CAPÍTULO TRES

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ARABELLA

A través del retrovisor el conductor del taxi no deja de prestar atención a nuestros movimientos, llevábamos unos diez minutos encerrados en pleno tráfico, un pequeño detalle muy molesto que tiene esta ciudad y que justo ahora está terminando con mis nervios, es cierto tiene muchos puntos positivos pero sin duda este es una anomalía muy grande.
Octavio lleva su muñeca enterrada en el bolsillo delantero de su sudadera yo solo llevo mi mano doblada, aún no está muy hinchada pero las punzadas son constantes, cruzamos el centro y pasamos por algunas avenidas llenas de personas para al fin llegar al edificio de corte moderno, Octavio baja primero, le paga al señor del taxi incluso le deja una buena propina, con algo de esfuerzo para bajar lo sigo, cruzamos las grandes puertas de cristal y una recepción en tonos blancos y azules es lo primero que nos recibe, llegamos a la zona de emergencias donde amablemente una enfermera nos pasa a la zona de espera, el se acomoda en un extremo de la banca y yo en el contrario, ni de chiste me quedo junto a él, nos quedamos en silencio durante una media hora y aprovecho para ojear una revista de farándula, las notas amarillas me dan dolor de cabeza pero es lo único qué hay. Al fin aparece frente a nosotros una doctora que no rondara más de cuarenta años, sus lentes de color marfil y esas botas estilo militar le dan un toque bastante excepcional
— ¿Octavio Harrison? y ¿Arabella Ferrera?
— Somos nosotros – nos señaló, ella nos observa por un microsegundo y regresa su vista a la carpeta que tiene en las manos
— Síganme, les harán una radiografía en sus muñecas
El símbolo de radiación es lo primero que veo cuando nos paramos frente una puerta enorme de color gris, entro primero y detrás de mí me sigue Octavio en completo silencio.
— Pueden dejar aquí sus cosas, les pediré que se retiren sus prendas de la cadera hacia arriba y que si tienen objetos de metal los dejen en esta bandeja, incluso celulares, sortijas o collares – la doctora se aleja para hablar con otro doctor, supongo que se trata del radiólogo, bajo con cuidado el cierre de mi abrigo y caigo en cuenta de un detalle, sin nada de ropa de la cadera hacia arriba, santo Dios, mis pensamientos se cortan por la voz de la enfermera — ¿Necesita ayuda señorita o la ayudará su novio?
¿Novio?
Joder, Octavio alza la vista de inmediato y niega.
— No, ella no es mi novia – esa frase sale un tanto entrecortada y tartamudeando
— Disculpen, es que como los vi juntos, – la enfermera me observa para agregar — él se puede quedar o si no puede esperar afuera
Octavio me ve y casi imperceptiblemente lo veo negar, maldito llorón.
— Se puede quedar – respondo observándolo de reojo algo molesta
Es un ser insufrible y un patán, esto cuenta como un favor que me pagara mas adelante. Con dificultad me saco el abrigo y la camiseta para quedar solamente en sujetador, la enfermera nos acerca un par de batas desechables, me ayuda a ponérmela incluso me pone un cabestrillo en la mano para aminorar momentáneamente el dolor, volteo y lo veo tratando de quitarse la polo, una esquina esta levantada y la zona baja de su abdomen se maraca a la perfección si ese es solo el inicio de lo musculoso que es lo más seguro es que tenga el six pack completo, joder, debo concentrarme.
Me llaman a mi primero y lo dejo terminando de quitarse el resto de ropa, la máquina de rayos- x es enorme, me sientan frente a ella en un banco y me piden que ponga mi mano en una especie de bandeja, son menos de cinco minutos para que terminen conmigo, veo a Octavio y lo admito se ve bastante adorable con la bata puesta y desde lejos se puede notar lo molesto que está pero se esfuerza por mantener la paciencia, lo llaman y repiten el mismo proceso, aprovecho para volver a vestirme ya bastante pase con lo que sucedió hace un momento y no volverá a suceder, el regresa y se viste a la velocidad de la luz.
— Debemos esperar unos cinco minutos para que la radiografía esté lista, pasen a la sala de espera, la doctora los llamara – casi a la fuerza la enfermera nos saca

Regresamos por el mismo camino por donde veníamos la primera vez, en un rápido escaneo la sala de espera se ha llenado bastante, hay demasiadas personas, estaba a nada de buscar un asiento cuando Octavio se detiene justo al frente de la máquina de café, lo veo jugar con los botones hasta que un vaso desechable con el líquido caliente sale sin esperarlo me pasa uno idéntico, le agradezco con la mirada para seguir con nuestro camino, nos sentamos en uno de los sillones y Octavio queda prácticamente a mi lado, le doy un sorbo al café es fuerte pero como a mí me gusta de cargado, mi atención se va en algún punto frente a mí, las personas van de un lado a otro bastante apresuradas, los doctores entran y salen junto con enfermeras y enfermeros incluso una camilla atraviesa la sala de emergencias a toda velocidad, el aroma a hospital reina en el aire.
— Señorita Ferrera, Señor Harrison, síganme – la doctora regresa, avanza y la seguimos, tras dar vueltas entre algunos pasillos llegamos a un pabellón repleto de ventanales de pies a cabeza la luz del sol entra en todo su esplendor, cruzamos algunas puertas y nos detenemos frente a una  de madera que da a un consultorio en tonos verdosos — Tomen asiento por favor – la veo sacar un folder y de ahí las radiografías que nos tomaron, las pone sobre una lámpara de luz blanca, tanto Octavio como yo no decimos nada, ella las analiza en completo silencio — ¿A que se dedican? – pregunta después de una eternidad
— Somos jugadores profesionales de tenis – responde Octavio bastante seguro, ella voltea y se nos queda mirando nuevamente
— Entonces esto es bastante serio...
— ¿A qué se refiere? – una impaciencia me inunda todo el sistema nervioso
— ¿Qué grado de fractura quieren saber primero? ¿La de usted señorita Ferrera? o ¿Usted primero señor Harrison?

VICTORIA Y HONOR (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora