carrito lentamente para no hacer tanto ruido y despertar a todos los dragones que descansaban en la cueva.

No le interesaban los Puas o los Venquis que estaban dormidos sobre varias rocas, pasó de largos de estos y también de los dragones bebés que estaban uno encima del otro acurrucados, él quería el premio mayor, el dragón de Zers. Dejó la carreta a unos cuantos pasos de la cabeza de la criatura, sacó varios de los pescados y se los dio de comer. Zers aceptó con gusto los bocadillos, para ser el dragón más grande y fuerte de todos se comportaba como el más pequeño y juguetón.

—Eres una bestia increíble. —dijo al dragón, pasó a acariciar las escamas de su cabeza—. Pobre bestia, me compadezco de ti. Tus monarcas te entregaron en bandeja de plata, será tu fin.

El chico empezó a susurrar un viejo hechizo al oído del dragón. Los ojos de la enorme criatura se agradaron, sus pupilas se achican, de sus fosas nasales empezaba a salir humo, estaba molesto.

Por el lado de afuera, los guardias de la entrada seguían custodiando la cueva cuando escucharon el pitido de sus radios.

—"En el almacén han desaparecido varios barriles con comida para los dragones. Estén atentos al ladrón, según testigos porta una armadura de cobre".

El dragón de Zers estaba tratando de no ceder ante sus instintos, nunca se había sentido tan molesto desde que rompió el cascarón de su huevo. La pobre criatura no quería hacerle daño a nadie, quería calmarse, pero quien lo cuidaba no estaba allí para hacerlo.

El chico terminó de susurrar al oído del animal, con un ligero movimiento de sus manos creó una pequeña nevada sobre la enorme bestia. Un solo copo de nieve que cayó en su nariz fue suficiente para que el dragón de Zers se levantara y empezara a destruir las grandes rocas que estaban cerca suyo, los demás dragones se levantaron asustados y se alejaron.

Zers salió arrastrándose de la cueva destruyendo todo a su paso y lastimando a otros dragones. Los guardias que apenas iban entrando fueron lanzados lejos con una de las alas. La bestia emprendió vuelo hasta el lugar donde su ira sería calmada, hasta el lugar donde esas palabras frías le dijeron que fuera, el Reino de los Cielos sería su destino.

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